Vos, serote*

EDUARDO COFIÑOEduardo Cofiño K.


Uno realmente desearía que, cada vez que escribe algo, lo escrito fuera una obra de arte transcendental. Que, además de la claridad, estilo y ortografía, la redacción y tema cautivaran (y convencieran, dado el caso) al más desinteresado y apático de los lectores que, por demás, competirían entre sí para leer lo antes posible las palabras, frases, oraciones, párrafos, capítulos, tomos y libros…mis ideas, mis fantasías…

Pero a la gente ya no le gusta leer. A la gente le gusta tuitear, wasapear, postear, bloguear y a saber qué otras cosas más que ni siquiera se han inventado. Andamos perdidos buscando a Pokémon. Qué putas.

En un país de analfabetos pretendemos cambiar el rumbo de las cosas para recuperar los ecosistemas destruidos, para dotar de educación, salud, seguridad y vivienda a la población, por medio de las letras. Para lograr un país sostenible, agradable para vivir en paz …sin tomar las armas. Usando las letras como balas. Así, francamente, muchachos, nunca llegaremos a nada.

Y, no encuentro la salida.

Es fácil proyectar el pasado hacia el futuro y, si realmente la historia es como una línea férrea en que transita un tren imparable hacia el futuro, lo que veo no es más que más pobreza, desnutrición, violencia, analfabetismo, enfermedades, sequías, inundaciones, destrucción y anarquía.

No seas negativo, vos, serote.

No soy negativo, soy objetivo, ingeniero al fin. Los números… no mienten.

Me siento como un caballo cuyo bridón no le permite ver para atrás, ni para los lados, solo hacia delante. Adelante no se ve una luz, todo es obscuridad. El atraso en la consecución de los derechos humanos para todos, es la brida que no me deja galopar a mi antojo, me detiene, me duele. Las riendas que van atadas a mi cabeza, el populismo, el mensaje falaz que siguen las grandes masas, dirige también mi destino y el de todos nosotros, conduciéndonos en manada hasta el abismo inevitable. Sobre mi lomo llevo el albardón cargado de tristezas, sueños rotos, esperanzas fugaces que, por mas que cabree, brinque y me revele, están firmemente sujetadas a mi cuerpo cansado, agotado. Mientras más lucho, más herido estoy.

Así, cansado, herido y hambriento, vislumbro la hecatombe. El apocalipsis fatal.

¡Calláte, vos, serote!

No me callo, no me callo. Lo único que nos va quedando es la libertad de expresión.

Al final, cuando llegue el momento de rendirse y aceptar la derrota, no habrá siquiera la recompensa de gritarles a la cara, ¡te lo dije, te lo dije!, porque cuando el barco se hunda, nos ahogaremos todos.

En el camino se acercó una mujer y me abrigó con una manta tejida a mano por manos ancianas caritativas que cobijan con sus penas a los que soñamos con un mundo mejor. Nos besan y comparten sus lágrimas saladas que se mezclan con nuestro sudor. Es la Madre Naturaleza. Llora por nosotros. Ella, al final de los tiempos, también morirá. Ella sabe que nosotros despareceremos como especie por nuestras propias acciones…causándole heridas y trastornos que serán difíciles de aliviar. Para ella el tiempo se mide en milenios, en millones de años. Seguramente nos olvidará. Ojalá y así sea. Fuimos en error de la evolución. Un animal que se creyó sabio, creyó que podía domar la naturaleza, perdió el respeto y el temor. Cavó disciplinado su propia tumba. Su grandeza, como especie, fue su propia perdición.

Voceadores agitan los periódicos para que la gente los compre. Algunos pierden por un momento la concentración que los une a su smartphone, más como un instinto que una costumbre miran los titulares: corrupción, corrupción, corrupción…

¡Compre usted!, ¡lea usted!, ¡juzgue usted! Nada cambiarás.

En la tarde camino solitario por el bosque, a lo lejos se escucha el aullido inconfundible del mono saraguate. Vuelan entre las ramas de los árboles tupidos de flores las cocochambas y los chepíos. Monos arañas brincan sin preocupación en esta selva tropical que todavía nos queda. Respiro el aire fresco del crepúsculo.

Trepo por un sendero inclinado que me llevará a la cumbre de la montaña, escucho mi respiración agitada, siento en las sienes la presión de la sangre, percibo  los latidos fuertes de mi corazón. No le tengo miedo a la muerte.

Hay treinta y siete especies de trogones (Trogoniformes) que se encuentran en los bosques tropicales y subtropicales del mundo. Y veintitrés se encuentran en el bosque Neotropical de Centro América. Un trogón tiene una forma muy fácil de reconocer: fornido, un pájaro cuadrado con una cola larga y rectangular y un cuello similar al de las gallinas, corto. Coloreado brillantemente, los machos tienen cabezas y espaldas azules y verdes iridiscentes, y pechos rojos o amarillos brillantes. Las hembras se parecen a los machos, pero sus coloraciones, en comparación, son un poco opacas, sosas, apagadas. El estampado de la cola, en negro, gris y blanco, y el color del entorno de los ojos son marcas importantes para identificar diferentes especies en el campo. Su tamaño varía entre 20 y 40 centímetros.

Los trogones tienden a posarse rectos con la cola colgando verticalmente hacia abajo. Se mantienen quietos y por eso es que, normalmente, los perdemos de vista. La forma más fácil de observarlos es esperando que vuelen en picada o zambullida, exhibiendo su plumaje brillante, y anotando el lugar donde aterrizaron. La mayoría de trogones emiten vocalizaciones constantes durante el día, comúnmente repitiendo “cow, cow, cow”.

Algunas veces el sonido es bastante duro, áspero como un chirrido, pero en algunas especies es suave como un silbido melodioso. Una buena manera de ver un trogón a corta distancia es mediante la imitación de su llamado. Si la imitación es suficientemente buena, el trogón vendrá hacia nosotros.

El trogón más espectacular es el quetzal resplandeciente (Pharomachrus mocinno), nuestra ave símbolo, la Serpiente Emplumada. El macho es de un verde esmeralda intenso y dorado con un pecho rojo brillante. Su cabeza tiene una pequeña cresta de plumas y una papada amarilla. Lo más impresionante es su larga cola de plumas que cuelga muy larga y lo caracterizan cuando vuela, muchas veces surgiendo sobre los bosques nublados de la Sierra de la Minas. Viven en árboles húmedos, cubiertos por epifitas, mayormente orquídeas y bromilias, pero también cubiertos de musgos y hongos.

Los Motmots son otro rollo…

Y el Martín Pescador…

El Pájaro Carpintero Real…

Los tucanes, tucanetas, los gavilanes y las águilas…¡ay Dios!

¡Qué loco estas, vos, serote!

Término, nuevamente inspirado en las palabras sabias de mi hija Daniela: voy albañil, que ya mecánico.

* El autor prefiere la escritura de esta palabra con s, y no con c, como la recogen el Diccionario de la lengua española y el Diccionario de americanismos, ambos de la Real Academia Española.