La intolerancia presidencial

Gonzalo MarroquinGonzalo Marroquín Godoy


Qué diferencia enorme hay entre los presidentes intolerantes, prepotentes y corruptos y uno modesto, humilde, transparente y, sobre todo, líder ejemplar. Entre los primeros, me refiero a presidentes como Rafael Correa, Álvaro Arzú, Hugo Chávez, Cristina Fernández y Alberto Fujimori, por solo nombrar algunos de diferentes corrientes ideológicas.

Hago la salvedad de que no se trata de gobernantes de izquierda o derecha. Para nada. Lo mismo hemos visto gobernantes abusivos y ladrones con bandera de socialismo que otros de derecha. El problema no pasa por la ideología, sino por la personalidad de los políticos, su formación y el nivel de honestidad que puedan tener.

Esta semana, en Buenos Aires, el presidente Mauricio Macri –de derecha– se ha atrevido a firmar la Declaración de Chapultepec, en materia de Libertad de Prensa. Ninguno de los mencionados antes lo hizo, simple y sencillamente porque la intolerancia y la opacidad hacen ver siempre a la prensa como un enemigo. ¡Ni modo! Firmar esta Declaración trae consigo compromisos.

Macri tuvo el valor de hacer lo que nunca aceptó su antecesora, Cristina Fernández de Kirchner, porque a ella la prensa le destapaba sus escándalos –que ahora están por llevarla a los tribunales–, así como su obsesión por borrar a la oposición política y social. Por supuesto que comprometerse a respetar la libertad de expresión y de prensa no es fácil para alguien que no maneja principios éticos y valores democráticos.

A diferencia de Arzú, Chávez, Correa y compañía, Pepe Mujica fue un presidente respetuoso y transparente, que nunca favoreció la corrupción, como dice el dicho: el que nada teme, nada debe, y entonces aceptaba las críticas de la prensa y reconocía su importancia para la vida democrática de su querido Uruguay.

Chávez estaba obsesionado con el poder y violentaba todas las leyes, Correa se cree intocable y se molesta cuando se publica un libro que le desnuda de cuerpo entero por su falta de transparencia (leer El Gran Hermano); a Fujimori, la prensa independiente le descubrió su enorme manto de corrupción, y la manera en que compraba medios periodísticos para manipular la información. Claro, odiaban a la prensa.

Arzú siempre fue enemigo de la prensa. Más bien le debería dar vergüenza su jactancia al decir que él optó por pegarle a la prensa y que eso le dio resultado. Ciertamente logró crear un cerco comercial que asfixió a la revista Crónica de aquel entonces. Mas no pudo contra los medios más grandes, como Prensa Libre y elPeríodico. Pero, finalmente, el castigo de aquel cerco fue para la sociedad y la democracia. Él, naturalmente, no puede entender esto, y lo ve como victoria.

Sin embargo, debo reconocer que, desde su perspectiva, tiene suficientes razones para odiar a la prensa y a los periodistas. Cuando su seguridad dio muerte irresponsablemente al pobre lechero Sas Rompich, quiso engañar a la opinión pública denunciando un magnicidio. En el momento en que la prensa descubrió la verdad, se indignó.

Más tarde hizo el negocio más grande en la historia del país, la venta de Telgua, entregando la telefónica nacional a un grupo de amigos –Luca S. A.–, que inmediatamente la revendió a Telmex. El esquema le funcionó y lo replicó en una serie de privatizaciones cual vil piñata, en la que su círculo cercano sacaba beneficios millonarios. Los casos de La Línea, Cooptación del Estado y TCQ se podrían quedar pequeños, si se suma electricidad, ferrocarriles, correos, autopista Palín-Escuintla y otros.

Todo eso lo expuso la prensa independiente. ¡Por supuesto que tiene razones para odiarla!

¿Por qué un presidente debiera molestarse con la prensa, si es transparente, tolerante, trabajador, da resultados y lo hace con humildad y apego a las leyes?

Si así como odia a la prensa, porque él considera que lo acosa, entonces debiera hablar públicamente a favor de la CICIG y el MP, porque no le han entrado de lleno a esos oscuros negocios de privatización. También debiera estar agradecido porque no se investigó la responsabilidad de la Municipalidad en la tragedia del basurero. En Estados Unidos, los familiares de las víctimas hubieran podido presentar una demanda contra la Municipalidad por negligencia, porque se les había advertido del peligro de que se produjera un deslave de esa magnitud.

Pero ya se dieron cuenta los lectores de que quien nunca habla mal Arzú es de la televisión abierta. ¡Definitivamente no!, porque él ha sido siempre uno de los niños predilectos de Ángel González, al extremo de que las noticias sobre la Municipalidad, que transmiten los telenoticieros de sus canales, ni siquiera son producidas por periodistas del medio, sino por la propia Municipalidad, que, ciertamente, solo destaca bondades y bellezas del alcalde. Ese periodismo es el que él valora… al que se le paga.

La gente no está esperando que alguien la mande –como dice Arzú–, sino que está esperando que haya un líder que actúe y dirija el país de manera correcta. Somatar la mesa no resuelve problemas.