La claridad política se circunscribe a las élites, que no solo saben lo que quieren y necesitan, sino que tienen todos los recursos y el poder para lograrlo (segmentos A y B). El resto se divide en mosaicos ideológicos y aparentemente no ideológicos, en los cuales el denominador común es el analfabetismo político, la ambición material y simbólica, la falta de formación sólida e información calificada, así como un espíritu individualista y de competencia primitiva a toda costa. |
Con la Revolución de Octubre terminaron –temporalmente– las dictaduras militares que, desde 1847, fecha de constitución legal de la República de Guatemala, se habían enseñoreado por 97 años ¡casi un siglo!
El ambiente era de jolgorio y no era para menos, varias generaciones de guatemaltecos no conocían cómo era eso de poder votar –libremente– por un candidato a presidente o cargos públicos que, a partir de esa fecha, ya no serían por designación sino por elección.
La algarabía alcanzaba a las mujeres, a quienes por primera vez se les reconoció –parcialmente– el voto, pues era solo para alfabetas. Por cierto, rememoro un hecho poco conocido y que comenta la socióloga Borrayo: “…el líder comunista José Manuel Fortuny, que se oponía al voto de las mujeres argumentando que, por cuestión psicológica, serían fácil instrumento del sentimentalismo religioso…”[i] Lo anterior, reafirma las limitaciones de la revolución guatemalteca.
En otra parte, agrega la profesional: “El alegato de algunos hombres de la revolución planteaba que no debería darse el voto a las mujeres porque votarían aconsejadas por sus esposos o por los curas”[ii]. Después de muchas discusiones, el 6 de febrero de 1945 se aprobó el voto a las mujeres alfabetas, con la condición que fuera optativo y no obligatorio. Fue hasta la Constitución Política de la República de 1965 que se le concede el voto a la mujer analfabeta, pero sin mencionarla expresamente: “Artículo 19. El sufragio es universal y secreto, obligatorio para los electores que sepan leer y escribir y optativo para los electores analfabetos”.
Se menciona a la mujer como sujeto, hasta la actual constitución vigente: “Artículo 4.- Libertad e igualdad. En Guatemala todos los seres humanos son libres e iguales en dignidad y derechos. El hombre y la mujer, cualquiera que sea su estado civil, tienen iguales oportunidades y responsabilidades. Ninguna persona puede ser sometida a servidumbre ni a otra condición que menoscabe su dignidad. Los seres humanos deben guardar conducta fraternal entre sí”.
Volviendo al júbilo general, en las elecciones de 1945 surge el término “las alegres elecciones” correspondiendo su autoría al Dr. Juan José Arévalo, pues era notoria la alegría en las calles por la cercanía de las primeras elecciones democráticas. La expresión “Viva Arévalo” se convirtió en vox populi y la aplastadora victoria del filósofo y pedagogo no extrañó a nadie. Sin embargo, del sentido original del término hasta la actualidad corrió mucho trecho, pues la primavera democrática solo duró 10 años. Ahora la expresión se refiere en forma sarcástica al simulacro de elecciones democráticas que tenemos desde 1954 a nuestros días. A pesar de la farsa, cada cuatro años, “los alegres” electores cumplen con el “deber cívico” de ser parte de la caricatura eleccionaria.
Se puede distinguir cinco tipos de electores.
- Las élites dominantes y sus operadores políticos de alto nivel, muy escasos en número y cuyo interés es más que obvio, pues la mano que mece la cuna, sus adláteres y advenedizos, no solo diseñaron la farsa, sino que son los principales beneficiados.
- Otras élites no dominantes (con sus propios achichincles) que saben que si no participan y apoyan el sistema político-electoral les irá peor en la repartición de privilegios.
- Capas medias relacionadas por diversos motivos con los segmentos A y B, cuyo interés, menos inmediato, se basa en la esperanza de obtener privilegios menores, que para ellos, significa un factor de sobrevivencia, no tanto económica, como política.
- Capas medias y sectores populares no depauperados, cuya participación política no tiene mayor incidencia, limitándose a ser afiliados, simpatizantes, activistas o dirigentes menores.
- Sectores populares depauperados, luchando por sobrevivir, que constituyen la inmensa mayoría. Además de extrema pobreza, acusan una condición veleidosa en gustos, ideas, intereses y actos.
Hasta abajo, está el lumpen, aquellos desclasados que viven al margen de la sociedad y que han ido creciendo en número pero que muy eventualmente podrían votar, razón por la cual no los tomamos en cuenta para la definición segmental. Otro grupo no mapeado, es el de ciudadanos lúcidos y con sentido crítico, que cada vez son menos en este proceso de lobotomización del imaginario social.
Los primeros dos segmentos, no impactan en forma decisiva en el voto, razón por la cual, empujan para que otros participen de la fiesta, claro está, buscando consolidar sus privilegios. Ellos fraguan la mal llamada opinión pública.
El grupo de población ubicado en el renglón C, no solo es mayor en número sin llegar a ser masivo, sino es de donde salen los principales animadores y/o dirigentes del convite electoral y generan opinión pública, menos vinculante pero que aporta al convencimiento de los segmentos D y E.
Finalmente, está el voto de masas que se reparten entre D y E. El primero es menos masivo, pero más instruido y acomodado, con los efectos que esto conlleva. El sector E es el más codiciado por su número y facilidad de manipulación. La necesidad es su brújula y sus carencias educativas y socioeconómicas terminan por condicionar todos sus actos.
En estas condiciones, la mesa está servida para un episodio más de la saga electoral. Si pensabas que no podíamos estar peor, los resultados 2023 te demostrarán todo lo contrario.
José Alfredo Calderón E.
Historiador y analista político
[i] Borrayo Morales, Ana Patricia. Mujeres y ciudadanía, un enfoque histórico-social. Los inicios 1921 y 1944. (tesis) Escuela de Ciencia Política. USAC. Guatemala, 2015. Pp 46-61. citado en Las Sufragistas de Guatemala de Andrea Rodríguez.
[ii] Ibid.