Provocatio: El “buenismo” no es una tercera vía

La política, entonces, devino en un negocio muy simple. Sin proyectos históricos vigentes, programas políticos serios, ni ideologías estructuradas y sólidas, la dinámica se reduce a comprar voluntades, independientemente del color de las camisetas que porten.  

José Alfredo Calderón E.

Historiador y analista político

Las crisis sistémicas del ya agotado modelo económico guatemalteco acentúan con más fuerza el maniqueísmo endémico que ya conocemos. Las fuerzas oscuras que tienen capturado al Estado simplifican las cosas: estás con nosotros o contra nosotros. De esta forma se les facilita la presión y la amenaza a los que no se alinean.

La alianza criminal diseñó e implementó una estrategia global, cuyo eje transversal es el miedo al enemigo fabricado. Una de las tácticas fue incluir en un mismo saco a: socialcristianos, socialdemócratas, liberales (los de verdad) y todas aquellas tendencias, movimientos, grupos o personas que se oponen o amenazan el dominio vertical, autoritario y rancio de una élite depredadora y ultramontana. Sea utilizando los demonios de mil máscaras, así como los tradicionales, el estigma se configuró con varios epítetos: chairo, comunista, filocomunista, ateo, populista, neomarxista, todos los cuales, significan lo mismo: enemigos de Dios, la Patria, la Libertad y los más sagrados símbolos de la decencia y la tradición conservadora.

Otra táctica, también exitosa, consistió en generalizar la corrupción, incrustándola a todo nivel, tanto en lo público como en lo privado. Aunado a esto, la descalificación de lo político, las ideologías y el debate abierto, permitió borrar las diferencias y tener un macabro producto: los que se dejan comprar y optan por las prácticas corruptas como dinámica permanente y los que no, los cuales, por supuesto, fueron debidamente estigmatizados por su herejía.

No importa que seas de derechas políticas, si no estás lo suficientemente a la derecha, pareciera ser la consigna de esta clica fascistoide. El resultado entonces es una radicalización que configura, nuevamente, el escenario de la guerra interna.  

Paradójicamente, los mismos que advierten sobre la polarización, son quienes la provocan, para orillar a una disyuntiva moral entre quienes defienden los valores del statu quo y quienes atentan contra él, directa o indirectamente, por acción u omisión, real o imaginariamente.

Hasta los empresarios respetuosos de las leyes laborales y la dignidad humana recibieron el mote de “progres”, un eufemismo peligroso que esconde la condición de enemigo de quienes defienden los pilares de la sociedad “buena”, la “correcta”.

En estas condiciones, por convicción propia o inducida, por miedo o por simple ignorancia, la militancia en el bando de quienes defienden los privilegios sistémicos se convirtió en una “necesidad” para sobrevivir. En términos prácticos, del Pacto de Corruptos se pasó a la Alianza Criminal, mucho más amplia y temible.  El primero se basó en una alanza coyuntural de operadores políticos para repartirse el botín relacionado a puestos clave, infraestructura y otras prebendas. La amalgama que los unió fue la corrupción por la corrupción misma. Sin embargo, todo el tiempo, estuvo detrás un grupo que no daba la cara, pero financiaba y operaba al más alto nivel para facilitar el trabajo de sus malandrines, quienes, por supuesto, son tan solo peones, o si mucho: alfiles, torres y caballos en este ajedrez tropical espurio. Surge entonces, la Alianza Criminal.

Desde el dispendioso lobby con los sectores más conservadores y rancios del Partido Republicano, así como los dirigentes de las iglesias más fundamentalistas en EE. UU., hasta operaciones de menor calado en el plano local.  Estos EmpresAUrios[i] lograron subir al barco, a las buenas o las malas, a una mezcla abigarrada de personajes oscuros: proveedores del Estado, “líderes” de Iglesias Pentecostales y Neopentecostales, alto mando del ejército en activo, militares retirados, por lo general cuestionados o enjuiciados; alta y media burocracia del Estado, propietarios de medios de comunicación, dirigentes “históricos” del movimiento sindical corrupto y cooptado, dirigencia indígena “permitida”, así como algunos solícitos dirigentes oenegeros.  Para aderezar el escenario, no podía faltar una comunidad internacional complaciente y un movimiento social perdido y muy debilitado.

En el otro bando, quedó una mezcla variopinta y desdibujada de libres pensadores, militantes históricos de diversas corrientes, liberales “progres”, oenegeros diversos y personas bien intencionadas, pero con prejuicio político-ideológico. Unos organizados en torno a entes débiles, desfinanciados y sin programa ni claridad política; mientras otros –la mayoría– dispersos en comunidades nómadas o grupos pequeños.

La política, entonces, devino en un negocio muy simple. Sin proyectos históricos vigentes, programas políticos, ni ideologías estructuradas y sólidas, la dinámica se reduce a comprar voluntades, independientemente del color de las camisetas que porten.

En el camino, un grupo bien intencionado de personas, normalmente cristianas y creyentes en un futuro mejor, fueron creando una falsa Tercera Vía, a la que yo llamo: El Buenismo.Con más devoción que claridad, más emociones que capacidad intelectiva y más pensamiento mágico que racional, este grupo apostó a cambios gatopardistas basados en la sustitución de personas y la recuperación de los valores morales. Sin tener mucha conciencia de ello, esta corriente termina por hacerle el juego al sistema y a la élite perversa que lo dirige.

Carentes de formación política, su entusiasmo ciudadano se basa en cuatro pilares:

  1. Ante el desastre de los partidos políticos, sus operadores y candidatos, se debe pensar –dicen– en personas ajenas a esta actividad y que sean, por supuesto, “buenos”, asignándole tal concepto según su propia versión de ser “bueno”. 
  2. “No todo está podrido en Dinamarca”. Si buscamos con ahínco, encontraremos a ese mesías político que nos guiará, cual Moisés, a la Tierra Prometida. De una forma inexplicable, a esa persona se le atribuirán dones que le permitirán prescindir de lo que ellos consideran, aburridos proyectos colectivos e ininteligibles programas de Estado y de gobierno.
  3. Las manzanas podridas deben cambiarse de a poco para no trastornar la estabilidad democrática e institucional del país, lo cual presupone el romántico marco conceptual de que tenemos democracia, institucionalidad y estabilidad. Los “buenos” deberán sustituir a los “malos”, bajo la noble y digna conducción del mesías ya aludido. Esto, por supuesto, también tiene la precondición de que, las mafias, por el contrario, no hagan nada y tomen consciencia de sus maldades y se arrepientan.  
  4. Separar el trigo de la cizaña no solo es posible sino indispensable. Reconvertir a los malos, empoderar a los “buenos”, confiar en el “bueno mayor” (o mesías encontrado) y dejarse guiar por su luz, que seguramente vendrá de lo divino, será la fórmula perfecta para cambiar nuestro bello paisaje en un “largo” plazo de 5 años.

Si bien la respuesta a las bandas criminales debe contener un marcado e irrenunciable talante ético, sin un plan colectivo que parta del enfoque histórico-estructural y sistémico, solo tendremos una reacción ilusoria pasajera.  

El camino al infierno puede estar plagado de buenas intenciones, y en tiempos de crisis, la indiferencia y el “buenismo”, no hacen sino facilitar el trabajo de los captores de la vida, el mercado y el Estado.


[i] Uso el término para distinguir a estos truhanes, de emprendedores y empresarios capitalistas en el real sentido de la palabra.