Terrorismo global

MARTA ALTOLAGUIRRE

 

Marta Altolaguirre Larraondo


 

Los diversos acontecimientos violentos que han proliferado en años recientes impactando naciones a nivel mundial, están mostrando un creciente choque de civilizaciones, a semejanza de lo descrito por Samuel P. Huntington (2008), al exacerbarse los fanatismos fundamentalistas, que se acentúan por razón de las diferencias culturales y religiosas, así como por el rasgo humano de tendencia primitiva que se mantiene latente y que se manifiesta en determinados momentos con acciones de indescriptible crueldad criminal e ilimitado poder destructivo de personas y cosas.

Todo, con el afán de someter a quienes en el marco de la razón y la igualdad de derechos formalmente reconocidos a nivel universal, eluden los compromisos de respeto adquiridos y deciden imponerse y monopolizar el poder a cualquier costo.

La sensación que se proyecta, es que aquella Sociedad de Naciones que luego integrara la Organización de las Naciones Unidas en busca de la paz mundial y el respeto a los derechos humanos, se ha debilitado y que cada vez más, el recurso a las armas es la vía ineludible para la defensa de las naciones y a sus habitantes.

Esa veta humana claramente instintiva y violenta, motivada por el afán de dominio y supremacía que predomina en el hombre, surge en momentos en los que destacados valores comunes a la civilización occidental, (el reconocimiento y obligado respeto a los derechos humanos fundamentales de toda persona y una institucionalidad sustentada en principios republicanos), están siendo blanco de organizaciones como Al Qaeda e ISIS entre otros.

Tanto a nivel interno como internacional, los últimos años han alimentado las corrientes intolerantes e irrespetuosas que dominan sectores culturalmente divergentes, que hasta fines del siglo pasado mostraban una convicción en favor de la tolerancia, el respeto y la paz. Dominaba ese intento globalizador y de aliento para alcanzar acuerdos internacionales que garantizaran el progreso de las naciones y la inviolabilidad de esos derechos fundamentales de todos los habitantes del planeta.

Viene a colación esta reflexión ante las recientes masacres terroristas ocurridas en París, Francia y en San Bernardino, California, que vienen a sumarse a otra serie de hechos, que cada vez con mayor frecuencia han extendido su radio de acción hacia los distintos Continentes.

Ciertamente no existe una definición concreta y consensuada en los instrumentos internacionales que defina los actos de terrorismo, sí hay definiciones que sustentan la calificación correspondiente al DRAE, que define el terrorismo como, “Actuación criminal de bandas organizadas, que, reiteradamente y por lo común de modo indiscriminado, pretende crear alarma social con fines políticos,”entre otros. [

]Asimismo Wikipedia establece que se puede considerar terrorista al grupo que perpetre secuestros, atentados con bombas, asesinatos, amenazas y coacciones de manera sistemática y agrega que técnicamente, esos actos están destinados a producir terror en la población enemiga y se definen sin duda como terroristas

Por su parte el artículo 2 de la Convención Interamericana contra el Terrorismo, establece que hay “… ciertos actos de violencia que generalmente…constituyen formas particulares de terrorismo. Éstos incluyen, la toma de rehenes y el secuestro y destrucción de aeronaves civiles, los ataques contra la vida, la integridad física o la libertad de personas internacionalmente protegidas… y los actos o amenazas de violencia cuyo propósito primordial es sembrar el terror entre la población civil.”

Es clara la influencia de distintas culturas, como elemento clave que sustenta diferencias, tanto internamente como a nivel internacional, que provocan ciertas fricciones y conflictos y que resultan manejables, siempre que haya voluntad de las partes, y cuando en la cúspide se reconozcan valores esenciales, como el obligado respeto a la dignidad y los derechos fundamentales de toda persona.

Estas divergencias pueden convertirse en fuente de agresiones violentas y criminales cuando las diferencias culturales conllevan el desprecio y el odio hacia todo aquello que no se corresponde con lo propio, y destaca particularmente cuando se trata de creencias religiosas fundamentalistas.

Las acciones promovidas por el denominado Estado Islámico, ISIS, y sus declaraciones constantes a través de medios electrónicos, son manifestaciones de una guerra declarada y aun quienes tenemos la convicción que éstas deben evitarse porque solo dejan destrucción, cuando se debe escoger entre la propia vida o la esclavitud y la muerte, la defensa es obligada.

De allí que no cabe otra salida que enfrentar al radicalismo islámico para preservar la vida y la libertad.