Quizá la forma de empezar sea tirar los inútiles propósitos y plantearnos una linda pregunta

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Por alguna razón, que no he terminado de definir, detesto los propósitos de año nuevo. Quizá sean varias razones. No lo sé, no le he dado suficiente reflexión. Creo que tiene algo que ver con el hecho de que me parecen inútiles. Es decir, el proceso de plantearse así ligeramente objetivos sin estructura, escritos en el aire y con el nivel de compromiso de un mono, me parece necio. A la gente que suele hacer esto, por ahí por la segunda quincena de febrero ya le vale un huevo de pato sus anunciados propósitos y por marzo los ha olvidado completamente.

Sería mucho mejor que tuvieran trazado un camino que los llevará a dónde quieren ir y definidos los escalones que deben subir, pero claro, para esto uno tiene que saber qué quiere hacer o, más aún, quién quiere uno ser, y acá es, realmente, donde se le afloja a muchos el muelle. Definir claramente un proyecto de vida resulta realmente dificultoso, lo sé; sin embargo, difícilmente se logra hacer algo extraordinario sin uno. En lugar de plantearse propósitos con un proceso tan superficial, quizá sea mejor plantearse una linda pregunta. Efectivamente plantearse una visión clara y estructurada de quién seremos en un futuro de corto plazo, ya es suficientemente difícil como para hacerlo a largo plazo, pero, si aceptamos que esta es la única forma de convertirnos en la persona que queremos ser, quizá la forma de empezar sea tirar esos inútiles propósitos y plantearnos una linda pregunta.

Hace tres años leí un libro precisamente con ese título: A More Beautiful Question, escrito por Warren Berger. Estoy convencido de que el hábito de cuestionar de forma estructurada es una de las mejores herramientas que tenemos a nuestra disposición para avanzar. Berger explica cómo plantear mejores preguntas, de manera que estas cuestionen mejor y que, además, abran el camino a generar acción. Plantearse preguntas que cambien la forma en que percibimos nuestro entorno y que sirven de catálisis para provocar cambio es, sin lugar a dudas, algo muy poderoso.

Yo he tratado de desarrollar ese hábito de continuo cuestionamiento a la vez que he tratado de estructurar mi tiempo alrededor de un Bullet Journal (algo así como una bitácora a base de viñetas). Lo que más disfruto del proceso que creó Ryder Carroll es la forma como alinea objetivos de largo plazo con acciones de corto plazo a la vez que crea, de forma rápida, una bitácora de vida. El método de Carroll está disponible para usted, bajo licencia de Creative Commons, en bulletjournal.com

Con el método de Carroll, que lo puede aprender en media hora, usted dividirá su vida en los papeles que ha decidido tener (madre, hijo, profesional, estudiante, artista, etc) y por cada uno de ellos definirá objetivos medibles de año. Luego, cada mes, plantará un subconjunto de objetivos que ayudarán a lograr cada grada que, al final del año, le permitirá tener logrados los objetivos anuales. En el transcurso definirá tareas, actividades y compromisos, así que al final tendrá un mapa de camino, una agenda de actividades y además un diario, ya que toda su vida quedará plasmada ahí, lista para recordar y evaluar al transcurso de algún tiempo.

Esos son los métodos que yo uso, supongo que no importa mucho la forma, pero lo que resulta cardinal es el compromiso que uno se plantee de reflexionar y definir qué persona quiere construir y, luego, genere un proceso para tomar acción y hacer de esa visión algo real.

Espero que dentro de doce meses pueda ver atrás y, con certeza, decir que avanzó decididamente hacia la cima de su montaña personal. Y, lo que es más, espero que sus cumbres sean cada vez más altas, todas alineadas hacia su propia felicidad.