Me muero triste

EDUARDO COFIÑO


Ya. Ya me muero. La vida se acaba.

Me muero triste, lo confieso en esta hora, porque no cambié nada. Porque, aun cuando gritaba con todas mis fuerzas, nadie me escuchaba.

Me voy triste porque pudiendo darlo todo, solo di una parte, porque siendo capaz de lograr el infinito, me conformé con suficiente.

Muero con cargo en mi conciencia, porque no fui mejor porque no quise, no porque no pude.

Porque me reía menos, me preocupaba más.

Porque pude ser el mejor padre, el mejor esposo, el mejor amigo y me conformé con ser solamente padre, esposo y amigo.

Me muero hoy.

Y, mañana, no quedará nada.

Tiré los años mozos en momentos que no se olvidan, en ilusiones vanas, en noches de bohemia y carcajadas lejanas, en juegos de cartas, de música y —pocas veces— de literatura. Muchas veces con el corazón en llamas.

Amé. Sí, amé. Fui amado.

Pero hoy me muero, no llevo conmigo nada.

Señalé a otros cuando hubiera sido más justo quedarme callado.

Debí guardar silencio y no hablar tanto.

No conocí el mundo, cuando pude hacerlo.

Si la vida me dijera: Tienes tiempo, serás joven otra vez, aunque me muera inconforme, no cambiaría nada.

Dejé que el viento me llevara. Tensé las escotas de mi barca y las velas empujaron mi vida hacia destinos diversos. Navegué lo mejor que podía. Eso sí. Pude llegar más lejos y me conformé con llegar a puerto.

Enfrenté tormentas. 

Acaso, a veces, me quedé varado, observando. Esos fueron momentos divinos.

Escuché el silencio murmurante de la selva.

Hoy llega la noche y se apaga la luz del día de mi vida.

Me muero triste.

Entre tantas idas y regresos, entre tantos poemas y sonetos, encontré la poesía que me guía e ilumina: 

 

No tengo nada,

no soy de hierro.

No se si mi alma,

nacerá de nuevo.

 

Ojalá los arboles sembrados, la selva conservada con tesón y audacia, y el tiempo que hemos luchado por cuidar lo que nos daba la naturaleza, en un suspiro que remonte hacia el cielo, desde las copas más altas, me digan en su adiós: ¡Te esperamos!

 

EXPLICACIÓN A LA POESÍA

En realidad todos los días muere uno un poquito. Yo no me estoy muriendo, así, como digamos… hoy, pues.

Pero la literatura puede tener varios objetivos: ser lindísima, podría ser uno de ellos. O, como en este caso, creo que en esta poesía se expresa, de cierta manera, el sentir de muchas personas de mi generación. Personas que moriremos dejando un mundo que no esta precisamente mejor, que no va hacia un mejoramiento ambiental, hacia el paraíso que alguna vez fue. En unos 50 años ya no cabremos, literalmente, en el planeta. Espacio, espacio hay mucho, lo que no hay es la capacidad productiva de bienes y servicios para que todos los seres humanos podamos sobrevivir dignamente.

El sistema consumista impuesto por el capitalismo, el comunismo y todas las formas de explotación de los recursos planetarios nos lleva hacia la pobreza total, la anarquía, las guerras. ¿Cómo no sentirse frustrado?

Guatemala era un paraíso entre todos los países del planeta. Era, ya no lo es. La palabra que mejor describe lo que éramos es prístino. En la Real Academia española definen la palabra como: Adj. Antiguo, primero, original. Pero en realidad significa pureza, un país prístino es un país puro, como un gran manantial.

Y lo hemos convertido en un inmenso basurero.

 

OTRO CUENTO

Al niño lo estaban envenenando los mismos que se suponía lo tenían que curar de su enfermedad. Era un grupo amorfo, donde, realmente había pocos médicos. Los demás eran, si acaso, curanderos de poca monta. Los habíamos elegido (la familia del niño) en un proceso donde realmente no teníamos verdadera elección. Por elegir al administrador de nuestra casa, iban quedando aquellos mequetrefes. Aplicaban el tratamiento sin consultarnos, llevando al niño cada vez más cerca de la muerte. Eran los mismos de siempre con diferentes rostros, diferentes nombres. Todos en la familia lo sabíamos, pero no podíamos hacer mucho para evitarlo.

De repente, la Justicia Divina (proveniente de los Estados Unidos) hizo que a algunos de aquellos malditos embusteros, mentirosos y delincuentes, los pusieran tras las rejas y los otros, por miedo, más que por otra cosa, intentaron salvar sus pellejos elaborando una nueva receta, supuestamente, para salvar al niño enfermo. Sentían que a ellos también les podría alcanzar la Justicia y desenmascarar su accionar homicida.

Una vez elaborada la receta, tendrían que solicitar a la familia del niño moribundo que aprobara la misma.

¿Cree usted, estimadísimo lector, que si usted fuera de la familia, aprobaría la receta?

Y, definitivamente, no la aprobaría. Creo que en éste asunto estaremos de acuerdo.

Creo que lo mismo va a suceder con el referéndum para aprobar los cambios a la Constitución, sean éstos acertados, o erróneos…

NO LOS VAMOS A APROBAR.

¿O, confía usted en los diputados?

¿No sería mejor que todo ese dinero que tendrá que invertirse en el proceso sirviera para construir más escuelas, hospitales, cárceles?

Por todo lo anterior es que, si me muriera ahora, se los juro, moriría triste.