¿Qué celebramos?… Doscientos años de historia frustrante

La historia debiera enseñarnos para aprender de los errores del pasado… pero sucede muy pocas veces y por eso tropezamos una y otra vez.

Gonzalo Marroquín Godoy

Aquel 15 de septiembre de 1821 hay en la capital del Reino de Guatemala un ambiente marcado por incertidumbre.  Algunos saben que se está gestando un movimiento independentista, pero muy pocos conocen los detalles y motivaciones que tiene cada uno de los participantes convocados a una reunión a primera hora ese día.

Quién les llama es nada menos que el jefe político de la Capitanía General, el español Gabino Gaínza y  Fernández de Medrano, llamado a ser el traidor más descarado.  En todo caso, él mismo sabe de la existencia de aquel movimiento contra la corona de España, a la que ha jurado lealtad al asumir el cargo al frente de las provincias centroamericanas.

Con habilidad política, Gaínza cambia de bando y, de ser representante del rey de España, se pasa al lado de los independentistas, quienes caen en la trampa y tras la firma del Acta de Independencia le toman juramento para que sea el primer gobernante de la Guatemala que, en aquel entonces, incluye las provincias de El Salvador, Honduras, Nicaragua y Costa Rica.

LEE ADEMÁS: El día del rompimiento con España Incluye el Acta de la Independencia.

Entre los independentistas hay quienes quieren la emancipación para desarrollar sus intereses económicos, pero Gaínza ya piensa en ese momento en la anexión al llamado imperio mexicano, encabezado por Agustín de Iturbide, quien antes ha logrado la anexión de la provincia de Chiapas, la cual también formaba parte del Reino de Guatemala.

El escenario se vuelve complejo en Centroamérica, pero el caso es que aquella independencia dura poco, pues de los lazos españoles, pasamos a los mexicano el 5 de enero de 1822.  Ni cuatro meses han pasado. Gaínza traiciona a España y luego a Guatemala. Pero no termina bien con Iturbide, quien lo sustituye por Vicente Filísola, para aplacar rebeliones.

Aquel famoso imperio de Iturbide dura hasta marzo de 1823.  El 22 de noviembre de 1824 principia el caminar centroamericano, pero esa república con cinco provincias tampoco tiene una vida demasiado larga y sí muchas guerras y desencuentros. Se disuelve el 19 de noviembre de 1839.

Lamentablemente, aquellos gobernantes –como los de ahora–, poco se interesan por el bienestar el pueblo.  Viene la República en marzo de 1847, y la situación cambia poco.  Primero dominan los conservadores y luego los liberales, que dicen que sus grandes líderes cambiaron el país, pero en el fondo lo que se suceden son tiranías militares que imponen voluntades y piensan que con obras de infraestructura se cambia el país.

Destacan como dictadores Rafael Carrera (conservador), Justo Rufino Barrios, José María Reina Barrios, Manuel Estrada Cabrera, otros militares, hasta llegar Jorge Ubico, todos estos liberales. Así principia a escribirse la historia política de Guatemala.  Tras un breve paréntesis democrático positivo, se vuelve a gobiernos militares autoritarios.  Misma tónica, pocos cambios sustanciales.

Llegamos al período de la democracia actual, con un sistema político construido sobre las bases de aquel pasado histórico.  ¡Tampoco llega el cambio! Por eso los marginados sectores populares, grupos indígenas y cierta ciudadanía urbana, creen que hay poco que celebrar.

Fue bueno romper con España; menos mal que se derrumbó Iturbide; y lástima que no se logró la unión centroamericana.  Pero no hemos aprovechado la democracia.  Estamos hoy, 200 años después, con un Estado fallido, que no promueve el bien común y con instituciones endebles que no cumplen su cometido.

La economía del país ha crecido, pero no se han resuelto los problemas sociales.  El atraso es evidente y así lo muestran los índices de pobreza, educación, salud, desnutrición infantil, economía informal y falta de oportunidades, entre otros. Además, la corrupción es galopante.

Guatemala es una Patria noble y maravillosa en muchos sentidos, pero con una clase política deplorable, que mata cualquier motivo para celebrar el bicentenario. 

La historia está marcada por traición, intereses espurios, ambición, autoritarismo, incapacidad y falta de auténtico sentido patriótico. Lo peor, no parece que se quiera cambiar.