¿Puede haber un «país de las maravillas» con corrupción?

Cada año, los miembros de la Asamblea General de la ONU escuchan “maravillas” sobre Guatemala… pero esas “maravillas” están alejadas de la realidad.

Gonzalo Marroquín Godoy

En el año 2014, Otto Pérez habló de su Cruzada contra la desnutrición, Jimmy Morales no se quedó atrás con el tema y repetía que impulsaba la lucha contra la desnutrición.  Alejandro Giammattei quiso superar a ambos predecesores y anunció con bombos y platillos que lleva a cabo una Gran Cruzada contra la Desnutrición. Pero todo sigue igual.

En su discurso en la ONU, el mandatario guatemalteco destacó grandes avances en la materia.  Apenas ayer en TV Azteca salía una vocera de UNICEF diciendo que hay peligro de que aumente la desnutrición infantil crónica que, como se sabe, afecta a la mitad de niños menores de 5 años, el peor índice a nivel latinoamericano.

Me refiero a este caso particular porque cada año los presidentes guatemaltecos aprovechan la oportunidad de viajar a Nueva York para asistir y dar un discurso ante la Asamblea General de la ONU.  Ningún presidente ha faltado a la cita.  Lo curioso es que cada uno ha presentado una Guatemala muy distinta a la realidad.  Si todos los logros presentados por ellos fueran ciertos, nuestro país sería un ejemplo para el mundo.

Cada uno de ellos se hace parecer al traidito de una serie de Netflix sobre política.  O bien, los podríamos ver como aquel triunfador que salía en los anuncios de cigarrillos Rubios –valga la publicidad– siempre ganador, siempre cuidando de la comunidad.  Pero como aquella publicidad, no fueron más que simuladores de algo que no es realidad.

Cada año, en las salas de redacción solíamos incomodarnos al escuchar los discursos presidenciales, pues todos mostraban el mismo país de las maravillas, mientras la realidad es muy diferente, porque es el país de la pobreza, el sufrimiento, de la expulsión de ciudadanos hacia la migración y la falta de oportunidades.  Un país marcado por la corrupción y cada vez mayor impunidad.

El presidente Alejandro Giammattei mencionó casi todos los problemas que enfrenta el país, pero vistos como si ya estuvieran solucionados o en vías de serlo, cuando la realidad es muy diferente. 

Desde su perspectiva, somos campeones en la lucha contra el narcotráfico, aunque se sabe del contubernio de altas esferas con los cárteles; sobre la migración, habló de construir muros de prosperidad, pero ni siquiera se pone la primera piedra; como todos los gobernantes anteriores, dijo que se generan nuevos puestos de empleo, pero en la práctica sigue predominando la economía informal y la estabilidad macroeconómica depende principalmente de las remesas que envían los migrantes.

Habló del crecimiento económico previsto para este año, pero no le dio crédito a que este no podría darse si no fuera por esas mismas remesas. Mencionó avances en tema ambiental, pero no se comprometió a tomar prácticas de buen vecino para –al menos– impedir que sigamos siendo un contaminante de las playas de Honduras, para solo citar un ejemplo de la realidad.

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Casi siempre los presidentes muestran algo de vergüenza y dicen que se trabaja con transparencia, aunque no sea verdad.  Giammattei ignoró el tema. Al menos es un reconocimiento tácito en el sentido de que sabe que no tiene absolutamente nada que presentar y, por el contrario, sí mucho que esconder.

La verdad es que no se puede atribuir de manera exclusiva a la corrupción la falta de atención a los graves problemas nacionales, pero sí es evidente que eso, sumado a la incapacidad e ineficiencia institucional, explica por qué estamos como estamos y qué por eso nunca mejoramos.

¡Ah!, pero, aunque pidió ayuda e inversión extranjera, se dio el tupé de reclamar que la misma llegue sin exigencias. Claro que cualquier país que da asistencia tiene el derecho de exigir que sea invertida con transparencia.  Por eso fue que Estados Unidos retiró la ayuda al MP, porque considera que la fiscal general, Consuelo Porras, no es de fiar.

Nunca se lleva a Nueva York la basura. Esa la dejan aquí siempre.  Aquí queda la falta de institucionalidad –que explica por qué nunca hay resultados significativos–, aquí queda todo el empeño gigantesco –¡ese sí!– por construir impunidad.  Así, con discursitos allá, quieren tapar una realidad que aquí duele.

Si tan siquiera hubiera algo de esfuerzo, se podría avanzar de poco en poco.

El país de las maravillas sigue siendo el que soñamos. Por ahora, insisto –porque duele lo que sucede–, estamos ante un Estado fallido.