El juego consiste en que la mano que mece la cuna (los verdaderos dueños del país) nunca aparezcan públicamente como los gestores de este latrocinio. No importa que las mentadas maternales las reciban los mayordomos y demás servidumbre, pues no solo les retribuyen bien, sino que les dejan un pequeño margen de autonomía relativa para que ellos hagan sus propios negocios y se enriquezcan, no demasiado, porque si no, el jueguito pierde la gracia. |
José Alfredo Calderón
Historiador y analista político
¿No les parece extraño que hasta el CACIF habla de combatir la corrupción? ¿Será que los empresaurios[1] de pronto se han vuelto honestos? Ahora resulta que la corrupción, de izquierdas y derechas –dicen las derechas– es el principal problema del país. Lo risible es que las izquierdas nunca han gobernado desde 1954 y su corrupción (que la hay) se limita a expresiones concretas y mínimas, pues no controlan el Estado y su expresión política es marginal.
¡Todos contra la corrupción, pero no contra sus causas! Es el trasfondo de este repentino “despertar de las conciencias”. El objetivo estratégico de las élites económicas es que todos los que sufrimos con el sistema, nos enfoquemos en ese constructo abstracto que es la corrupción, y no señalar el mecanismo que la genera.
Los mass media (comunicación de masas) se esfuerzan en transmitir un mensaje único y simultáneo dirigido a una audiencia masificada, heterogénea y anónima, lo cual, a su vez, genera una manipulada opinión pública. Lo hacen no solo con el tema de la corrupción sino con muchos otros. Estos operadores mediáticos, no son élites, aunque se esfuercen en parecerlo. Su función, como parte de los aparatos ideológicos del Estado (AIE) es diseminar un pensamiento único y distorsionado para que las masas nunca se enfoquen en el modelo económico, y a quienes lo detentan, como los responsables de todos sus males.
La corrupción es el último eslabón de una cadena cuya dinámica perversa es la siguiente:
El modelo económico depredador que genera todos los privilegios para unos pocos se vale de una estructura de desigualdad social, económica y política, que dicho modelo (y sus detentadores) provocan. Esta correlación, genera a su vez, un estado de impunidad que blinda a la gran corrupción y condena a la de menor escala, incluso, la que proviene de sus propios operadores.
La perversión está, precisamente, en echarle la culpa a los “ladrones que roban”, excluidos ellos por supuesto. En este sentido, la evasión de impuestos a gran escala o la negación o escamoteo de las prestaciones laborales legales, no son propiamente corrupción, dicen ellos. Tampoco lo es el financiamiento electoral ilícito, el pago de netcenters para atacar el pensamiento crítico ciudadano o las grandes coimas para obtener beneficios del Estado.
La corrupción la dirigen a sus operadores políticos: funcionarios públicos de toda gama y nivel; proveedores del Estado, políticos tradicionales y de ocasión, congresistas y, en menor medida, abarcan élites militares y fundamentalistas. Estos operadores están conscientes que su función es soslayar la responsabilidad de sus patrones y financistas, recibiendo ellos, el escarnio público como causantes de todos los problemas del sistema. Pero este costo moral no es gratuito, las cosas no son como antes y, cada vez más, las tarifas por iniciativas de ley favorables a las élites económicas, bloqueo de otras, sentencias judiciales y disposiciones gubernamentales en el mismo sentido, son cada vez más altas.
El juego consiste en que la mano que mece la cuna (los verdaderos dueños del país) nunca aparezcan públicamente como los gestores de este latrocinio. No importa que las mentadas maternales las reciban los mayordomos y demás servidumbre, pues no solo les retribuyen bien, sino que les dejan un pequeño margen de autonomía relativa para que ellos hagan sus propios negocios y se enriquezcan, no demasiado, porque si no, el jueguito pierde la gracia.
Este anonimato por el que tanto se esfuerza el capital oligárquico y corporativo –fundamentalmente– fue interrumpido brevemente por la CICIG, cuando sentó al G-8 en el banquillo público e incluso les hizo pedir perdón por algunos de sus pecados, con énfasis en la evasión fiscal, el financiamiento electoral ilícito y el sistema de coimas privadas para obtener privilegios del erario.
Hay otra dinámica correlacional que esconde el juego perverso, la cual consiste en concentrar a todos los empresarios en el CACIF, cuando este es solo la representación administrativa empresarial y herramienta legal para cumplir los designios que ordenan los que parten el bacalao, es decir, el G-8, las ocho corporaciones más grandes y fuertes que implican a un aproximado de 22 familias. Siete de estas corporaciones pertenecen al capital oligárquico y solo una al capital corporativo (CMI), los que, según los primeros, podrán tener tanto dinero como ellos, pero sin pedigrí.
Para cerrar la ecuación, FUNDESA opera como conexión entre el G-8 y el CACIF, disfrazando sus operaciones como educativas, sociales, de caridad y otras, cuando en realidad, su verdadera función fue generar hegemonía dentro del sistema de dominación, pero ha fracasado. Por esto, este no-país tiene una clase dominante más no hegemónica (dominación por consenso).
En otras entregas ya he explicado las diferencias entre capital oligárquico, corporativo y emergente, todos atravesados por el narco, el gran elector. Por ello, por razones de espacio, no insistiré en estas caracterizaciones.
Ahora ya sabe, estimado lector/a, cinco cosas muy importantes para su claridad política:
- La corrupción es efecto y no causa. Cualquier esfuerzo por concentrar en ella la causa de todos los males, es pura manipulación de los verdaderos causantes de nuestra tragedia, por medio de sus operadores.
- La corrupción es posible por la impunidad, la cual, a su vez, es generada por una estructura de desigualdad social, política y económica, que se deriva y sirve a los intereses de quienes detentan el modelo económico depredador.
- Aunque usted concentre su malestar en contra de los operadores políticos de las élites: diputados, funcionarios públicos, alcaldes; directivos de partidos, asociaciones gremiales, cámaras y gerentes de mass media; ahora ya sabe a qué se refiere el término: la mano que mece la cuna.
- No todos los empresarios son clase dominante y se debe distinguir entre capital oligárquico, corporativo y emergente. También debe tener claro el papel que cada aparato de dominación juega en la trilogía: G-8, FUNDESA y CACIF (en ese orden).
- El narco para nada es un factor externo. Hoy más que nunca puede hablarse de narcoélites, pues su amalgama es evidente.
[1] Distingo empresaurios de empresarios, porque si bien la mayoría entran en el saco perverso, hay un buen número, aunque sea minoritarios y menos poderosos, que no encajan en el término.