PROVOCATIO: Resignación con aires de derrota

No se cree en organizaciones, ni equipos, ni planes, ni programas, ni fundamentos ideológicos colectivos. Todo se reduce a un salvador, “mejor si no es político y que tenga algo de pisto para que robe poquito”, dicen los ingenuos y resignados habitantes de esta comarca con ínfulas de país.  

José Alfredo Calderón E.

Historiador y analista político

Ya en varias ocasiones he comentado que Guatemala no cuenta con una masa crítica ciudadana sólida, organizada, amplia y beligerante. Este territorio de 108 mil kilómetros cuenta con 16 millones de habitantes (ni siquiera certeza de ello hay) y un porcentaje ínfimo de ciudadanía consciente pero sin mayor incidencia. Entre la ignorancia, el hambre y la alienación, esta población no alcanza a entender qué pasa exactamente y su accionar (cuando lo hay) es torpe, cortoplacista y difuso.

Para efectos didácticos, establezco varios bloques poblacionales con sus dinámicas y alcances variados.  En primer lugar, el segmento mayor, que vive en pobreza y extrema pobreza, el cual, está condicionado por su propia precariedad. Su prioridad es la búsqueda del sustento diario y luego, tratar de satisfacer sus necesidades materiales más básicas. La pandemia, viene a vulnerar aún más a este segmento, por lo que cualquier ejercicio mental o práctico para hacer o pensar en política, es una quimera.  

En segundo lugar, creciendo cada vez más, hay un grupo amoral a quien el statu quo beneficia de variadas formas, por lo que cualquier modificación de la realidad, atenta contra sus privilegios espurios.

En tercer lugar, hay un bloque heterogéneo con tres áreas demarcadas.

  1. Grupo de personas con diferentes niveles de molestia pero que adoptan una irresponsable resignación frente al caos. Este segmento rechaza la organización colectiva o, por lo menos, no le entusiasma. Se refugia, principalmente, en lo religioso y todo se lo deja a la divinidad, imaginario muy marcado en casi toda la población.
  2. Grupo de conciudadanos cuyo malestar poco a poco se ha convertido en rabia, pero, paradójicamente, a la vez está lleno de impotencia. Detestan lo que está pasando y cómo la perversión nos ha llevado a un hoyo negro, pero su falta de claridad política no les permite leer adecuadamente su entorno y la dinámica de lo que pasa. En consecuencia, su reacción es diluir su frustración en redes sociales; y, los más inquietos, solo atinan a generar acciones aisladas de activismo sin mayor impacto. No hay plan, no hay programa político ni orientación ideológica firme, tampoco liderazgos. En estas condiciones, la lanchita ciudadana no llega a barco y navega a la deriva.
  3. Grupo de personas, supuestamente más iluminadas, que racionalizan la crisis y buscan en la institucionalidad del sistema una salida mediata y que, indefectiblemente, desemboca en el mismo lugar: las siguientes elecciones de turno. Algunos con buenas intenciones y otros no tanto, este segmento es el mejor aliado del sistema y sus aparatos ideológicos.  Frases trilladas como pregonar la no violencia, la unidad de los guatemaltecos, el amor por una nación que no existe, un moralismo mojigato que clama por volver a los valores tradicionales, el rechazo a la polarización y una desaforada inclinación por las instituciones, a sabiendas de su porosidad, precariedad, cooptación y carácter espurio de quienes las dirigen.  Estos personajes compran o venden, según el caso, esa narrativa elitaria que desde 1954 vienen reproduciendo los agentes del sistema y que tomó mayor fuerza a partir de la llamada apertura democrática en 1984 y que se consolidó con los llamados Acuerdos de Paz en 1996.

La institucionalidad viene siendo algo abstracto pero muy parecido a la sacrosanta propiedad privada y el modelo económico neoliberal, pilares del statu quo. La consigna pareciera ser que toda salida a una crisis no debe atentar contra las instituciones y, menos, contra la democracia. Por eso, las alegres elecciones devienen en la llave mágica para resolver cualquier entuerto nacional. “Cada cuatro años se tiene el poder de cambiar lo que no nos gusta”, dicen orondos los defensores de un sistema político-electoral no solo caduco, sino perverso.

Reducir la democracia al ejercicio de elecciones cada cuatro años, es caricaturizar la política. Una verdadera democracia debe ser integral, permanente, participativa y legítima, componentes lejanos para nuestra experiencia tropical.   

En principio, se carece de un verdadero sistema de partidos políticos, es decir, aquellas instituciones de derecho público que intermedian entre el Estado y la sociedad, las cuales, deben contar con sólidas estructuras organizativas, programas políticos serios e ideología definida.  Con la desaparición de la Democracia Cristiana Guatemalteca en 2007, feneció la última organización que podía denominarse un partido[i]. Lo que se tiene ahora es una serie de plataformas electoreras oportunistas, corruptas y perversas. Incluso la UNE, que perfilaba para ser una institución más sólida que el resto, se cae a pedazos por la necedad y perversión de Sandra Torres y su banda de hampones.

Por otra parte, la cooptación del Estado ya alcanzó el punto de no retorno y acaparó la casi totalidad de la tan cacareada institucionalidad. Los tres organismos del Estado y todas las instituciones derivadas están en manos de una gavilla de delincuentes y las honrosas excepciones no solo son mínimas sino carentes de incidencia básica.

Adicional a lo anterior, los mecanismos electorales están viciados desde antes de las elecciones por cuatro elementos puntuales:

  • Las élites y grupos emergentes adláteres son quienes patrocinan a candidatos y “partidos”, con las obvias consecuencias de su cooptación.
  • La Ley Electoral y de Partidos Políticos –LEPP– fue diseñada para restringir una amplia y legítima participación, estableciendo mecanismos sistémicos que garanticen éxito a quienes cuentan con mayores recursos económicos y amañadas asesorías politiqueras.
  • El Tribunal Supremo Electoral –TSE– se encarga de depurar a los agentes que no convienen al sistema, favoreciendo a las opciones conservadoras y corruptas.
  • Campañas masivas que se parapetan de infomerciales o spots cívicos para evadir el techo financiero que la LEPP establece, van delineando una opinión pública a favor o en contra de personajes y corrientes.

Para más INRI, la mayoría de la población sigue creyendo en cantos de sirena y compran fácil la necesidad de un mesías político que venga a resolver los problemas nacionales. No se cree en organizaciones, ni equipos, ni planes, ni programas, ni fundamentos ideológicos colectivos. Ni siquiera se esfuerzan por conocer el historial de los candidatos. Todo se reduce a un salvador, “mejor si no es político y que tenga algo de pisto para que robe poquito”, dicen los ingenuos y resignados habitantes de esta comarca con ínfulas de país.

Las alegres elecciones, en consecuencia, son tan solo una penosa e inútil válvula de escape y catarsis para una ciudadanía azonzada que solo vota, pero que, en realidad, nunca elige.  

¿En qué bloque o área de personas se reconoce usted estimado lector?

José Alfredo Calderón E.

Historiador y analista político


[i] MLN, PR y PGT fueron junto a la DC, los únicos partidos políticos de 1954 a 2007. El resto, solo son o han sido, plataformas electoreras de ocasión, patrocinadas y/o acaudilladas por personajes espurios.