PROVOCATIO: El pueblón

José Alfredo Calderón E.

Historiador y analista político

Se podrían encontrar muchas definiciones de “pueblón” pero la acepción que quiero destacar ahora es la de un territorio, más o menos grande, con bastante gente y que a pesar de los adelantos mundiales en tecnología, educación, arte, cultura, sociopolítica y economía, sigue siendo una población caracterizada por las prácticas simplonas e incluso insulsas. Precisamente el carácter indeterminado de personas y el tamaño del territorio es clave en el concepto, pues en gran parte de la terminología de los “pueblones” se acostumbra hablar en términos de: “mucho”, “poquito”, “casi”, “viene siendo” y las infaltables apócopes como “Guate”, “Huehue”, “Suchi”. Podríamos señalar más características con este punto de referencia tan sui géneris, pero creo que el concepto ya se definió como acción metodológica inicial.

La República de Guatemala fue creada oficialmente el 21 de marzo de 1847, aunque el espacio geográfico que ocupaba ya tenía su propia historia, destacando el proceso de independencia política de España junto a las Provincias Unidas de Centroamérica, de lo cual ya hemos hablado con sus particularidades, que podrían definirse como folklóricas si no fuera por la terrible saga que ello implicó.

El Estado Moderno o Estado Nacional, se crea con la Reforma Liberal de 1871 y su proceso de consolidación tuvo como pilares las tres dictaduras cafetaleras de Barrios, Estrada y Ubico. Fue hasta la revolución de 1944 que Guatemala entra en el escenario mundial como una nación propiamente dicha, pero sin perder esas características que la definen como “pueblón”: lugar donde el chisme sustituye a la información, el rumor al diálogo y las cosas sin importancia asumen categoría de Estado.

Dejaré por aparte los comentarios de los viajeros europeos que visitaron nuestro bello paisaje en el siglo XIX y que no nos dejan muy bien librados. Aludiré a esa forma tan tropical de hacer política y las formas tan especiales de comunicación que tenemos los guatemaltecos. Si no fuera por el impacto que estas estampas tienen en la realidad política, social y económica del país, estos sucesos solo llamarían a risa.

Hace algunos años escribí sobre la falsedad de que la algarabía popular fuera la razón por la que un grupo de curiosos y acarreados llenaran la plaza central en el momento en el que se “decidía” la independencia un quince de septiembre de 1821. En su momento citaba: “El tesorero Manuel Vela los calificaría, poco tiempo después, como una “gavilla de hombres comprados” (https://cronica.com.gt/entre-mentiras-y-traiciones-de-independencia-2a-parte-y-final/).

Truncada la vía capitalista de desarrollo en 1954, Guatemala vivió una larga dictadura militar que duró 31 años; luego vino el período llamado democrático o, más bien, de apertura democrática. Las herramientas políticas no cambiaron mucho con el paso de los años, el “pueblón” siguió con prácticas básicas para ganar elecciones, porque la nuestra, es una democracia de mentiritas, la gente se alborota cada cuatro  años y las plataformas electoreras (que no partidos) buscan dos cosas para participar: un cacique (no líder) y uno o más financistas, cuyo capital, por supuesto, puede tener cualquier origen, ya que esas nimiedades no importan a nadie hoy en día.  

Uno pensaría que todos los espacios y dinámicas humanas debieran irse complejizando con el desarrollo, aunque en nuestro caso, lo que hay es crecimiento cuantitativo y no cualitativo; razón por la cual se siguen dando una serie de anécdotas que más parecieran propias del siglo XIX. Cito un ejemplo: en las elecciones de 1999 no fue posible la participación del general José Efraín Ríos Montt debido a la prohibición constitucional en el artículo 186 de nuestra Carta Magna. Como ustedes recordarán, Alfonso Portillo fue el candidato en esa ocasión, aunque quien dirigía y decidía era el famoso general, cuyo carácter de hierro hacía temblar a todo el equipo del FRG. En cierta ocasión, ya con la campaña en apogeo, se programó una concentración en San Antonio Suchitepéquez, pero por la premura del tiempo no se pudo organizar como era debido, lo cual hizo montar en cólera al genocida ya que se tuvo que suspender. Sin embargo, el enojo surtió efecto, pues al final, un personaje de su equipo (quien me compartió la anécdota) le informó al general que se podían desplazar desde Retalhuleu a San Antonio pues siempre sí, se llevaría a cabo la concentración. Lo que se le ocurrió con tan poco tiempo fue comprar todas las ametralladoras de cohetes de la localidad, incluyendo en comunidades vecinas, para que, con la interminable tronadera, los vecinos salieran de sus casas y se apersonaran en el parque central del pueblo, haciendo exitoso el “mitín”, no por el discurso y otras cosas sustantivas sino porque se congregó mucha gente, y esa ha sido la medida de evaluación de estos actos políticos. La ocurrencia del 15 de septiembre de 1821 se volvía a usar en 1999 con gran efectividad.

Otro recurso muy utilizado es el de fijar en el imaginario social los nombres de los caciques de turno, con énfasis en sus apellidos. Así tenemos a un Julio Cesar Méndez Montenegro que gana fácilmente las elecciones de 1966, siendo un candidato de última hora ante el asesinato de su hermano Mario semanas antes de los comicios. Es lo único que podía hacerse, dijeron en su momento los dirigentes del Partido Revolucionario, ya que la gente votará por los mismos apellidos afirmaron, y tuvieron razón.

Misma situación se dio ya en épocas más recientes en un pueblo de Zacapa, en donde prácticamente obligaron al hermano de un candidato asesinado para presentarse –también a última hora– como candidato y resultó ganador.   

Con el auge de las redes sociales, las cosas siguen sin cambiar mucho y, peor aún, el “pueblón” sigue sin cambiar y ahora los famosos trending topic (temas del momento) se erigen en “opinión pública” y marcan la discusión ciudadana. De esta cuenta, cualquier “influencer” sin el mayor sentido común (ya no digamos formación) puede desatar verdaderas hecatombes mediáticas.

La indignación en redes no trasciende de la misma y, en la balanza, pesa mucho más un comentario despectivo de David Failtelson (periodista mexicano) en contra de la selección de futbol de Guatemala, lo cual generó, en efecto, una reacción en masa increíble, más que cualquier acto de barbarie o corrupción.

Cito otro ejemplo, el caso del conocido y ahora famoso Lobo Vásquez, un simpático caballero de condición muy precaria, cuya familia pasaba por un luto y a quien se le ocurrió grabar un vídeo para participar en un concurso de baile en el que se podían ganar $100, según recuerdo. La grabación se volvió viral y ahora, la discusión sobre la naturaleza, alcances e impacto de su rutina de baile y su interrelación con empresarios que lo invitan, ha devenido en apasionada interpretación sociológica, antropológica, sociocultural y económica. Apretadas y grotescas discusiones sobre las connotaciones neoliberales de su actuación y el aprovechamiento del capitalismo salvaje por una parte, y por la otra, la reivindicación popular de la subalternidad a partir del baile “disco” y su contrastación con las formas burguesas de existencia.

Por si fuera poco, los protagonistas de estas insulsas trifulcas mediáticas no se reducen a personas sin instrucción. Esta marea es contagiosa y, penosamente, algunos ciudadanos con supuesta lucidez básica, terminan participando de esta suerte de pendejismo tropical, en lugar de poner atención a los verdaderos problemas y los mecanismos de dominación y expoliación que son cada vez más graves y abusivos.

¿Reír, llorar, enojarse? Por el momento mejor lo asumo como caso de estudio y evito que se me tuerza la cara.

José Alfredo Calderón E.

Historiador y analista político