PROVOCATIO: Manual elitario para golpes y autogolpes

El Serranazo fue la tormenta perfecta y la caída en desgracia del susodicho, les facilitó a las élites dominantes de la época, responsabilizarlo de lo que fuese, incluyendo el crimen de Epaminondas, cuyo asesinato en abril de 1994, se simplificó, como pasa con tantos otros pero que, en realidad, fue producto de un entramado complejo no tan público.

El martes 25 de mayo se cumplieron 29 años del primer autogolpe de Estado abierto, público y reconocido.  El primero, en realidad, fue el de Gabino Gaínza, quien en la mañana del 15 de septiembre de 1821 era el Capitán General del Reino en representación de la Corona Española y en la tarde del mismo día, se convertía en el primer presidente de las Provincias Unidas de Centroamérica.  En esa época todavía no existía la República de Guatemala, la cual surgió hasta el 21 de marzo de 1847 con Rafael Carrera; por lo que podemos decir que el autogolpe de Jorge AntonioSerrano Elías el 25 de mayo de 1993, fue el primero en 146 años.

Tan entusiastas como superficiales opiniones surgieron y seguirán surgiendo en torno al famoso evento.  La mayoría se referirá con detalle a lo que pasó, con datos más o menos verídicos, de personajes, fechas, horas, lugares y demás supuestos, pero concluyendo –ellos y ellas– que el Serranazo fue “una barbaridad” (menos para las élites) y que nos debería servir de lección para evitar futuras dictaduras; como si la de 1954 a nuestros días no lo fuese. 

Quienes nos dedicamos al estudio de la historia como una ciencia, insistiremos en el necesario y aleccionador enfoque sistémico y estructural, para dar una mirada seria, global y más profunda a los hechos. 

La narrativa elitaria y del ejército hizo creer a las mayorías que, en 1985, con la nueva Constitución Política de la República, el camino a la verdadera democracia quedaba allanado.   Lo cierto es que, si bien ya no se recurría a burdos golpes de Estado tradicionales y pactos militares que sometieron el poder civil al militar, la nueva modalidad, con el primer presidente electo dentro de la democracia controlada[i], fue los golpes de Estado técnicosDurante el gobierno de Vinicio Cerezo se fraguaron varios de ellos, pero los más claros y evidentes fueron los de mayo de 1988 y 1989; el segundo más abierto al ojo crítico que el primero, pero siempre, solo del conocimiento de algunos que hicimos el análisis político. 

Es importante señalar que, como una poderosa advertencia militar, el 1 de agosto de 1989 fue asesinado el líder democristiano Iván Danilo Barillas Rodríguez, sin duda alguna, el más carismático y brillante dirigente de la Democracia Cristiana Guatemalteca, quien seguramente, hubiera sido el candidato presidencial en 1991 en lugar de Alfonso Cabrera Hidalgo, cuya carencia de simpatías le hizo víctima del humor chapín.  Así mismo, a Danilo se le debe el inicio de las pláticas de paz en España entre la guerrilla y el gobierno, cuando fue embajador de Guatemala en dicho país, quizá la razón más importante de su asesinato. 

El presidente Cerezo estaba consciente que, a pocos días de las elecciones generales de 1991, su partido no podría repetir y entonces tuvo una brillante idea para derrotar al entonces favorito Jorge Carpio Nicolle de la UCN (asesinado el 3 de julio de 1993).  Vinicio Cerezo tenía un programa televisivo semanal llamado “Conversemos”, y lo utilizó para organizar un cara a cara de él con Serrano quien aparecía muy rezagado en las encuestas.  El sello especial de dicha entrevista es que se difundió cual cadena nacional y prácticamente todos los guatemaltecos pudieron observar la “vapuleada” que le dio el después ganador presidencial (Serrano), a alguien que todos reconocían como un político muy hábil y un excelente orador.  Había un ingrediente adicional: el verdadero candidato presidencial a vencer era Ríos Montt quien finalmente no pudo competir por la famosa prohibición y Serrano cumplía con una característica similar al ex jefe de facto, era protestante.  El plan resultó perfecto, pues Serrano no tenía nada que perder en dicho programa y sí mucho que ganar, como al final resultó. 

Al margen de preferencias y animadversiones, Serrano Elías tenía lo suyo y el duelo se vio muy natural y espontáneo.  Tanto su padre como él, eran extraordinarios oradores y, en el caso del hijo, con un excelente palmarés de estudios.  De su talante ético son otros cien pesos.

Cuando Serrano da la “sorpresa” y gana las elecciones, llega con una debilidad partidaria enorme (18 de 116 diputados) y con el respaldo de pocos, pero muy influyentes empresarios.   Esto lo obliga a utilizar el erario para satisfacer las cada vez más exigentes extorsiones de los diputados hacia el poder ejecutivo.  Como era de esperarse, la cuerda se reventó, como pasa con todas las extorsiones, y no le quedó más recurso que decantarse por un autogolpe, de todos ya conocido. 

Varios empresarios que apoyaron la llegada del ex pastor protestante, después se erigieron en sus fervientes opositores.  El apoyo de su iglesia El Shaddai no fue suficiente y los militares que lo respaldaron en el autogolpe, más pronto que tarde, le dieron la espalda, fieles a la historia de deslealtad castrense.   Por cierto, dentro del Gabinete, el único que tuvo la dignidad de renunciar fue el ministro de Trabajo y Previsión Social, Mario Solórzano Martínez (Partido Socialista Democrático), de quien el gran escritor Mario Monteforte Toledo había dicho dos años antes del autogolpe: Solórzano es como el achiote en el arroz, no más de adorno.

Hay tres elementos esenciales que se suelen pasar por alto cuando se habla del Serranazo: el asesinato de Epaminondas González Dubón; el papel de la Instancia Nacional de Consenso –INC– y la Reforma Constitucional que las élites se recetaron en 1993, el verdadero objetivo estratégico de quienes manipularon la INC a su antojo. 

Aunque varios personajes públicos empresariales movieron y manipularon a la INC, hay un personaje fundamental de quien hasta hace poco se decía que “ponía y quitaba presidentes”.  Me refiero al que llamaron el barón de la política: Juan Luis Bosch, cuyo primo es la cara visible del consorcio, pero él era quien constituía el poder real, omnímodo y más o menos oculto.   

La manipulación era necesaria para esconder el objetivo estratégico que animaba a los empresarios, quienes tenían en la banca nacional, su principal herramienta de dominio.  Evitar que el Banco de Guatemala financiara al Estado y que, por supuesto, ellos lo pudieran hacer a través de lo privado y con intereses leoninos, era su sueño acariciado.  En el camino, se lograron otras reformas constitucionales que consolidaban su dominio y escondían el leitmotiv.  

El Serranazo fue la tormenta perfecta y la caída en desgracia del susodicho, les facilitó a las élites dominantes de la época, responsabilizarlo de lo que fuese, incluyendo el crimen de Epaminondas, cuyo asesinato en abril de 1994 se simplificó como pasa con tantos otros pero que, en realidad, fue producto de un entramado complejo no tan público. 

La famosa Instancia Nacional de Consenso unificó, muy puntualmente, al movimiento social y algunos grupos empresariales «progres», lo que amplió su espectro de acción, erigiéndose en el frente “antidictatorial” por excelencia. 

El Acuerdo Legislativo 18-93 de fecha 17 de noviembre de 1993 (Reformas Constitucionales) ratificado en consulta popular del 30 de enero de 1994, se basó en un proyecto redactado por Mario Fuentes Destarac, Luis Beltranena Valladares y Fernando Quezada Toruño, los tres, ligados a las élites y, en el caso de Quezada, hermano del capellán del ejército y posterior Arzobispo. 

El poder omnímodo de los bancos se catapultó con estas reformas constitucionales y luego se acrecentó, aún más, con el manejo centralizado de las remesas familiares. No está demás recordar que el sector bancario es el más pujante y “productivo” y siempre con tendencia al alza de gananciales financieros entre los negocios elitarios.

Serrano comprobó cómo, quienes desde una posición de poder político y económico lo habían colocado en el Guacamolón, luego lo traicionaron.  Misma suerte que corrió Alfonso Portillo, quien fue puesto por los mismos personajes corporativos y ya sabemos cómo terminó. 

Epaminondas era disidente en muchos sentidos y eso incomodó a las élites, máxime estando en la presidencia de la Corte Celestial (CC), lapso en el que sucedió el asesinato de Monseñor Gerardi, después de dar a luz el REHMI.  En este caso, dejaron pasar la Consulta Popular que dio legalidad a las reformas constitucionales (verdadero leitmotiv) y en abril de 1994 (un viernes santo), el presidente de la CC tuvo su escarmiento fatal.

La llegada de Ramiro De León Carpio a la presidencia, la depuración gatopardista del Congreso y la CSJ y otros entresijos, fueron el aliño perfecto para encubrir dos cosas vitales para las élites: El empoderamiento iterativo de los bancos que concentran el poder financiero oligárquico/corporativo/emergente, facilitó la aplicación del Consenso de Washington, las medidas de ajuste estructural y la privatización, todo lo cual llegó con Arzú. 

Estimado lector/lectora, no se entretenga más con los detalles superficiales, escudriñe lo no visible y compruebe una vez más, cómo la mano que mece la cuna ha partido y seguirá partiendo el pastel en Xibalbá, reservándose, siempre, los pedazos más grandes y jugosos.

José Alfredo Calderón E.

Historiador y analista político


[i] Término que los mismos militares usaban para referirse a esta “apertura democrática”.