PROVOCATIO: La trampa cuatrienal que sigue ilusionando

Si bien las elecciones de 1985 a 2023 no son tan burdamente manipuladas como antes, este lapso se basa en una “democracia controlada o restringida”, lo que hace que Naciones Unidas defina a Guatemala como un “Estado Híbrido”, es decir, una democracia formal basada en elecciones periódicas, pero que carece de los elementos constitutivos esenciales de lo que se conoce como democracia real.

José Alfredo Calderón E. (Historiador y analista político)

Pocos mecanismos del sistema guatemalteco funcionan tan bien como “las alegres elecciones”. Por muy mala que sea la situación política, social y económica del país; y por muy predecible que parezca el futuro, las ovejitas del reino siempre las esperan con gran expectación. Funciona tal y como el síndrome de la mujer maltratada, que no pierde la esperanza que el abyecto varón cambie.

Es tan poderosa esa extraña fuerza llamada esperanza, que en el engaño participa muchísima gente que tiene el privilegio del estudio, incluso universitario y de posgrado. A pesar de la evidencia histórica, la espera del nuevo mesías permanece incólume.

A dos años de los comicios de 2027, ya pululan mensajes, expectativas, apuestas y esfuerzos por subirse al caballo ganador. Son frecuentes las preguntas que nos hacen sobre quiénes “están en la jugada” y quién podría ser el “mero mero”. Mucha inquietud genera si “la doña” va a participar en su enésima aparición, aunque la expectativa parece venir más de los que se desvelan emocionados, pensando que a su candidato le vendría genial enfrentar a la eterna perdedora.

No gastaré mi espacio mencionando nombres de los próximos comparsas, pues ni licuándolos hacen uno bueno. Solo aportaré tres datos:

  1. Desde la llamada apertura democrática con las elecciones de 1985, NINGÚN candidato que no tenga el 70% de conocimiento público ha ganado. No me refiero a preferencia sino únicamente a ser conocido/a. Los invito a investigar este extremo, que ya he mencionado en varias de mis entregas.
  2. Una “nueva” candidatura, ganadora no se construye en dos años, por lo que el imaginario social guatemalteco está copado por tres personajes, a quienes tampoco mencionaré, para no darles aire.  Las opciones ya ni siquiera se pueden calificar de malas, por lo que la escogencia será, esta vez, entre el menos peor de los peores. A esto, debemos sumar que el ciudadano guatemalteco no vota a favor de alguien, sino en contra de…
  3. El único factor que podría cambiar lo anterior, se conoce como el “Cisne Negro”, una situación no prevista, completamente inusual y disruptiva, la cual, por desconocimiento académico, se manipula y por ello, muchos la confunden con la figura del “outsider”, es decir, una persona que interviene en política a última hora, pero que nadie conocía, aunque su dinámica en otros campos le haya permitido posicionarse en el imaginario social (caso Jimmy Morales).

En otra ocasión desarrollaré los incisos anteriores, pero ahora quiero centrarme en la trampa cuatrienal que le da título a esta columna.

  • Desde 1957, cuando se da la primera elección post contrarrevolución, también presenciamos uno de los tantos fraudes que acompañan la historia política del país, a pesar que se da entre candidatos de extrema derecha. La normativa electoral implementada en ese lapso, logra anular el financiamiento público (como es en la mayoría de países) y el internacional; ergo, solo se permite el financiamiento privado interno, es decir, de quienes tienen la plata = empresarios. Esta situación la calificó CICIG como el pecado original del sistema político: el financiamiento electoral ilícito.
  • De 1957 a 1985, todas, absolutamente todas las elecciones se dieron en el marco de una dictadura militar. De hecho, la actual Constitución se da en el marco de un gobierno de facto, el cual, la condiciona.
  • Si bien las elecciones de 1985 a 2023 no son tan burdamente manipuladas como antes, este lapso se basa en una “democracia controlada o restringida”, lo que hace que Naciones Unidas defina a Guatemala como un “Estado Híbrido”, es decir, una democracia formal basada en elecciones periódicas, pero que carece de los elementos constitutivos esenciales de lo que se conoce como democracia real.
  • Guatemala carece de un sistema de partidos políticos como tal. En su lugar, se cuenta con plataformas electoreras que buscan un candidato vendible y el respectivo financiamiento, cada vez más ostentoso, por cierto.
  • En los comicios solo “juegan” los apadrinados o permitidos por el sistema. Un susto como el que dio Thelma Cabrera del Movimiento para la Liberación de los Pueblos (MLP, ya cancelado) no vuelve a ocurrir. Ese cuarto lugar en 2019 causó agruras a todos aquellos que ven en el mecanismo electoral, la mejor garantía para que, estructuralmente, nada perturbe la continuidad.
  • Para hacer creíble la ilusión, se deben incorporar candidatos que puedan presentarse como “progres”, es decir, una pseudo categoría difusa que no es de izquierda ni derecha, sino todo lo contrario, pero que son comparsas del diseño electorero.
  • Sin llegar a ser, ni por asomo, un “cisne negro”, la victoria de Arévalo fue una sorpresa por la confluencia de diversos factores que no dependieron del partido y candidato ganador. Si bien esta situación no incomoda a las élites (bastante satisfechas, por cierto) hubieran preferido algo más cómodo y sumiso hacia ellos.
  • Un gobierno “progre” puede “gobernar” pero no mandar, como bien lo apuntó Vinicio Cerezo desde su propia experiencia. El mismo sistema se encarga que sus operadores desgasten a cualquier gobierno que no sea de derechas y el estado actual de la situación política es un ejemplo claro. La debilidad del gobierno de Arévalo, sin proponérselo, asfaltó la carretera electoral para que las fuerzas cavernarias regresen con toda su fuerza en 2027.

Todo lo anterior debe entenderse desde lo sistémico y estructural; de lo contrario, seguiremos como en el carrusel de caballitos de la feria: dando vueltas en el mismo lugar, pero sin ningún avance significativo.  


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