PROVOCATIO: La institucionalidad como cuco

Una vez consolidada una clase social alterna a la que era dominante, lo primero es garantizar que los privilegios que les corresponden como élite de turno, no sean amenazados. Cuando el nuevo grupo dominante ha roto la supraestructura política e ideológica del sistema económico o gobierno político anterior, inmediatamente surge una maraña cultural cuya misión fundamental es impactar en el imaginario social de los gobernados, para que el nuevo paradigma institucional no se cuestione, o si mucho, pueda modificarse de tal forma que lo esencial permanezca intacto.

José Alfredo Calderón E. (Historiador y analista político) 

A veces, me entretengo imaginándome las posibles causas de preocupación que tendrían las clases dominantes, sus adláteres y advenedizos a lo largo y ancho del devenir histórico.  ¿Cuál podrá ser el principal motivo que los inquieta?  Podría apostar que la Institucionalidad, esa que ha sido diseñada y , construida por y para ellos, para defenestrar la que, en su momento, construyeron sus propios enemigos.

Ese mantra de no romper con la institucionalidad ha tenido diversas formas, expresiones, intensidades y colores. Una vez consolidada una clase social alterna a la que era dominante, lo primero es garantizar que los privilegios que les corresponden como élite de turno, no sean amenazados. Cuando el nuevo grupo dominante ha roto la supraestructura política e ideológica del sistema económico o gobierno político anterior, inmediatamente surge una maraña cultural cuya misión fundamental es impactar en el imaginario social de los gobernados, para que el nuevo paradigma institucional no se cuestione, o si mucho, pueda modificarse de tal forma que lo esencial permanezca intacto.

La madre de toda la institucionalidad, entonces, deviene en el sistema político-electoral, que es el que permite llegar, conservar y gozar del poder, estableciendo las reglas de sostenibilidad de un nuevo período de dominio.  Todo lo económico, social, cultural, tecnológico y militar, es traspasado por la política; de ahí la importancia de controlar el timón de la nave llamada Estado.

Entre más “narrativa democrática” tengan los que llegan, la estructura multipartidaria parecería ser el mejor enfoque, siempre y cuando, la cantidad de partidos no afecte la esencia del sistema. Diversos colores, símbolos, banderas, estatutos, canciones, candidatos y discursos, pero todos enfocados en no modificar la estructura de una sociedad que “necesita” élites (la minoría) y masas inconscientes que acepten el destino de NO romper con la institucionalidad comprada y luego internalizada como propia.

Saco a colación todo esto porque cuando uno propone romper con lo establecido (y ya comprobado que no funciona para las mayorías), una de las críticas más recurrentes es el estribillo: “Hagamos cualquier cosa para mejorar, sin alterar la institucionalidad”.  Personas y sectores reaccionan igual que cuando atentan contra sus creencias culturales y religiosas, asumiendo que romper con lo establecido, es una especie de pecado político.

Una simple pero detenida reflexión nos invitaría a preguntarnos: ¿El sistema político-electoral que tenemos es efectivo? ¿se puede mejorar con cambios mínimos y no esenciales o necesitamos mayor radicalidad?  ¿A quiénes conviene seguir con el statu quo? ¿Por qué la reacción tan virulenta cuando se habla de romper con lo establecido y considerado como inalterable? ¿Por qué el concepto de cambio asusta tanto o pretende asustar? ¿Por qué esperar resultados diferentes haciendo lo mismo? Descartada la violencia como factor de cambio, la base social puede pensar en formas de organización y participación que no necesariamente se sirvan de lo partidario. La radicalidad consiste en ir a la raíz de los problemas, para solucionarlos de una vez por todas. No debemos comprar esos discursos que declaran como sinónimos, los términos radical y violencia.

Identifico cuatro grupos y motivaciones entre quienes hablan de mantener a toda costa la institucionalidad ante cualquier propuesta de cambio:

  1. Los grupos advenedizos y adláteres de las élites. Normalmente, estos no se involucran directamente, pues para eso tienen empleados y promotores ad honorem. Además, quienes diseñaron e impusieron esa institucionalidad tan conveniente a sus intereses, fueron ellos mismos, por medio de sus operadores.
  2. El narco.  Este sector ha logrado compartir el poder con las élites tradicionales, convirtiéndose en una nueva fracción dominante, que pronto,  ya no necesitará de ellos. Y si la actual institucionalidad no se mete con ellos, ¿por qué cambiarla?
  3. Huestes cada vez más sedientas de beneficios que el actual sistema les permite y que se erigen en comparsas para que el sistema siga funcionando sin cambios esenciales. Por paradójico que parezca, personas y grupos autodenominados “progres” entran en este grupo, pues subsisten gracias a este sistema, ya sea por asesorías/consultorías, “periodismo”, apoyos a sus ONG, fundaciones y asociaciones, así como otros beneficios.
  4. Las masas inconscientes, que ante su precariedad socio-económica y la carencia de formación política, viven sin claridad ciudadana, sin entender cómo funciona y afecta el adherirse a la corriente dominante.  Estas mayorías solo se mueven a partir de las dinámicas planteadas por la pirámide de Abraham Maslow, es decir, conseguir los satisfactores primarios: comida, techo, vestido y trabajo (aunque sea precario).

Lógicamente, nuestro grupo objetivo debe ser este último, junto a quienes ya tienen claridad de cómo funciona el sistema y creen en la necesidad imperante de cambiarlo. La masa crítica para romper con esta institucionalidad perversa está en este último segmento.  


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