PROVOCATIO: 48 horas en el IGSS (1ª. parte)

Crónica de una aventura personal

“Además de la popular bolsita plástica, muy útil para las compras del mercado, las instrucciones son rigurosas, con las chancletas sobre todo: “Les dije Suave Chapina” dice enérgica La Seño. Cuatro de los cinco mandaron a sus acompañantes a comprar las chanclas enfrente del nosocomio. Yo, obediente, un día antes, había hecho lo propio y adquirido la última moda en sandalias de hule chapín, color turquesa exótico, para más detalle.”

José Alfredo Calderón E.

Historiador y Analista político

Premeditación

Desde hace años tenía un hernia umbilical, más incómoda y fea que dolorosa, pero la sentencia del doctor apresuró la decisión: “Si usted no tiene grandes molestias ahorita, no espere, porque cuando las sienta, es porque va en ambulancia a una emergencia muy jodida”. Así, ¿quién no se ahueva? por lo que empecé el periplo entre clínicas y laboratorios de la Periférica de zona 5, la de zona 6 y servicios contratados (la famosa “tercerización”) durante meses previos a la pandemia. Por la misma, se fue postergando hasta que llegó una fecha asignada para la experiencia tropical: miércoles 9 de junio.

Episodio 1

Martes 8: Toca Lisopado, conocido en el mundo desarrollado como el hisopado, requisito sine qua non para ingresar a intervención quirúrgica. Para mi regocijo, negativo.


Miércoles 9 de junio: Ingreso al coloso Juan José Arévalo Bermejo. Los mecanismos comunicacionales del IGSS son tan eficaces como el sistema de vacunación de Yamanetti por lo que uno entra más perdido que chucho en procesión. Cien citas y nunca te dicen mayor cosa.

Fiel a como soy, me fui de preguntón con medio mundo y averigüé lo básico. No fue fácil, pero la asertividad ayuda un poco. La mayoría de las personas no preguntan y esperan con paciencia franciscana por lo que continúan a la deriva por horas sin fin. Afortunado yo, me tardé al final, apenas cinco horas y media para ingresar a las habitaciones del sexto nivel del hospital de la zona 6. Durante ese tiempo, logré cranear al menos 14 reingenierías del IGSS.

Evaluación: Para la primera llamada (de varias) hora y media después de mi ingreso, entro a la clínica y pienso que es hora de refacción por el montón de gente en un espacio apretujado y porque media hora antes les habían llevado una bandeja (donde suelen poner la medicina) llena de sanguches. Me atiende un doctor, asumo, porque no se presentan y se confunden con algunos enfermeros. Me mira el ombligo y sentencia: “Ajá, hay que operar, espere a que lo llamen”, obediente, me siento de nuevo (tuve suerte porque hay mucha gente de pie).

Mi mente malévola pensó que los emparedados (para decirlo con caché) eran para el personal apuñuscado en la clínica No. 1 de cirugía, pero ahí está que no, era la amable refacción que daba la bienvenida y paliaba el hambre de muchos que se vienen en ayunas. El panito venía acompañado de un juguito de manzana, al cual le entré, no así al primero que, por una advertencia básica de mi organismo y espíritu de sobrevivencia, preferí regalar a otra víctima, digo, colega paciente.

El junte: Segunda llamada. Una enfermera (de aquí en adelante llamada La Seño) nos llama a un grupo de cinco y nos da desaliñadas y diversas prendas que vienen siendo una amalgama de pashama de pobre y uniforme carcelario diverso. Como sigue habiendo mucha gente, nos dice: “Van a disculpar, pero se tienen que cambiar en este rincón”, refiriéndose a un microespacio de un metro por metro y medio. Imaginen, cinco adultos, dos de ellos bien dados (incluyéndome) haciéndonos un queso para maniobrar en “tan breve espacio”.

El distanciamiento social es para los anuncios, pensé en mis adentros. Ya vestidos en las fachas correspondientes, me recordé de la Huelga de Dolores y suspiré. La Seño nos dice de nuevo que volvamos a la atiborrada sala de espera y que nos volverán a llamar. A todo esto, mi amada haciéndome el paro respectivo, lo cual hizo la espera más llevadera. Eso sí, advierto su carita de espanto porque esta divina y elegante dama, nunca había tenido el barrio que, gracias a mí, ahora conoce. El término IGSS lo había leído en las noticias, pero no sabía de la esotérica experiencia que, en vivo, estaba coprotagonizando conmigo.

Lunch: Pasadas cuatro horas y ya con las tripitas avisando, La Seño (sí, la misma) nos dice que ya nos pueden salir a comprar nuestro almuerzo porque ahí no dan, claro, a coste de cada uno y para comer en la misma silla de la sala de espera. “La cena sí es por nuestra cuenta” nos dijeron y uno no sabe si alegrarse o preocuparse. Sancarlista que se precia, hace eso y mucho más, así que el hamburguesazo fue a paso ligero y sin hacerle caras al tormento. Nostálgico recordé aquellas giras artísticas de la USAC en el bus de agronomía, sin pisto y con muchas carencias, salvo el pulmón respectivo.

Episodio 2

Tercera llamada: ¡Véngase los que dijimos! dijo La Seño y bolsita plástica en mano, único “maletín” aceptado por el IGSS, nos dirigimos al elevador, donde el espacio físico entre seres vivos es pura poesía: Entran los que caben y unos cuántos más: ¡Chish pandemia! A todo esto, las 14 horas, se cumplen 6 horas.

Kit de ingreso: Además de la popular bolsita plástica, muy útil para las compras del mercado, las instrucciones son rigurosas, con las chancletas sobre todo: “Les dije Suave Chapina” dice enérgica La Seño. Cuatro de los cinco mandaron a sus acompañantes a comprar las chanclas enfrente del nosocomio. Yo, obediente, un día antes, había hecho lo propio y adquirido la última moda en sandalias de hule chapín, color turquesa exótico, para más detalle. Ante la obvia pregunta del por qué deben ser las suaves chapinas, la respuesta es categórica, “porque son las únicas que no resbalan”. Seguro, La Seño tiene presente que los baños se mantienen con pozas de agua todo el tiempo.

Pasta dental, cepillo y un rollo de papel higiénico, nada de celular, joyas, pisto o cualquier coquetería clasemediera urbana. Ya adentro, recordás a Eduardo Galeano: “Todos somos iguales, pero siempre hay algunos más iguales que otros”. Algunos, con celular a su disposición, nos dan carita a los incautos que seguimos las instrucciones.

Ingreso al área de los lamentos: Calladitos y obedientes, los cinco aventureros (todos hermanados por el problema de hernia) escuchamos a dos enfermeras bien alimentaditas quienes, con voz firme, daban las instrucciones. Más se trataba de lo que no debe hacerse, que otra cosa. Los cuartos tienen capacidad para tres pacientes (literal) y el espacio sí es adecuado. Eso sí, sin tele, como me había ofrecido La Seño de la clínica, pues solo cinco cuartos tenían y a los que entramos juntos a las 2pm, nos tocó habitación contemplativa para no distraerse con nada. La verdad que, ansiedad aparte, es buena la experiencia de estar sin el tal neflis, el celular y algún libro, así uno se concentra en los problemas fundamentales de la vida y la urgente necesidad de las 14 reingenierías pensadas en las cinco horas y media de la antesala de espera por la mañana.

Episodio 3

El sorteo: Nunca supimos cómo se escoge quién va primero al quirófano. Las enfermeras nos dicen que solo los doctores saben, que ya tienen una aplicación (APP), dicen las asistentes de los galenos. Según mis cuentas e info proporcionada, me operarían a las 7 am del jueves 10 de junio, pero “me tocó” a las 13 horas.

Tranquilo y en ayunas, esperé mi turno. Fue tan rápida la operación que cuando pregunté por qué tardaban tanto en pasarme a sala de operaciones, me contestaron: “Si a usted ya lo operamos” … no me carcajeé porque sabía que me dolería y, además, andaba todo zurumbo por la anestesia. “¿Ya siente sus piernas?” me preguntaron, y ese ahuevamiento sí es feo, uno no las siente y por más esfuerzo, no logra conectar cerebro con músculos. Pasó una eternidad y cuando pude moverme, una enfermera alertó al grupo exclamando: “El que faltaba ya se movió; ahorita lo pasamos a su cuarto”. ¡Aleluya! dije yo, pero todavía en estado ciudadano, es decir, todo azonzado.

El traslado: Me tocó un enfermero que creía que iba en carritos chocones y cual piloto raudo y veloz me llevó al cuarto de vuelta, lo que me provocó una peligrosa basca, como efecto de la anestesia, epidural en mi caso. Seguro el ágil movimiento del conductor me la provocó más.

Ya en mi cuarto, la idea del tiempo se volvió una nebulosa y como solo un pinche reloj había en toda la sala y uno no puede moverse, sería media noche y uno sentía que ya eran las 5 am del viernes 11 de junio. El día que crees que te dan de alta, la espera es interminable. La única entretención es ver pasar grupos de doctores y enfermeras a cualquier hora, por separado por supuesto, para no incurrir en igualamientos innecesarios pues las diferencias de estrato son evidentes.

Continuará con la segunda parte y final pues las aventuras se pusieron mas intensas.