No más corrupción ni pretendidos dueños/as de la nación

Marta Altolaguirre


Conforme pasan las semanas, las expresiones ciudadanas se han ido ampliando a todos los sectores, tanto en la capital como en el interior del país, con lo cual se evidencia la exigencia generalizada de contar con autoridades que cumplan y hagan cumplir los elementos esenciales implícitos de una república democrática; el respeto al desempeño de un Estado y que se corresponda con la forma óptima de Gobierno, como lo establece el artículo 140 constitucional.

En tal sentido, se ha puesto en evidencia la unidad de los ciudadanos conscientes que, a través de las redes sociales y virtuales, manifiestan el repudio a la deshonestidad y a las alianzas delictivas, pero también a la actitud de reyezuelos imperiales que surgen con regularidad en todo el mundo, especialmente en América Latina; esos aspirantes que con su labia populista ofrecen a cada quien alivio temporal, aunque no solución, y que lanzan discursos demagógicos y vacíos, aprovechando sus ilimitados gastos de campaña, con los que logran comprar el voto de gente poco informada.
Es un hecho ampliamente comentado: si algo terminó de exhibir la condición mental que motiva al candidato Baldizón, fue su reciente visita a la Organización de Estados Americanos y la entrevista en CNN con Fernando del Rincón. Por supuesto, contribuyó muy puntualmente el magistral análisis objetivo de Nómada, sustentando con citas el diluvio de mentiras expuestas en la sonada entrevista.
¿Pero por qué este señor dice cualquier cosa, hace cualquier cosa y ofrece cualquier cosa, aunque la falsedad de sus palabras sea evidente, aunque las maniobras no ortodoxas de sus seguidores sean producto de las instrucciones partidarias?
¿Se mueve así, porque se siente seguro que la penetración de sus aliados en los tres poderes del Estado le van a dejar indemne?
Lo hace, porque las encuestas desde tiempo atrás lo ponían a la cabeza, pero, al mismo tiempo, estas hoy lo ponen de cabeza. Lo hace, porque la conducta que refleja la decencia y la confiabilidad en un aspirante a la presidencia, no cuenta para nada. Solo cuentan sus millones ilimitados y su afán de constituirse en soberano de un pueblo.
No entiende que, precisamente, ese pueblo es el soberano que delega el ejercicio del poder y que no está dispuesto a volver a caer en las dictaduras de ningún tipo, que precisamente hoy se sostienen disimulando su rompimiento con las características de toda democracia, neutralizando los principios y derechos fundamentales reconocidos universalmente.
El candidato de LÍDER, hace tiempo que se siente dueño del país, con las implicaciones que esa actitud conlleva. De allí su envalentonamiento al desvirtuar la objetividad de las investigaciones MP-CICIG.
El colmo, fue afirmar que los resultados de las investigaciones eran dirigidas contra su partido, con el objeto de favorecer al Gobierno. ¿Cómo puede decir semejante cosa, cuando, en todo caso, el primer partido político debilitado por las investigaciones fue el partido de Gobierno, al arrojar evidencias claras de corrupción de los principales allegados al presidente?
La claridad que todos tenemos en cuanto a valorar esos principios ya establecidos pero incumplidos por las autoridades, nos ha unido y debe ser el lazo que permita dialogar sobre la forma más eficiente de promover el desarrollo del país.
Es interesante contrastar los vaivenes en el orden internacional, a partir del ambiente que prevaleciera durante la Guerra Fría y el contraste de aquellos objetivos y valores que las naciones desarrolladas intentaban generalizar con las condiciones que ha vivido Guatemala en los últimos 70 años.
Aquellos valores que fueron adoptados y reconocidos por el mundo occidental, también permearon otras latitudes, pero, en muchas naciones, como la nuestra, se han dado etapas en las que han quedado en papel esos principios y normas, plasmadas en los diversos convenios y tratados internacionales que, precisamente, enfatizaron los derechos humanos y los límites al poder público, tanto en la relación entre pueblos y sus Gobiernos como en el área internacional.
Los pasos que se han dado internamente en las últimas décadas, muestran cómo una mayoría de gobernantes ignoran el contenido de la Constitución Política de su país y, al empoderarse, proceden a alterar sus contenido para quitar los límites, destinados a fortalecer las democracias representativas y los derechos ciudadanos.
Muchos de esos Estados han sido sometidos a regímenes autoritarios y despóticos, por líderes absolutistas que burlan o reforman a conveniencia su ley suprema, mientras paralelamente apelan a conveniencia a las normas de tratados internacionales, ratificadas por su propio país, ignorando aquellos preceptos que les resultan inconvenientes.
El hecho es que los guatemaltecos ya vivimos múltiples dictaduras, unas abiertas y otras disimuladas; pero en este momento ya todos estamos claros que no queremos gobernantes que se crean dueños del país y de sus ciudadanos.