Mientras los casos remueven las pocilgas

RENZO ROSALRenzo Lautaro Rosal


Hablar del Estado resulta esencial en momentos donde estamos a la deriva a expensas de los acontecimientos que la coyuntura depara. No me refiero a la propuesta sacada de la manga de un ex presidente que en su momento se dio a la fuga precisamente por haber contribuido a la fragilidad del Estado, sino a las llamadas de atención que se dieron en paralelo a las movilizaciones sociales del año pasado, que anunciaba lo que ahora es realidad: el nivel de desgaste generado por la corrupción galopante no se resolverá del día a la noche. Claro que los casos, apresamientos, enjuiciamientos y sentencias en firme ayudarán sobremanera, al remover un montón de capas por décadas escondidas. Evidentemente el impulso de diversas reformas a leyes importantes, como la carrera judicial, también son pasos relevantes. Un paso mayor lo representan las propuestas de reformas constitucionales en materia de justicia que están siendo conocidas y discutidas en los diálogos regionales previos a pasar a las manos del Congreso. Ese entramado es esencial, pero al final de cuentas insuficiente.

Lo que se ha puesto de manifiesto es el ADN del estado guatemalteco. La lógica del robo a gran escala, la presencia de los saqueadores unos con antifaz y otros de cuello blanco, tampoco es nuevo. La idea de tomar por asalto al Estado, manipular las instituciones, corroerlas hasta donde sea necesario; son rasgos ideados y puestos en marcha desde la propia época colonial. A lo largo de ese período, los posteriores episodios conservadores, en la parte final del siglo XIX, las dictaduras del siglo venidero, la historia de los vejámenes se afianzó, las tácticas se pulieron, los actores involucrados se incrementaron. De la misma forma, los recursos estatales se volvieron más atractivos, se incrementaron, se volcó una parte de ellos a los territorios incluidos municipios con lo cual el proceso de saqueo se democratizó; todos querían tener acceso a unaparte del pastel. Generar un estado distinto, implica una tarea titánica. Implica repensar sus objetivos, la producción de múltiples agendas y planes de gran envergadura para que lo nuevo no signifique solo una pasada de pintura sobre las edificaciones viejas, pero aún fuertes. Significa no caer en la tentación de entregar el supuesto nuevo Estado a una nueva generación de piratas, muchos de los cuales están ansiosos e incluso alientan a que la llamada refundación del Estado adquiera más forma para entrarle a una nueva repartición de botines. Entonces, la primera gran tarea es diseñar a partir de lo que no queremos que se construya, la etapa de la negación; que debe ser también el momento para esbozar nuevos caminos, incluso muchos no experimentados antes. Esta primera etapa debe tener como premisa permanente, debatir sobre el Estado deseable; no sobre el Estado sometido perversamente a una permanente fragilidad que ha dado como resultado la suma de eventos del momento actual.

Debemos cuidar que el retorno de las discusiones sobre el estado se den con precisión, para no caer en las corrientes desvencijadas de los años ochenta, donde todo lo que olía a estatal era descartado por maloliente y detestable, canal equivocado para aportar las respuestas a una sociedad demandante a escala mayor. Ahora toca cambiar de rumbo. Considerar que el momento de caos acuciante es producto de un proceso cuidadosamente aceitado, que obliga a retornar a la discusión sobre el Estado deseable y posible. Otras naciones que han pasado por etapas de crisis por diversos lados, han podido transitar a ser estados democráticos, humanos, eficientes, que sirvan para la articulación de intereses diversos; incluso para poner orden ante expresiones disímiles. Por qué nosotros nos resistimos incesantemente en negar esa realidad? Repensar el estado necesario y factible debe ser la principal tarea para salir al paso de la espera de más agitaciones y eventos que son necesarios, pero insuficientes como respuestas. Mientras los casos deben seguir quitando porciones de impunidad, la sociedad en su conjunto y a la cabeza, las universidades y los llamados centros de pensamiento tienen enormes tareas que ya es hora que asuman con seriedad pero bajo planteamientos singulares, no repasados, dogmáticos o salidos de panfletos de las décadas atrás. En caso contrario, sigamos entretenidos con los eventos y posterguemos las miradas estratégicas.