Los presidentes y Chapultepec

Gonzalo Marroquin (3)

Gonzalo Marroquín Godoy


En 1994, poco antes de principiar mi participación en la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP), un grupo de intelectuales y periodistas se reunió en México D.F. para discutir sobre la libertad de prensa –que es parte de la libertad de expresión–, y finalmente se firmó lo que hoy conocemos como Declaración de Chapultepec, un documento en que se establecen diez puntos básicos para medir el respeto que se tenga al derecho a la información que tienen los pueblos.
El primero –que cito textualmente luego– es contundente y resume la importancia que tiene el libre juego de ideas, de información, y opiniones, en cualquier democracia: No hay personas ni sociedades libres, sin libertad de expresión y de prensa. El ejercicio de ésta no es una concesión de las autoridades; es un derecho inalienable del pueblo.
Por largo tiempo, entre 1996 y 2011, tuve la oportunidad de viajar por el continente y conocer al dedillo las complejas relaciones entre los gobiernos y la prensa independiente. Pude conocer, dialogar y discutir sobre el tema con presidentes y/o funcionarios del más alto nivel. También profundicé en el aprendizaje sobre la importancia de las libertades y del papel que juega la prensa en un sistema democrático.
Llegué a la firme conclusión de que aun con todos los defectos que se le puedan endilgar a la prensa independiente, la libertad de expresión no se debe restringir de ninguna manera y, por el contrario, los Gobiernos están obligados a permitir el libre flujo informativo e intercambio de ideas, siempre y cuando sean demócratas auténticos.
Hoy tenemos en Latinoamérica una larga lista de dictadores de mente y corazón, que hablan con palabra de demócratas. Pero eso sí, para ellos, la prensa –con su fiscalización, críticas y/o forma de pensar diferente– no tiene cabida y es el factor que distorsiona el sistema democrático.
Los discursos y actitudes contra la prensa de los Hugo Chávez (ahora Nicolás Maduro), Rafael Correa, Cristina Fernández y Evo Morales, sobre los mismos, y olvidan que toda persona tiene el derecho a buscar y recibir información, expresar opiniones y divulgarlas libremente. Nadie puede restringir o negar estos derechos. (Art. 2 Chapultepec).
Esa experiencia que tuve, sumada a los años acumulados de ejercicio periodístico, me ha permitido comprobar que la mayoría de políticos –no todos gracias a Dios– desarrollan una actitud de intolerancia muy grande. Es común, por supuesto, que cuando están en la llanura, en la oposición, los políticos buscan el alero de la prensa, pero cuando llegan al poder, les incomoda, especialmente aquella prensa que de forma independiente intenta informar, fiscalizar al Estado y criticarle cuando se equivoca o falla.
Ya en el poder, muchas veces predomina el autoritarismo, aflora la intolerancia, y se destapan los peores sentimientos de quien se cree intocable y dueño de la verdad absoluta. Además, suelen esconderse detrás de sus círculos de poder, porque pocas veces se atreven a debatir con la propia prensa sobre los temas. En ese sentido, entre los mencionados arriba, debo reconocer el valor de Evo Morales de defender personalmente sus puntos de vista. Con él pude discutir sobre el tema, los demás, jamás aceptaron el diálogo y se escondieron detrás de sus funcionarios, quienes repetían cual simples loros lo que sus jefes les enviaron a decir.
Guardando distancias y en un escenario muy diferente, la SIP es una especie de CICIG hemisférica que investiga y defiende a la prensa cuando es atacada u hostigada. Los gobernantes y políticos de todos los países responden igual que lo que vemos aquí: recurren al argumento de intervención extranjera, critican a la institución, sin debatir sobre el fondo de los temas: ¿hay o no hay violaciones a la libertad de prensa?.
Por supuesto que entre las muchas diferencias en este ejemplo que utilizo, es que la SIP no tiene un poder coercitivo legal, más allá que el del poder de la denuncia. Lo mismo nos pasa con la prensa independiente en cada país. Nosotros los periodistas no podemos iniciar procesos legales, no vamos con las denuncias a las cortes, presentamos los casos ante el mejor juez: la opinión pública.
Por eso la prensa independiente no le gusta a los Presidentes que abusan, a los gobernantes corruptos, a los funcionarios incapaces. Ellos prefieren su prensa, la que aplaude, la que calla, la que se acomoda.
La firma de la Declaración de Chapultepec por parte de los candidatos presidenciales nos permitirá recordarle a quien resulte ganador, los compromisos adquiridos. Mucho me temo que puedan incumplirla, pero al menos, nos servirá para señalarlos. No haberla firmado es expresar que no respetan de mente y corazón la libertad de prensa.
Si se diera el caso de que nuestro presidente respeta los principios que fortalecen la libertad de prensa y per-miten el derecho de los pueblos a recibir información, estaremos ante un auténtico demócrata, ese raro espéci-men que tanta falta hace en la mayoría de nuestro países.
Son diez puntos a respetar… nada más, señores presidentes y aspirantes a serlo. Lástima quienes tienen miedo de firmar esta Declaración.
Son diez puntos a respetar…nada más, señores presidentes y aspirantes a serlo. Lástima quienes tienen miedo de firmar esta Declaración.