José Alfredo Calderón: De propósitos tradicionales y reflexiones de Gramsci y Galeano.

En algún momento de la vida, casi todos hemos incurrido en la práctica tradicional y superflua de desear lo mejor en el nuevo año. Desearlo para uno y los demás; aunque esto último sea más del diente al labio en la mayoría de casos. Y no digo que sea malo, pero cuando se vuelve imaginario colectivo de propósitos vagos, etéreos y empaquetados, una sociedad se limita en sus aspiraciones a una vida, realmente mejor. Forma y fondo se vuelven mágicos y por tanto: pueriles, indeterminados e intrascendentes.

Una sociedad poco o nulamente formada e informada, cuyos puntos de referencia principales son las redes sociales, divagan en frases como: “Que el nuevo año te traiga (nos traiga) lo mejor”, “A ver que trae el nuevo año, esperemos que solo cosas lindas”, “Que Diosito nos cuide el año que viene”, “Que el amor, la salud y el dinero nunca te (nos) falte.” Destacan en estas frases aspiracionales y otras por el estilo, el anhelo fácil porque las cosas se den así nomás, ya sea porque una fuerza extramundana está a cargo y las brinda/regala a discreción o indiscriminadamente, según los parámetros de militancias y prácticas religiosas. Por el otro lado, quienes no tienen estas prácticas, simplemente anhelan que las cosas se den por arte de magia, como si el simple hecho de anhelarlas fuera suficiente. Distante queda el espíritu de esforzarse y construir colectivamente, la verdadera solidaridad, la sensibilidad y el genuino interés por brindar amor y ayudar a los demás en forma desinteresada, sobre todo a aquellos más desvalidos a los que no nos unen lazos de sangre o amistad.

Muchos de estos discursos aspiracionales plasmados en redes sociales, no encuentran asidero en las prácticas de vida cotidiana, pues ya sea en el hogar, en el trabajo, en la comunidad, en el tránsito y en los distintos espacios humanos y sociales, nuestras muestras de interrelación están plagadas de racismo, discriminación, ninguneo, envidias, descalificación, odio y otras taras. Pero la práctica más deleznable es la indiferencia, que opera pasiva y silenciosa en contra de todo lo que significa vida. Hipócrita pero devastadora, por eso entiendo la animadversión de Antonio Gramsci por los indiferentes cuando dice: “Odio a los indiferentes. Creo que “vivir significa tomar partido”. No pueden existir quienes sean solamente hombres, extraños a la ciudad. Quien realmente vive no puede no ser ciudadano, no tomar partido. La indiferencia es apatía, es parasitismo, es cobardía, no es vida. Por eso odio a los indiferentes. La indiferencia es el peso muerto de la historia. Es la bola de plomo para el innovador, es la materia inerte en la que a menudo se ahogan los entusiasmos más brillantes, es el pantano que rodea a la vieja ciudad y la defiende mejor que la muralla más sólida, mejor que las corazas de sus guerreros, que se traga a los asaltantes en su remolino de lodo, y los diezma y los amilana, y en ocasiones los hace desistir de cualquier empresa heroica. La indiferencia opera con fuerza en la historia. Opera pasivamente, pero opera. Es la fatalidad, aquello con lo que no se puede contar, lo que altera los programas, lo que trastorna los planes mejor elaborados, es la materia bruta que se rebela contra la inteligencia y la estrangula. Lo que sucede, el mal que se abate sobre todos, el posible bien que un acto heroico (de valor universal) puede generar no es tanto debido a la iniciativa de los pocos que trabajan como a la indiferencia, al absentismo de los muchos. Lo que ocurre no ocurre tanto porque algunas personas quieren que eso ocurra, sino porque la masa de los hombres abdica de su voluntad, deja hacer, deja que se aten los nudos que luego sólo la espada puede cortar, deja promulgar leyes que después sólo la revuelta podrá derogar, dejar subir al poder a los hombres que luego sólo un motín podrá derrocar.”

Por eso en este arranque 2018, escenario de grandes decisiones para el futuro de este lugar que llamamos –histriónicamente– país en vías de desarrollo; deseo algo más concreto y aparentemente sencillo: ERRADICAR LA INDIFERENCIA, que es lo que nos tiene de rodillas ante el puñado de perversos que han sabido hacerse sentir más; no por número, no por inteligencia o razón; sino por recursos y maldad, por la indiferencia y tozudez de quienes deberíamos hacer más y comprender que sin la unidad y la claridad política, seguiremos siendo víctimas en sensible desventaja a pesar de ser mayoría. Del lado oscuro solo queda la complicidad; solo queda la ignominia de saberse fuertes por la inacción y la indiferencia de quienes privilegiamos nuestros espacios individuales llenos de prebendas –aunque en muchos casos sean mínimas–

Iniciamos con elecciones de Rector en la USAC y la joya de la corona: la elección del próximo Fiscal General. Luego viene el Contralor… Contamos con la razón y el entusiasmo, lo cual se vuelve nada sin unidad de acción y programa político basado en una agenda mínima pero consensuada.

Deseo que en este nuevo año, las palabras de Eduardo Galeano guíen nuestra conciencia y se plasme en actos coherentes con la ética y la consecuencia: “Ojalá seamos dignos de la desesperada esperanza… Ojalá podamos ser desobedientes, cada vez que recibimos órdenes que humillan nuestra conciencia o violan nuestro sentido común… Ojalá podamos ser tan porfiados para seguir creyendo, contra toda evidencia, que la condición humana vale la pena…Ojalá podamos ser capaces de seguir caminando los caminos del viento, a pesar de las caídas y las traiciones y las derrotas, porque la historia continúa, más allá de nosotros, y cuando ella dice adiós, está diciendo: hasta luego…Ojalá podamos mantener viva la certeza de que es posible ser solidario y contemporáneo de todo aquel que viva animado por la voluntad de justicia, nazca donde nazca y viva cuando viva, porque no tienen fronteras los mapas del alma ni del tiempo.”

Para este tipo de propósitos si digo SALUD!!

 

José Alfredo Calderón E.

Historiador y analista político