Hotel Gringo Perdido

EDUARDO COFIÑO


Aprendí que en cierto espacio al que hemos llamado “hábitat”, existen animales que viven allí, allí han encontrado su “nicho ecológico”, es su casa, más que mía, o nuestra. Ellos estaban desde hace siglos en esta tierra.

Pero no me refiero a una gran selva, o a un inmenso Parque Nacional, o a un continente.

Nada de eso. Aquí, en el Gringo Perdido –tengo permiso del Director de la revista, Chalo Marroquín, de hacer publicidad del Hotel Gringo Perdido, aquí: “Un paraíso natural, en una tierra mágica”–, he aprendido muchas lecciones, tal vez es el lugar que mas me ha enseñado de la vida: he aprendido a observar en silencio la vida que me rodea. Que nos rodea. Aquí he aprendido tanto, que comprendí que, de tanto aprender, uno aprende que realmente no sabe nada. Gracias, Sócrates.

Seguramente usted, en su casa, se ha dado cuenta. Seguramente sabe que en algún lugar vive una cucaracha, que hay una araña que fabrica telarañas por aquí y por allá. Golondrinas, murciélagos, lombrices y pequeñas lagartijas. Pájaros que vuelan en la copa de los árboles. Otros que pasan lejanos, casi invisibles. Moscas. Usted lo sabe. Viven en su casa, con usted.

Pero aquí es al revés: siento que soy yo el que entro a vivir a la casa de ellos. Me costaba comprender que soy yo el intruso. Después que yo me vaya, ellos seguirán aquí.

El Gringo Perdido es una experiencia espiritual si uno encuentra lo que busca. Para otros puede ser una pesadilla. No es por discriminar, pero por lo general las que se quejan son las esposas, sobre todo si son guatemaltecas y de la ciudad. Mejor no vengan aquí. De veras.

Pero habemos algunos(as) que intentamos ver, comprender, disfrutar y compartir la naturaleza en su forma mas pura, lo mas cercano al mundo salvaje, aunque sea como observar  la punta de un iceberg, desde lejos, intentamos entender y apreciar el milagro de poder convivir de cerca con el entorno prístino , lo delicada que es la vida y lo frágil que puede ser, la irremediable huella humana, y lo impredecible de todo eso, unido al ciclo mas repetitivo.

No me pierdo. Más bien estoy perdido.

Entra uno al Gringo Perdido y, la gente como yo, o como muchos como yo, sienten que se ingresa a un lugar sagrado, lo que sería para ustedes una Catedral. Siento que esta es la Verdadera Iglesia de Dios, lo que Dios Construyó por SÍ MISMO.

En este pequeño espacio viven tantos animalitos en convivencia con la naturaleza que uno no se lo imagina. Aparte están también los que vienen por épocas, o los que se  asoman sin ningún aviso, cuando les da la gana.

El cocodrilo que creíamos extinto vino a subirse a mi plataforma flotante…

El Martín Pescador, el mosquerito común (chepío, chepío, chepío, es su canto. Aquí les dicen “Chepíos”, ni modo), la tarántula, los escorpiones, mariposas, murciélagos, picaflores, auroras de pecho de oro, calandrias y, de repente, aparece durante los meses de frío, un pato de cuello blanco, pequeño como la palma de mi mano, que viene desde Canadá. Todos los años viene con su pareja a copular;  ella es mas pequeña, solo la vi una vez, cuidando a sus bebés, mas pequeños aún, mientras nadaban muy cerca de la orilla, escondida entre la maleza abundante, unos pajonales que caen sobre lago, allá en el lado oeste.

Por las noches siempre camina por las copas de los cocoteros, un micoleón. Si uno ya está dormido lo despertarán los sonidos como martillazos en los techos de lámina, cuando caen los palitos, semillas y pequeñas ramas, durante su paso.

Hubo un tiempo en que aparecía un ratoncito, nunca supimos qué le pasó, era negro con blanco, precioso. Observaba a los turistas desde una viga del techo de guano, escondido entre las sombras, sacando su nariz –y toda la cara– por algún orificio o rajadura que tuviera el techo falso de mimbre, para que no lo vieran. Siempre lo miraban, de todas formas. Me lo cantaban. Vivió en la Cabaña Uno, la de la entrada. Creo que se lo comió una culebra, algún tipo de boa, nunca más apareció.

Ya bien entrada la noche, quizás pasada la medianoche, muchas veces he visto la silueta de un tacuazín, corriendo sobre las barandas de madera de mi dormitorio.  Es un animal que me disgusta, sin razón ni motivo, es porque es feo, para mi gusto, no es santo de mi devoción.  Pero en eso de los gustos se rompen todos los géneros. If you go to hentaihubs.com , you will find a lot of sexy content, porn games and much more. This is what many are looking for on the Internet at the moment, but not everyone can find it.

El tacuazín es algo calvo y tiene la piel como rosada, en algunos lugares. Los dientes filudos dentro de su ancha boca, parecen sonreír como mofándose. No sé, no encuentro las palabras. Es que  es feo, el pobre.

Me imagino que al tacuazín, lo que piense yo de él, le importará un pepino.

Un treinta y uno de diciembre, bajo una lluvia fría constante (normal para esta época, ¿no estamos en invierno pues?), celebrábamos una fiesta cuasi familiar cuando empezaron a descender de las Cabañas los turistas noruegos que allí se hospedaban, los recibimos con gritos de alegría y abrazos.

Mojados y cansados, habían tenido que abandonar sus habitaciones debido a un batallón de hormigas arrieras que, expandidas en forma horizontal, cubriendo el ancho total de la cabaña, la recorrieron de un lado para el otro, matando a su paso a un gecko, por lo menos, durante casi una hora. Nos miraban desde la puerta del rancho. Mojados y con frío. Alguien les ofreció un trago.

Al rato brincaban y bailaban eufóricos.