Enfoque: Populismo, un término sin ideología

Los grandes populistas del continente han sido Chávez, Kirchner, Correa… y ahora Trump

Visitar en cierto momentos la Venezuela de Chávez, la bella y colonial ciudad de Quito bajo la sombra de Correa, o la inigualable Buenos Aires bajo el ímpetu del kirchernismo, era llegar a escuchar discursos similares y ardientes, apelando a todo aquello que las masas necesitan y quieren escuchar en esos países: igualdad, mejoras sociales –¿quién no las desea?–, cambio de rumbo y, sobre todo, señalando a los opresores de derecha, como los responsables de todo.

Ese discurso y estilo populista les dio resultado por largo tiempo, pero ¡por supuesto! no ha resuelto los problemas que decía atacar. Los resultados caóticos están a la vista, particularmente en Venezuela, hundida hoy en pobreza, escasez y marcada por una división social muy grande que, sin duda, necesitará de tiempo y buenos gobiernos para poder sanar.

Así es el populismo. Levanta pasiones, pero no resuelve –necesariamente– los problemas que en discurso se dice atacar. Además, con palabras se intenta esconder lo que por detrás puede estarse haciendo en contra de la democracia.

Una de las necesidades grandes que tiene el populismo, es el de controlar a la prensa independiente. Por eso, en Argentina, el chavismo y Ecuador, se ha visto otra similitud gigantesca: se golpea a la prensa independiente, se promueve a los medios afines o bien alineados y oficialistas, y se intenta el control de la información.

En Venezuela y Ecuador la libertad de prensa ha sido disminuida a su mínima expresión. La prensa independiente es reprimida, marginada y obligada en muchos casos a claudicar ante el ímpetu oficialista, ya sea por medio de leyes o agresivas actitudes de los gobernantes.

Chávez se apoderó prácticamente de la televisión, y a la prensa escrita la supo mantener a raya, al extremo que hasta importar papel para los periódicos ha sido una misión imposible. Eso si, han surgido periódicos, televisoras y radios que sudan el rojo del chavismo, con la misma pasión de su desaparecido líder.

Lo mismo hizo Correa, quien ha legislado, acosado judicialmente y reprimido a medios y periodistas, hasta llegar al extremo de promover que un aliado estratégico, el magnate de la televisión, Ángel González, comprara el diario El Comercio –el más importante y grande del país– y terminara así con una fuerza critica que venía de la línea editorial de ese periódico.

Ante esa realidad innegable, fueron muchas las voces que se alzaron para criticar el populismo de los gobiernos de izquierda en Latinoamérica. Las críticas han sido válidas en muchos sentidos, pero por ser más ideológicas que otra cosa, no tomaron en cuenta que la derecha también puede ser populista.

En estos países latinoamericanos se apela a las condiciones sociales, un mal real y por cierto censurable. Pero el discurso de los populistas ha sido confrontativo, porque alguien debe ser el responsable de los males.

Ahora estamos viendo algo que puede parecer insólito. En Estados Unidos, el presidente Donald Trump tiene discurso y actitudes similares a las de estos populistas. Claro que las dirige hacia un público diferente, pero apela igual a sus principales preocupaciones, que en su país son fundamentalmente dos: no perder el confort social y la seguridad ciudadana. Por eso habla de la grandeza económica de su nación y el combate contra el terrorismo… y señala como responsables a los demócratas.

Sus discursos son como los de aquellos: ardientes, apasionados y confrontativos. Su actitud es también similar: intolerante y autoritario.

Por supuesto, faltaba el ingrediente de la prensa, y pronto está saliendo a relucir. Por décadas, Washington ha promovido respeto a la libertad de prensa en terceros países. Ahora, Trump margina y selecciona a los medios que quiere favorecer, porque su línea editorial es más complaciente. Fuera a los críticos y bienvenidos los lambiscones.

Así lo hizo Chávez y sobre todo Kirchner. Correa compró a su principal diario opositor. El populismo –discurso y actitudes–, no tiene ideología. Es una actitud de los políticos que encuentran en esta vía –babosear a la gente, dirían los abuelos– para pintar escenarios mágicos que no existen.