De Iximche’ a La Ermita; nuestra capital errante

La primera capital, Santiago de los Caballeros de Guatemala, se fundó en 1524 en Iximche’, la que fuera la capital del reino cakchiquel. Durante dos siglos y medio fue una ciudad errante que se mudó en tres ocasiones, hasta establecerse en 1776 en el Valle de La Ermita, en donde surgió la metrópoli más grande e importante de Centroamérica.


Así que soy venido a esta ciudad por las muchas aguas, a donde, para mejor conquistar y pacificar esta tierra tan grande y tan recia de gente, hice y edifiqué en nombre de Su Majestad, una ciudad de españoles que se dice la Ciudad del Señor Santiago, porque aquí está el riñón de toda la tierra y hay más y mejor aparejo para la dicha conquista y pacificación y para poblar lo de adelante […] (Carta de Pedro de Alvarado al rey Carlos I, fechada el 28 de julio de 1524).

Aquella ciudad se convirtió en la primera capital del Reino de Guatemala, y, según consta, su fundación quedó asentada el 25 de julio de 1524. El nombre de Santiago de Guatemala obedece a la celebración, ese día, de la festividad de Santiago el apóstol. (Hoy es Tecpán, Guatemala.).

De acuerdo con el historiador Francisco Polo Sifontes, el surgimiento de esta primera capital marcó la consecuente destrucción del Señorío Cakchiquel, como nación indígena y unidad política. Los cakchiqueles se opusieron a la presencia de los españoles en la que fuera su principal ciudad, lo que provocó inestabilidad y temor entre los conquistadores. En tres años apenas, se inició el traslado hacia el Valle de Almolonga, en las faldas del volcán de Agua, en donde se construyó la nueva ciudad y se asentaron las autoridades de la época.

Una vez más, la historia de Santiago de Guatemala es breve en ese lugar, porque en 1541 un fuerte temblor provoca un deslave desde el vecino volcán y la ciudad queda destruida. En la catástrofe muere Beatriz de la Cueva, quien tiene pocos días de haber sido nombrada Gobernadora. Ella es entonces la viuda del conquistador Pedro de Alvarado, fallecido poco tiempo antes.

Con la destrucción de la Villa y la muerte de la Gobernadora privó el caos en la ciudad, hasta que se nombró a una comisión formada por dos alcaldes y once ciudadanos para que analizaran a donde había que mudar la ciudad. Fue el ingeniero Juan Bautista Antonelli quien recomienda que  el traslado se haga al cercano Valle de Panchoy, que no corre el peligro de otro deslave, cuenta con agua y se adapta a las condiciones topográficas para levantar la nueva ciudad.

Sifontes, en su Historia de Guatemala, describe que en 1543 una vez más, la ciudad de Santiago de Guatemala fue llevada en busca de un nuevo asiento, y que fue en Panchoy —hoy Antigua Guatemala—, en donde creció y se desarrolló la metrópoli centroamericana durante 230 años, y asegura que en torno a ella proliferaron los pueblos indios, que se encargan de proveer frutas, legumbres e infinidad de artesanías y muchos otros artículos que sirven a los habitantes de la ciudad capital.

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Terremoto y traslado

Los años transcurren y la ciudad prospera. Las familias más prominentes viven en el centro de la ciudad. Su estatus se puede medir por el tamaño del solar y su construcción, pero también por su número de empleados. En la clase alta no se tiene menos de cinco mujeres trabajando en el servicio doméstico: cocinera, molendera, de adentro, china y costurera, de acuerdo con el relato de Sifontes. 

La ciudad es el mercado natural para comercializar productos. Es la época en que los gobernantes de Guatemala llevan el título de Capitán General, y el poder se comparte con la curia de la iglesia Católica, el cual se ve reflejado en las imponentes construcciones de templos, conventos y posadas.

En junio de 1773, asume como Capitán General Martín de Mayorga, un destacado y firme mariscal de campo español; antes de un mes recaerá sobre sus hombros el rescate de la ciudad y el futuro que le depara. El día de los llamados Terremotos de Santa Marta, que cambiaron el destino de Santiago de Guatemala, Sifontes los relata de esta manera:

[…] la tarde del 29 de julio de 1773, cuando un violento terremoto hizo saltar el agua de búcaros y fuentes, obligó a las campanas a tañer solitarias en sus torres, desgarró techos y paredes en los bellos templos barrocos, en los edificios reales y civiles; las tejas de barro de las casas de habitación caían sobre las calles en hileras sin fin. Unos cuantos segundos después, la ciudad de Santiago de Guatemala yacía en tierra arruinada, ofreciendo un espectáculo deprimente y doloroso.

Tras el violento terremoto que ha dejado la ciudad destruida totalmente, reina también el caos político y principia el debate sobre lo que se debe hacer. Inmediatamente se identifican dos corrientes, la una de los trasladistas —mover la ciudad—, encabezada por el capitán general de Mayorga, y la otra, de los terronistas —impedir cualquier movimiento a otro lugar—, bajo la conducción del ilustrísimo arzobispo del Reino, Pedro Cortés y Larraz.

Al primero se le acusa de tener intereses de expandir su poder económico,  mientras que al segundo se le señala de temer que el costo de un traslado haga que la Iglesia pierda poder económico.

Quien describe bien aquella pugna es el historiador Antonio Batres Jáugeri, y lo hace así:

El arzobispo, el clero, los frailes, las monjas y el populacho no podían consentir en el abandono de sus antiguos lares, mientras que las autoridades civiles de la municipalidad, la nobleza y la clase media se empeñaban en pasarse a otra parte, menos por miedo a los terremotos que cediendo a intereses personales.

No cabe duda de que la crisis económica que se vive afecta. El cacao y el añil, principales productos de exportación, ya no se pueden vender en el exterior. Al parecer, esa situación económica mueve a de Mayorga para conseguir la aprobación del rey Carlos III para que proceda con el traslado. La población que se debe trasladar es de apenas 70,000 habitantes, pero debe hacerse en medio de grandes carencias económicas, y el ayuntamiento debe ayudar en la compra de los terrenos o solares.

El lugar que se ha escogido —y sugerido al Rey—es el valle de La Ermita, en donde hay algunos asentamientos.  Se puede fijar este punto como el de la muerte de Santiago de Guatemala, y el nacimiento de la Nueva Guatemala de la Asunción, hoy conocida simplemente como ciudad Guatemala.

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Se intenta trasladar también a los pueblos indígenas aledaños a Santiago, pero se encuentra fuerte rechazo a ello, por lo que se facilita la adquisición de terrenos a quienes deseaban hacerlo, pero no se obliga al desalojo de nadie.

El 2 de enero de 1776, el ayuntamiento de la Nueva Guatemala celebra su primera sesión, fecha considerada oficialmente como la fundación de la capital, que deja entonces de ser Santiago de Guatemala.

Entre los años 1773 y 1776, algunos pobladores se anticiparon al traslado y se situaron con sus recursos e iniciativa en el nororiente de lo que hoy es la ciudad, muy próximos al Cerro del Carmen, y crearon dos asentamientos que con el tiempo llegaron a ser barrios, conocidos como La Candelaria y La Parroquia.

La mecánica del traslado de la capital está bastante documentada. Los encargados de adquirir los terrenos necesarios fueron los alcaldes José González Roves y Manuel José Juarros. Ellos consiguieron cientos de caballerías de tierras y, cuando se tuvieron en propiedad oficial, se pide a un experto que se hagan los planos y diseño, los cuales fueron rechazados, por lo que corresponde entonces hacer el trazo a Marcos Ibáñez, el cual fue aprobado por Real Cedula de la Corte española, aunque luego sufre modificaciones con la llegada de los sucesivos capitanes generales.

Como ya se dijo, no hay recursos para el traslado, por lo que se procede con limitaciones, dando prioridad a la construcción de iglesias, conventos, el hospital San Juan de Dios, y casas de socorro para atender a los más pobres.

La distribución de la tierra se hace respetando posiciones y extensiones que los propietarios tenían en la antigua ciudad. Se ordena además que las construcciones respeten cierto lineamientos para mantener la armonía en la Nueva Guatemala, que surge así ordenada —todas las manzanas eran de la misma medida y las calles igual—. Su desarrollo inicial mantuvo ese orden, hasta que el crecimiento fue tal, que surgieron cantones, barrios y demás en los alrededores y sin los mismos controles oficiales.

Un siglo después de este traslado, La Nueva Guatemala de la Asunción es una bella ciudad. Para cerrar, tomamos la descripción que de ella hace en 1861 el ministros plenipotenciario de los Estados Unidos —hoy sería cargo de embajador—, Elisha Oscar Crosby, quien, según Sifontes, tiene una impresión imparcial y serena. Estas son algunas de sus consideraciones:

  • […] se trata de una bella ciudad tipo español. […] con una población aproximada de 60.000 habitantes, aunque con un área bastante mayor que otra ciudad de la misma población en Norteamérica. Las casas son de piedra y ladrillo y está divididas por enormes paredes […] generalmente las edificaciones son de un solo piso y de un estilo posterior al colonial español; su aspecto exterior es el de una fortaleza; internamente tienen gran extensión y poseen de dos hasta cinco patios, dependiendo de la posición y riqueza de la familia propietaria. Estas residencias son conocidas con el nombre de las antiguas familias descendientes de los conquistadores.

(Hace amplia referencia a la belleza interior de las casas, sus jardines y sus hermosas fuentes con abundante agua).

  • La Plaza Central está constituida por un gran espacio abierto en el centro de la ciudad, mostrando en un extremo la grandiosa iglesia Catedral; una estructura tan hermosa como imponente […] con inmensas columnas que dividen sus cinco naves […] se espera que la catedral permanezca en pie por siglos, y yo no pongo en duda que así será, a menos que sea destruida por un terremoto.

Sobre las clases sociales, tomamos algunas frases:

  • Hay un número considerable de antiguas familias españolas con ínfulas de nobleza, y que generalmente se las arreglan para intervenir en asuntos de gobierno […] aunque gran parte de la población es ladina, o sea una mezcla de indígena y español, hay un grueso núcleo de raza indígena pura. Los indios que viven en la ciudad efectúan labores manuales y se les emplea para los oficios más ordinarios en las casas de habitación. Los españoles puros se dedican a asuntos de gobierno, se hacen profesionales y tienen ocupaciones de calidad.