Anteponer los temores a la racionalidad

RENZO ROSALRenzo Lautaro Rosal


Los miedos, reales o infundados, son los grandes movilizadores de las élites. Antes, sus movimientos y capacidades de propuesta, eran dadas porque contaban con grupos de intelectuales que formulaban programas ambiciosos, con objetivos de mediano y largo plazo. Por décadas, lograron crear una serie de estructuras que permitieron liderar los procesos políticos más influyentes en América Latina, en buena parte del siglo XX. Las olas privatizadoras de los años 80 significaron el inicio de su debilitamiento, la pérdida de los ejercicios de dominación. Su paso del escenario macro al focalizado, pero en especial, de la visión estratégica a la reactiva.

Moverse por impulso es distinto al movimiento racional desde las agendas de intereses. Eso lleva a plantear que no solo se trata de problemas de visión, ahora más limitada; sino del debilitamiento de las capacidades para poner sobre la mesa los asuntos de su particular interés. Pérdida de influencia, de velocidad y de enfoque.

Ante la pérdida de capacidades propias, el motor de sus acciones es la coyuntura. Los movimientos según los vientos que soplen, implican desplazamientos abruptos en un escenario cotidiano marcado por los cambios de giro. Eso es posible, en la medida que se posean los instrumentos y recursos necesarios para analizar la coyuntura estratégica.  Es decir, las implicaciones del momento con acento en las tendencias y sus desplazamientos. Si esa posibilidad es limitada, el único recurso consiste en reaccionar a los hechos como sucesos dispersos donde las posibilidades de realizar lecturas de conjunto son reducidas.

Se allana el terreno para la entrada en escena de los temores, los miedos, el acecho de la incertidumbre adversa.  La tentación de ceder a la lectura superficial, donde las acciones de otros sectores o personas influyentes en la opinión pública son vistas como adversas, orientadas a afectar a las élites.

Ante supuestos equivocados o desenfocados, resulta lo obvio: las respuestas erróneas, parciales o avivadoras de reacciones adversas, cuestionamientos y desgaste provocado.

Las apuestas equivocadas son evidentes cuando la lógica de los miedos obliga a posicionamientos improvisados. El ejemplo reciente fue el decidido apoyo que diversas expresiones de las élites dieron al entonces candidato Otto Pérez. No solo se trató de financiamiento, sino de apertura de espacios, alianzas evidentes, creación de condiciones para que ganara las elecciones, se instalara como presidente aún antes de tomar posesión, allanar la coyuntura para que durante los primeros años de gestión se le viera como mandatario con poco desgaste, dominador del terreno. Además, ayudaron o al menos fueron complacientes con la alianza amor-odio entre el PP y Líder, y la serie de maniobras establecidas desde la mayoría que operaba en el Congreso. El juego de temores creado durante el período de Alfonso Portillo y reavivado en la gestión de Álvaro Colom, produjeron un enorme contenedor de malestares, productos no logrados e insatisfacciones a más no poder. La apuesta por OPM resultó no solo errada, sino creadora de más desfases.

La ola de ciudadanía 2015 resultaba el espacio ideal para terminar de desarrollar su posterior objetivo de miedo: sacar de la jugada a Manuel Baldizón. Las condiciones eran las mejores y tal propósito se logró. Quedaba instalar a un presidente que resultara cómodo para un nuevo intento por recomponer un modelo reduccionista creador de beneficios. Así, surgió la figura de Jimmy Morales. Pero quedaba una tarea pendiente, considerar que ese logro era suficiente para contener la crisis políticoinstitucional. La segunda vuelta era el inicio del movimiento poscrisis. Nada de eso ha acontecido. La figura colocada al centro del poder formal, no ha dado la talla. La muestra de decisiones, capacidades de maniobra y credibilidad, manejo de la agenda de crisis y entendimiento de los nuevos vientos que reclaman respuestas concretas, sigue sin aparecer. El problema de fondo es que no aparecen a la distancia las condiciones necesarias para que esa tendencia se modifique y logre, al menos parcialmente, responder a los objetivos de las élites que nuevamente apuestan precipitadamente.

Ante supuestos equivocados, resulta lo obvio: las respuestas avivadoras de reacciones adversas.

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