Un Gobierno funcional, pero ¿para quiénes?

Renzo Rosal


Son tantos los resbalones del Presidente Morales y su equipo de funcionarios, la incesante lluvia de críticas que diariamente se hacen presentes desde los medios de comunicación, pasando por las redes sociales hasta las conversaciones informales, la carencia de aciertos, los casi inexistentes aliados. Una pregunta natural es de qué depende que a pesar de estar en la orilla del precipicio, que su margen de maniobra real sea mínimo, finalmente no cae, no se le juzga y aún tiene una mediana dosis de credibilidad. Esto obedece a que los círculos de poder real son otros; las decisiones sustantivas se toman al margen del imaginario del               Gobierno, que no es otra cosa que el instrumento que legitima artificialmente, desorienta la opinión pública y promueve expectativas a sabiendas de que mucho de ello es ficción.

Experimentamos un Gobierno funcional, es decir, uno que cumple con las finalidades con las cuales ha sido rediseñado durante el último siglo y poco más. Ahora nos preocupamos porque las instituciones, los quehaceres más simples y hasta los procedimientos menores están varados. Un ejemplo es el déficit de DPI en el RENAP o los persistentes problemas en la dotación de libretas de pasaportes. Los contratos que se suscribieron entre el Estado y ciertas empresas de dudosa creación fueron diseñados precisamente para que esto ocurriera: subordinar servicios públicos a la discrecionalidad y los negocios oscuros propiciados por empresas creadas para promover ese tipo de negocios cuasi-fraudulentos. 

Un gobierno también es funcional cuando sus funcionarios se entretienen cual circo barato, cuando incluso las instalaciones públicas son utilizadas para actividades particulares, como lo hecho recientemente por el Ministro de Cultura y Deportes; cuando funcionarios de segunda y tercera categoría son nombrados y dejados a la libre para que sigan haciendo de la función pública la plataforma ideal para negocios y tráfico de influencias, como ha sido lo tradicional. Un gobierno es funcional, cuando el propio mandatario cede y reafirma la subordinación que tiene respecto a grupos a su alrededor, al involucrarse activamente en el manejo de los hilos para la designación de la nueva junta directiva del Congreso, a sabiendas que se trata de intervención ilegal e inmoral, pero conveniente para poner la tapa al pomo y evitar que las aguas continúen moviéndose peligrosamente en contra de los intereses que lo condicionan día y noche.

Los actuales responsables del Organismo Ejecutivo cumplen los objetivos para los cuales fueron seleccionados. Nada de enfrentar los problemas altamente demandados por la población; eso es difícil, desgastante y alterador de la búsqueda de incentivos a corto plazo. Por eso es que el presupuesto anual no ayuda para mucho; es una hoja de reparto de recursos según los hilos de intereses que se quieran impulsar en un tapete regido por los siguientes factores: negocios, privilegios, distribuciones a conveniencia, preparar el terreno para el escenario electoral 2019.  

Está por verse si esta acumulación de factores es suficiente aditivo para mantenerse de pie durante el tiempo que resta del Gobierno. Los factores externos, como los resultados de las elecciones en Estados Unidos le pueden pasar una factura adicional e imprevista, que pueden agotar la agenda o bien, modificar la mirada hacia temas de horizonte mayor. Si los escenarios se cumplen, los efectos tras la llegada de Trump podrían comenzar a concretarse en unos meses, desnudando mayores precariedades, constituyendo una crisis que impactaría en la agenda económica (remeses), social (aumento de deportaciones), laboral (mayores presiones para la creación de fuentes de empleo), institucional (absoluta precariedad en la preparación de escenarios), entre otras consecuencias previsibles. Esa congestión de demandas, sumada a la notoria gama de vacíos y problemas sin encarar, crearán una bomba de tiempo que solo esperaría se quite la espoleta.