- Primer ministro del Reino Unido hará el anuncio de lo inevitable: el fin de su gestión
LONDRES — Boris Johnson anunciará su renuncia como primer ministro británico el jueves, dijo una fuente del gobierno, luego de que los ministros y los legisladores de su Partido Conservador lo abandonaran y dijeran que ya no estaba en condiciones de gobernar.
Con la renuncia de ocho ministros, incluidos dos secretarios de Estado, en las últimas dos horas, un Johnson aislado e impotente estaba listo para inclinarse ante lo inevitable y declarar que renunciaría más tarde.
Su oficina de Downing Street confirmó que Johnson haría una declaración al país más tarde.
Después de días de luchar por su trabajo, Johnson había sido abandonado por todos menos un puñado de aliados después de que el último de una serie de escándalos rompiera su disposición a apoyarlo.
«Su renuncia era inevitable», dijo en Twitter Justin Tomlinson, vicepresidente del Partido Conservador. “Como partido, debemos unirnos rápidamente y concentrarnos en lo que importa. Estos son tiempos serios en muchos frentes”.
La renuncia de Boris Johnson a Downing Street marca el final de una era en Reino Unido y de la carrera ascendente de un político que, en los sucesivos puestos que ha ido ocupando ha marcado siempre su propio estilo, aunque ello le haya supuesto quedarse prácticamente solo en esta última etapa.
Johnson estudió Filología Clásica en la Universidad de Oxford, pero su carrera derivó hacia el periodismo, trabajando para diversos periódicos e incluso como corresponsal en Bruselas, informando de una Unión Europea de la que a la postre terminaría renegando.
En 2001, dio el salto a la política de primera línea, como diputado del Partido Conservador, pero no fue hasta 2008 cuando comenzó su ascenso definitivo a la popularidad, al ser elegido por primera vez como alcalde de Londres. Revalidó el cargo cuatro años más tarde, pero no se presentó a un tercer mandato.
Por aquel entonces, ya era uno de los principales referentes ‘tories’ en Reino Unido y todas las encuestas le marcaban como una figura emergente, con aspiraciones más que evidentes a la política nacional. Así, en 2015 volvió a la Cámara de los Comunes.
Desde la principal sede legislativa de Reino Unido, contempló en primera fila cómo el entonces primer ministro, David Cameron, convocaba el referéndum que a la postre sacaría al país de la Unión Europea y que terminaría de encumbrar a Johnson.
El entonces diputado se convirtió en la cara más visible de la campaña en favor del Brexit, con mensajes populistas –e incluso engañosos en cuanto a cifras– que fueron clave para que los británicos votasen mayoritariamente a favor del divorcio del bloque comunitario.
Sin embargo, tras la dimisión de Cameron como primer ministro no aspiró al liderazgo del Partido Conservador y del país, lo que allanó el camino a Theresa May, que no obstante se vio prácticamente forzada a incorporar a Johnson a su gabinete en julio de 2016, como ministro de Exteriores.
Johnson dimitió unos dos años después de su designación como ministro por las supuestas concesiones de May en las negociaciones de la Unión Europea. El exalcalde de la capital planteaba un discurso más contundente y abogaba por la salida a toda costa, agitando incluso el fantasma del conocido como ‘Brexit duro’ –un divorcio sin acuerdo de por medio–.
Las negociaciones desgastaron a May hasta el punto de que ésta se vio abocada también a la dimisión, como sus predecesores, meses después de sobrevivir a una moción de censura presentada por sus propios compañeros del Partido Conservadores. Llegó entonces la gran oportunidad de Johnson.
Los conservadores se inclinaron entonces por un ‘brexiter’ sin ambages y sin apenas filtros, encomendándole rematar unas negociaciones que en octubre de 2019 dieron como resultado un primer acuerdo que fue clave para que los ‘tories’ lograsen una sólida mayoría en las elecciones de diciembre, convertidas en un plebiscito sobre la gestión de Johnson.
El 31 de enero de 2020 llegó el ansiado Brexit por el que Johnson tanto había abogado y la fase de transición culminó a finales de este mismo año, pero la aplicación de los compromisos aún colea, con Johnson enfrentado de nuevo frontalmente a la Unión Europea a costa principalmente de la aplicación del Protocolo de Irlanda del Norte, que Londres intenta modificar unilateralmente aunque para Bruselas suponga una ruptura del Derecho Internacional.
UNA CASCADA DE POLÉMICAS
Johnson ha sido el líder del Gobierno que se ha visto abocado a lidiar con la pandemia de COVID-19, no sin polémica también por este frente. Inicialmente, el primer ministro sugirió una estrategia que prácticamente implicaba asumir la convivencia con el virus, pero su ingreso en la unidad de cuidados intensivos supuso un punto de inflexión.
Del hospital salió un nuevo Johnson, partidario de medidas de confinamiento equiparables a las de otros países de su entorno, pero su estrategia ha terminado empañada por el escaso compromiso de los miembros del Gobierno con las políticas que reclamaba para el conjunto de la ciudadanía.
La celebración de varias fiestas en dependencias públicas, algunas de ellas en Downing Street y con presencia de Johnson, saltaron en noviembre de 2021 como una bomba mediática contra la línea de flotación del Ejecutivo. El ‘Partygate’ dibujaba una doble vara de medir en los momentos más duros de la pandemia.
El primer ministro negó inicialmente haber incurrido en irregularidades, pero su versión se fue modulando a golpe de hechos contrastados. Un informe oficial cuestionó la actuación del Gobierno y Scotland Yard terminó imponiendo decenas de multas a los asistentes a las polémicas fiestas, entre ellas el propio Johnson.
MOCIÓN DE CENSURA: EL PRINCIPIO DEL FIN
El ‘Partygate’, que ya venía precedido de las dudas suscitadas por una reforma del piso de Johnson, fue la gota que colmó el vaso para un sector crítico dentro de los ‘tories’ que cada vez parecía más amplio. El primer ministro, sin embargo, se limitaba a unas tímidas disculpas dejando claro que no dimitiría por propia voluntad.
Con Johnson atrincherado en su propio discurso, sus compañeros lograron sumar las firmas necesarias para que el 6 de junio, hace apenas un mes, se celebrase una moción de censura interna, una táctica que ya se había utilizado contra May y que, si hubiese prosperado, implicaba la caída del ‘premier’ por fuego amigo.
Johnson salvó la bola de partido gracias al apoyo del 59 por ciento de los diputados, un nivel de respaldo menor al que había obtenido May meses antes de dimitir pero que para el jefe del Ejecutivo le sirvió para sacar pecho y dar por enterrada la crisis interna. No en vano, la actual normativa impedía a los ‘tories’ recurrir a esta misma moción en el plazo de un año.
Sin embargo, la estabilidad de Johnson no estaba ni mucho menos asegurada y, mientras algunas voces conservadoras hablaban ya sin tapujos de cambiar las normas para promover una segunda votación contra el primer ministro, otros escándalos se iban acumulando sobre Downing Street.
La polémica final ha girado en torno a Chris Pincher, nombrado como vicecoordinador del grupo parlamentario del Partido Conservador a pesar de las acusaciones de acoso que pesaban sobre él. Inicialmente, Downing Street alegó que Johnson desconocía estas quejas, pero el martes la versión cambió: el primer ministro admitió que sí sabía de las acusaciones y pidió perdón.
El daño ya estaba hecho y apenas unas horas después dos pesos pesados del Gobierno, los ministros de Finanzas y Sanidad, Rishi Sunak y Sajid Javid, desencadenaron una oleada de decenas de dimisiones. El mensaje de los altos cargos salientes giraba en torno a la pérdida de confianza sobre Johnson.
El primer ministro, no obstante, compareció de nuevo para negar que tuviese pensado dimitir, lo que llevó a su propio equipo a forzar aún más la presión pública y privada con un desfile de ministros el miércoles en Downing Street para reclamar a Johnson que tirase la toalla.