Todos venimos del mar

opinion-gustavo-leivaServir a la Vida por: Gustavo Leiva


Esta parte de la historia es verdad. Sucedió hace unos diez años. Un grupo de amigas caminaban con descuido en la playa. A una de ellas le llamó la atención un enorme tronco de árbol, con todo y raíces, que el mar había logrado sacar. Cada ola lo volvía a cubrir, pero ya no se movía. Tenia un aspecto de muerto y de vivo. De muerto porque su color era más negro que café. Y vivo, porque se le habían pegado todo tipo de conchas de mar de color blanco. Daba la apariencia de haber sido un árbol frondoso. En la punta de sus raíces tenía una especie de pelambre, que lo hacía verse tenebroso. Como si hubiera sido sacado de ultratumba. A pesar de estar encallado, cuando las olas pasaban encima de él, dejaba al descubierto un canal de agua, que se convertía en una corriente que regresaba al mar. Eso quiere decir que no era un tronco recto. A pesar de ser grande, tenía la forma de una columna vertebral que se había doblado con los años. Parecía que se había muerto de viejo y el mar se había encargado de sepultarlo en las arenas de la playa, mecido mil veces al día por las olas que le dejaban sus más caros tesoros hechos espumas.

La señora que se impresionó con este ejemplar de tronco, le dijo a sus amigas, lo voy a dejar aquí, pero si mañana no se lo ha llevado la corriente o alguien no lo viene a traer, yo me lo voy a llevar. A la mañana siguiente, ya sin la compañía de sus amigas, la señora se levantó temprano y fue la playa. Allí lo encontró. Más lozano y alegre que el día anterior. Entonces está señora se dispuso a cumplir con su palabra. Fue a rentar el camión de la basura para transportarlo. Contrató a 20 personas para que lo cargaran. Total que, ante el asombro de los vecinos que pasaban por el lugar, movieron aquella mole de tronco y se lo llevaron a la casa de la señora. Pero las raíces del tronco no cabían por la puerta. Necesito llamar a dos carpinteros, y se pusieron de acuerdo en cortar las puntas de las raíces, con tal de volverlas a poner en su lugar. Cuando estuvo adentro, la señora les señaló, como se haría con un árbol de la navidad, dónde ponerlo. Quería que fuera el centro de la casa. Estaría entre el comedor y la sala para que pudiera expresar todas sus fuerzas escultóricas, y la gente que llegara a visitarla pudiera observarlo bien, caminando a su alrededor—como si fuera, de verdad, una escultura.

Esta segunda parte de la historia no es tan cierta como la primera mitad. Lo que sucedió después de la entrada triunfal del tronco a la casa, hasta que lo sacaron, cortado en pedazos con una sierra eléctrica, tuvo una duración de más de 10 años. Desde el primer día la señora quiso ponerle un nombre y darle un significado especial. Su idea era convertir a este tronco mundano, en una escultura de renombre mundial. Cada invitado que llegaba a la casa, o en las fiestas que daba de vez en cuando, el personaje de la reunión era el tronco que, después de algunos años, se había vuelto famoso. La gente llegaba al principio por curiosa. Pero después se convirtió en un evento entrar a la casa y depositar, en una cajita especial, un papel bien doblado, que tenía escrito un nuevo nombre para el mentado tronco. Fue así como le pusieron más de 200 nombres. Unos bien acertados, como el que reparó en sus cicatrices, y lo bautizaron como El Cristo del Mar. Otro, por la soledad e inspiración que provocaba, le llamaron con el noble nombre de El Quijote. La señora, después de unos días, descartaba estos nombres, y volvía a convocar a concurso a sus amigos y al vecindario. Finalmente, un día, llegaron dos niños y le preguntaron a la señora que, de dónde, de qué tierras, había salido ese tronco y qué tipo de árbol había sido. La señora les contestó que su tronco no venía de ninguna tierra y qué no importaba qué tipo de árbol había sido, sino que su tronco había salido del mar. Todos venimos del mar. —exclamó. Todos los seres que vivimos sobre esta Tierra alguna vez encallamos, como este tronco, en alguna playa del planeta. En ese instante la señora supo que su anhelado deseo se había cumplido. Su adorado tronco, por fin, tendría un nombre que sería universal: Tronco del Mar.

En ese instante la señora supo que su anhelado deseo se había cumplido. Su adorado tronco, por fin, tendría un nombre que sería universal: Tronco del Mar.