Con la muerte de los migrantes en su intento por llegar a Estados Unidos (EE. UU.) se termina la esperanza de una mejor calidad de vida de los connacionales que emprenden el viaje y el de sus familias. El clima y la topografía, la delincuencia común y el crimen organizado, terminan muchas veces cortando de tajo los sueños de un mejor futuro.
Rodrigo Pérez, rperez@cronica.com.gt
Mario Carrillo tenía 43 años, y 20 días de haber emprendido el largo y peligroso viaje hacia Estados Unidos (EE. UU.) cuando murió en un accidente de tránsito en Houston, Texas, en situaciones que la familia no tiene bien claras.
Eso fue lo que nos dijeron… y tenemos que aceptar lo que ellos digan, dice su hermano Héctor, con un dejo de dolor.
La última persona que logró hablar con él, cinco días antes de su trágico fallecimiento, fue su madre, María Elena. Él la llamó por teléfono y le dijo que estaba por llegar y que no tuviera pena.
Se dirigía hacia Miami, donde vive una tía. Esa ciudad norteamericana, del Estado de Florida es, según la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), uno de los lugares donde radica más población guatemalteca. Otros Estados donde residen más chapines son California, Chicago, Nueva York, New Jersey y Texas.
Nació y vivió, hasta que las condiciones de pobreza fueron insoportables y lo orillaron a marcharse, en la aldea Ceiba Gacha, en Oratorio, Santa Rosa. Ese departamento oriental no es de los mayores exportadores de chapines. Los principales cuatro son, de acuerdo con la OIM, Guatemala (19.4 por ciento), San Marcos (10.5 por ciento), Huehuetenango (8.4por ciento) y Quetzaltenango (6.1 por ciento).
En la aldea donde vio la luz del sol por primera vez, había alcanzado apenas cierto grado de escolaridad, dedicándose a las labores que la mayoría de los chapines realizan y que buscan un mejor futuro en EE. UU.
Él trabajaba en la agricultura, de jornalero, y ganaba Q50 o Q35 diarios. No se iba a trabajar a la capital porque ahí solo consiguen trabajo las personas estudiadas, y él
tenía solo segundo de primaria, comenta su hermano Héctor. Debido a ello, se fue en busca de un mejor futuro para él, su esposa y sus tres hijos –un varón de 13, y dos niñas de 10 y 8 años-, pero, en cambio, encontró la muerte.
Lograr establecer cuántos guatemaltecos, como Mario, pierden la vida en su intento por llegar a EE.UU., en busca de una mejor calidad de vida para ellos y su familia, es muy difícil.
No existen estadísticas fiables, lo que impide dimensionar en su justa dimensión el problema y, a la vez, elaborar políticas públicas.
El único dato de fallecidos con que se cuenta, son los registros de repatriaciones que hace la Cancillería de personas que mueren en el camino o en la nación estadounidense; empero, no reflejan la causa de muerte, dónde murió, o si existen casos en los que chapines ya tenían años de vivir en la nación norteamericana.
Tampoco son cifras absolutas, ya que hay familias que hacen la repatriación de los cuerpos por su cuenta. A septiembre del 2015, las repatriaciones de chapines fallecidos, llevadas a cabo por el Ministerio de Relaciones Exteriores (MRE), sumaba 235, mientras que el 2014 cerró con 534, evidenciando un incremento de 225 con respecto al año anterior.
Rutas peligrosas
Mario había logrado sortear con éxito los peligros naturales y de inseguridad que acechan a los migrantes a su paso por México y la frontera con EE.UU, sin saber que más adelante lo esperaba el infortunio.
Y es que los que buscan el sueño americano cada vez más transitan por caminos alejados de la civilización, debido al endurecimiento de las políticas antimigratorias que se materializan, entre otras, en el reforzamiento de controles en los principales caminos y en las regiones fronterizas. En esos lugares i-nhóspitos, las inclemencias del clima y el crimen organizado acechan en cada recodo.
De esa cuenta, por ejemplo, muchas veces los inmigrantes mueren en el desierto y nunca son encontrados. Cuando aparecen cuerpos -que registran los Estados fronterizos-, no pueden ser identificados, es por ello que no se puede determinar su nacionalidad, agravando con ello el drama humano que viven sus parientes.
Entre el 1 de octubre del 2014 y el 30 de septiembre del 2015, se encontraron en los desiertos de Sonora, México, y Arizona, EE.UU., los restos humanos de 137 personas. De ellos, 100 no se pudieron identificar, según la Coalición por los Derechos Humanos, con sede en Tucson, Arizona.
San Fernando, Tamaulipas
Pero otras veces es el crimen organizado -que los secuestra, extorsiona y abusa física y sexualmente de ellos- el que rompe de tajo el sueño de lograr un mejor futuro en la nación estadounidense.
Quizá el episodio que mejor ejemplifica la gravedad de este problema es el secuestro y asesinato masivo de indocumentados en San Fernando, Tamaulipas, México, y que fue descubierto el 24 de agosto del 2010 el por Ejército mexicano. En esa ocasión, los militares de la vecina nación encontraron 47 fosas comunes con los restos de 193 indocumentados.
La cifra de guatemaltecos encontrados en esas fosas, acaba de incrementarse. En diciembre del 2012 fueron repatriados los restos de ocho connacionales encontrados en esos agujeros de muerte.
Recientemente acaban de ser identificados siete guatemaltecos más a través de pruebas de ADN. Pero el tema está siendo manejado con mucha confidencialidad, es por eso que no fueron proporcionados mayores detalles.
Lesbia Ortiz, integrante de la Mesa Nacional para las Migraciones en Guatemala (Menamig), comenta cuál es el drama humano que viven las familias que no saben qué pasó con sus familiares.
Son cinco años de búsqueda, las personas tienen la esperanza de que puedan encontrarlos en un hospital, en algunas de las prisiones o albergues… pero es muy duro cuando se les dice que dieron positivas las muestras de ADN, explicarles cómo fue la desaparición, cómo fue que se les encontró, qué vivieron, dice Ortiz, quien luego explica que se tomaron muestras de ADN a 80 guatemaltecos en la ciudad de Guatemala y la misma cantidad en Quetzaltenango, de las cuales siete dieron positivo.
Mientras tanto, Danilo Rivera, investigador del Instituto Centroamericano de Estudios Sociales y Desarrollo (INCEDES) y coordinador del programa Gestión e Incidencia de la Secretaría Técnica del Consejo Parlamentario Regional sobre Migraciones (Coparem), expone que la problemática del tránsito en sí misma es compleja y está cargada de problemas estructurales propios de México, que han alcanzado a la población migrante.
No es un tema dirigido al migrante, sino el propio problema de inseguridad pública y social que se vive en esa nación. Las amenazas tienen que ver con robos, capturas, violaciones e inseguridad, comenta Rivera.
Acorralado por la deuda
El padre de familia que dejó el ombligo en la aldea Ceiba Gacha, en Oratorio, Santa Rosa, falleció en su tercer intento -en el mismo año- por llegar a la tierra donde creía que iba a encontrar el trabajo que necesitaba para darle una mejor calidad de vida a su familia.
La primera vez que lo intentó lo agarraron, por lo cual fue deportado. Estuvo alrededor de 10 días en Guatemala, e insistió en irse una vez más. Lo volvieron a agarrar, devolviéndolo otra vez. Estuvo 5 días… se volvió a ir, pero esta vez para siempre.
Los reiterados intentos fallidos por llegar a EE.UU., sin embargo, no eran necedad. Le preocupaba, aunque su hermano no lo cuenta, la deuda que había contraído para llegar al lugar donde creía iba a resolver todas sus penas.
Prestó Q40 mil para irse, hipotecando una pequeña propiedad, cuenta su hermano Héctor, quien agrega que ahora están ayudando a su cuñada a pagar el préstamo, para que no le quiten la casa.
María Elena, madre de Mario, quien ronda los 70 años, se enfermó al saber que no lo volverá a ver nunca más. Está enferma, cómo padece del corazón, tiene dolores de cabeza, está pálida, tiene manchas en el cuerpo…, por la tristeza, enfatiza Héctor.
Y es que con la falta de Mario, su esposa e hijos, están condenados, si no reciben apoyo familiar, a la pobreza. El hecho de perder un miembro de la familia vulnera o rompe con toda la estructura familiar de origen. Se sigue alimentando el ciclo de pobreza, ya que se fue un proveedor o proveedora. Los niños tienen pocas oportunidades de escolarizarse y, debido a ello, pocas oportunidades laborales después. El que se queda, se queda sin dinero, pues las remesas no llegaron… y encima de todo, con deudas, afirma Aracely Martínez, coordinadora de la Maestría en Desarrollo de la Universidad del Valle de Guatemala –UVG-.
La antropóloga, Ruth Piedrasanta, asegura que se pierde un ser humano, alguien que se respetaba, que representaba la esperanza, que representaba aspiraciones de mejoras sociales. Es un pérdida no solo de vida, sino de esperanza.
Cerca de casa
En la aldea El Reposadero, en Jutiapa, hace unas tres semanas, su familia enterró a Mario, ya que donde vivía no existe un camposanto. La familia debió esperar con angustia un mes para que repatriaran sus restos.
Muy pronto, los siete cuerpos, de la masacre en San Fernando, Tamaulipas, también estarán cerca de sus más cercanos familiares, quienes podrán ahora llorarlos y llevarles flores a sus tumbas.
Ellos, por mucho tiempo mantuvieron la esperanza de que regresaran vivos. Ahora, con las pruebas de ADN, se muere la esperanza, cerrándose el ciclo de angustia que los embargó durante cinco años.
Sin embargo, en algunos familiares, debido a que el tiempo transcurrido desde la masacre es mucho y el reconocimiento de los cuerpos imposible, empezará un estado de negación, pues creerán que las autoridades se equivocaron y entregaron a alguien que no es. Les llevará tiempo aceptar la realidad, ya que las pruebas de ADN son contundentes.
Pero muchas otras familias siguen -y seguirán- sin saber qué pasó con sus seres queridos. Continuarán con la esperanza de que aparezcan vivos y sonrientes -como la última vez que los vieron- cuando menos se lo esperen, un día.
Muchos migrantes mueren en su intento por llegar a Estados Unidos. Algunos son identificados, pero otros no corren con la misma suerte.
Familiares de migrantes desaparecidos prefieren pensar que sus seres queridos se encuentran en algún albergue u hospital, pues no quieren imaginar que pudieran estar muertos.