Saliendo del infierno Chapín

Gustavo Leiva
Ahora que los guatemaltecos hemos salido a manifestar, y que, a la par, finalmente existe un MP y una CICIG que cumplen con su papel, y no se quedan con la pelota, recordé que durante mucho tiempo había tratado de tener una imagen que explicara cómo somos los chapines, cómo somos, no como personas, sino como pueblo, como nación … si es que existe una conciencia colectiva que pueda retratarnos.
Cuando esta imagen de pueblo nuestro la veía como un ejército bien disciplinado marchando hacia el futuro cada día, en mi mente, no lograba ver a los chapines haciéndola de japoneses. La metáfora del chiste popular que había una señora que vendía cangrejos japoneses en una olla tapada, y cangrejos chapines en una olla sin la tapadera, siempre había sido lapidaria para mis ansias de lograrme hacer una imagen de lo que somos como pueblo. “La cubeta con los cangrejos chapines no necesita la tapadera, porque cuando un cangrejo trata de encaramarse, los demás se lo bajan.”
Un día, leyendo el libro escrito por Danah Zohar, sobre el ideal de una Sociedad Quántica para este siglo XXI, me quedé maravillado al imaginar a un mundo donde la metáfora de la humanidad, según ella, era la de un grupo de bailarines modernos. ‘Cada quien haciendo lo mejor que sabe y, entre todos, encontrando un flujo armónico con la música del universo”
Pero un día, de esos últimos días Miércoles que hay que prender la radio porque la CICIG y el MP acaban de desmantelar una banda de ladrones, y uno siente que, finalmente, estamos saliendo del infierno chapín, que es otro triste chiste que nos retrata como pueblo, me reuní con unos amigos y jugamos a ser equipo que logra armonizarse como una sola mente.
El juego es bastante sencillo. Recomiendo que se practique no sólo para pasar un buen rato. Puede utili-zarse para saber quién y dónde, en nuestra organización, ya sea política, social o empresa, alguien está fa-llando y no está dejando que se de el flujo que debe existir para que 10 personas puedan funcionar como una sola mente.
Nos dieron cinco pelotas de trapo y un canasto. Nos hicieron hacer un círculo de 10 personas. La idea era que las cinco pelotas, una por una, fueran tiradas, agarradas y vueltas a tirar de tal manera que el último en tener una pelota, la enviara al que tenía el canasto y encestara. Cuando el canasto tenía las cinco pelotas que todos nos habíamos pasado sin fallar, el juego terminaba.
Pruébenlo. Después siéntense cómodamente y discutan haciendo un paralelo entre este juego y sus logros como equipo.
Como las primeras dos o tres veces, no logramos terminar de darle la vuelta a las cinco pelotas, por-que con las primeras tres el juego tenía que detenerse, decidimos que era necesario hablarnos. Había que ponernos de acuerdo. Decidimos que cuando alguien recibiera la pelota, diría en recio el nombre de la per-sona a quien se la enviaría. Y, entonces, todo comenzó a medio funcionar. El problema era que dos o tres de nosotros, en lugar de volver a tirar la pelota con el mismo ritmo, se quedaba un tiempo largo con la pelota, y un segundo después le llegaba la otra pelota, y la otra… y el juego volvía a interrumpirse.
¿Qué hacer? No les diré cómo resolvimos este problema. Sería como contarles el final de una película y se perdería su encanto.
Cuando nos sentamos a platicar, alguien dijo que el paralelo entre este juego y la realidad nacional, era que este simple juego era imposible de jugarlo en una sociedad donde, cuando le llegaba la pelota a nuestros gobernantes, en lugar de volverla a pasar, y mantener el juego vivo, se quedaban con ella.
A mí me pareció que esta imagen, la de una dinámica que se interrumpe mil veces, diez mil veces, refleja y explica el drama que los chapines hemos vivido a lo largo de nuestra historia: alguien, dos, tres, miles de nosotros, se han quedado con nuestras pelotas y hemos detenido nuestro crecimiento y desarrollo tantas veces que, todos los días, estamos condenados a volverlo a jugar: en los 338 gobiernos locales y en el gobierno central, en el Congreso, en las Cortes, como empresas en el sector productivo, como sociedad civil en las 28 mil comunidades en el país: no hemos aprendido el arte de saber pasarnos la pelota. Hemos caído en la trampa de quedarnos con ella.
No hemos aprendido el arte de saber pasarnos la pelota. Hemos caído en la trampa de quedarnos con ella.