- A pesar de la pérdida absoluta de las formas y lo burdo del fraude, muchos siguen pensado que las votaciones sirven para algo y que llevando una representación ÍNFIMA al congreso y los concejos municipales, se podrían dar cambios importantes. ¡La ingenuidad es digna de marco!
José Alfredo Calderón E.
Historiador y analista político
En cada proceso electoral surge la narrativa sistémica sobre la obligación moral para votar y, quien no lo haga, aunque ya no sea obligatorio como antes, es un mal ciudadano/a. El discurso está bien enraizado en los habitantes, por lo que el sentimiento de culpa surge automáticamente cuando le pasa por la mente al ciudadano más acucioso la idea de abstenerse de un proceso que percibe poco transparente.
Sin embargo, ya veremos cómo, desde la denominada “apertura democrática”, los números de quienes no participan de la farsa electoral, son bastante altos y en una ocasión se logró la mayoría absoluta (1995). Por su parte, el voto nulo, que es otra alternativa, nunca ha sido una amenaza real para el sistema político-electoral por sus bajos índices.
He explicado en innumerables ocasiones las diferencias entre voto nulo y abstención. El primero es una manifestación de rechazo a la oferta electorera, pero NO AL SISTEMA; me disgustan los candidatos pero no el mecanismo sistémico en sí. Mientras tanto, la abstención consciente es un rechazo total al proceso político-electoral; no me centro en la oferta electoral ni las personas, sino en la estructura que sostiene el mecanismo, pues este es la causa que genera candidatos incapaces, corruptos y vulgares.
Ahora bien, el problema de la abstención (a secas) es su carácter multicausal. La postura consciente de no asistir a las urnas para no ser parte del simulacro democrático que se monta periódicamente, no es la única, pues las razones pueden abarcar desde la indiferencia, el no empadronamiento o actualización de datos, el cambio de residencia y la afección en la distancia del centro de votación, una enfermedad, un viaje o cualquier otro motivo.
En tiempos recientes se ha tratado de avivar la opción del voto nulo, la cual, puede confundirse con el rechazo al sistema, pero no lo es, como ya lo he explicado. Sin embargo, resulta preferible a la descabellada idea de votar por la basura que se nos presenta. Es importante distinguir quiénes promueven la anulación del voto, pues muchas veces son políticos frustrados ante el rechazo o la invisibilidad de la que son objeto por parte de los partidos políticos de turno, los cuales se decantaron por otras opciones.
El comportamiento del voto nulo ha sido el siguiente: 1985: 7.65%; 1990: 14.07%; 1995: 10.83%; 1999: 4.99%; 2003: 4.74%; 2007: 5.74%; 2011: 4.23%; 2015: 4.01%; 2019: 4.15%. Como es evidente, la ilusión de lograr mayoría absoluta para que se repitan las elecciones es prácticamente nula, con el agravante que la ley permite que los mismos compitan de nuevo, constituyendo una burla a la población.
Ahora veamos el comportamiento del abstencionismo. Ya aclaré que es difícil distinguir la postura consciente y la que deviene de otros motivos, pero presento los datos totales para comprobar que es más viable incrementar la abstención y hacer menos legítimas las votaciones (que no elecciones).
1985: 30.77%; 1990: 43.56%; 1995: 53.20% (cuando gana Arzú, primera y única vez que se ha logrado la mayoría absoluta); 1999: 43.27%; 2003: 42.10%; 2007: 39.80%; 2011: 30.62%; 2015: 28.67%; 2019: 37.84%. ¿Comprueban ahora por qué nadie habla de incrementar la abstención? Sencillamente porque si baja más la ya precaria legitimidad de las votaciones, nuestros vecinos del norte no querrían otro proceso similar como el de Venezuela, donde el desencanto popular en torno a los partidos y los políticos, produjo un vacío que pronto llenó Hugo Chávez.
La ley no prevé una consecuencia directa si la abstención es muy alta, pero téngalo por seguro que dos comicios seguidos con una ausencia mayor del 85%, tendría un impacto de imprevisibles consecuencias. ¿Se entiende ahora por qué las élites económicas y militares permiten hablar de voto nulo más no de abstención consciente?
Debemos rechazar esas narrativas espurias en torno que no votar es malo y que ayuda a los corruptos. Los facinerosos quedarán con o sin nuestro voto, pues las verdaderas elecciones ya se llevaron a cabo entre las élites y sus operadores. El domingo 25 de junio es tan solo la puesta en marcha del libreto que se escribió semanas y hasta meses antes. Lo único que quieren los titiriteros del sistema, es que los resultados electorales tengan un poco de legitimidad con un buen número de votantes.
Lo anterior me recuerda con pena los orígenes de este paisaje, cuando semanas antes del 15 de septiembre de 1821, el Clan Aycinena ya había suscrito el Plan Pacífico de Independencia, que no era más que el libreto para la puesta pública en escena en el día que nos enseñan en las escuelas y colegios que supuestamente se dio la gesta cívica. Para más INRI, en la mañana del día D de esa época, Gabino Gaínza era Capitán General del Reino y representante de la Corona Española; por la tarde, se convierte en presidente de las Provincias Unidas de Centro América, constituyendo el primer golpe de Estado en la vergonzosa historia del Istmo.
A pesar de la pérdida absoluta de las formas y lo burdo del fraude, muchos siguen pensado que las votaciones sirven para algo y que llevando una representación ÍNFIMA al congreso y los concejos municipales, se podrían dar cambios importantes. ¡La ingenuidad es digna de marco!
Para hacer más patética nuestra realidad, en los últimos días, la mano que mece la cuna pareciera repetir el guion de Jimmy Morales con el patán del Tik Tok. ¡No aprendemos!!
De mi parte: #NoSeréParteDeLaFarsa
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