PROVOCATIO: Y ahora ¿qué hacer?

La izquierda histórica no existe más, por lo menos como fuerza revolucionaria que aboga por el cambio de estructuras y no cambios cosméticos. Las expresiones supuestamente de izquierdas que hoy se conocen en la oferta político-electoral, se limitan al oportunismo de extraerle algo al sistema, regularmente: curules y plazas públicas. Su discurso se centra en reformas, muchas de ellas inoperantes e insustanciales, nunca enel cambio del modelo económico y la desigualdad que provoca.

Recientemente publiqué en redes: Que muchos sigan creyendo que su voto cuenta y que las elecciones resuelven algo es producto de: 1. Analfabetismo político. 2. Esperanza desesperada. 3. Síndrome de Estocolmo, disonancia cognitiva y/o efecto Dunning-Kruger. 4. Todas juntas.

Entre las reacciones, hubo una en particular que me motivó a escribir sobre la respuesta que no di y que trasciende por mucho 140 caracteres.

Una amiga, a quien le tengo mucha estima, me escribió: “Te vuelvo a preguntar Y entonces, ¿qué hacemos? ¿Tomar las armas de nuevo? ¿Esperar a formarnos políticamente, mientras el narco, los cacifes y sirvientes siguen robando? Soy toda oídos”. Mi coetánea es alguien que conozco por su talante ético, su larga trayectoria en las luchas sociales y por su compromiso al arriesgar el pellejo para cambiar esta realidad.  Ahora participa en un partido político que, si bien no se ha definido ideológicamente, podría decirse y muchos miembros así lo afirman, es socialdemócrata.

La socialdemocracia tiene la particularidad de la multiubicuidad. Desde el centro derecha hasta el centro izquierda pueden definirse como tal, es por eso que, en dicha agrupación, cohabitan todo tipo de tendencias políticas. Debo decir, además, que dentro de este esfuerzo que participó por primera vez en 2019, conozco a muchas buenas personas. Unos con más formación que otros, siendo un colectivo bastante heterogéneo en donde predomina un pensamiento liberal, digamos, moderno y flexible.

Mi amiga no compitió para cargos de elección en 2019 y tampoco lo hará en 2023. Es de aquellos personajes que asumen compromisos de apoyo y que, de verdad, piensan que las cosas pueden y deben cambiar, sin asumir protagonismos. Por eso y mucho más, la importancia por darle respuesta a su planteamiento.

Varios amigos que sobrevivieron a la guerra tuvieron destinos diferentes. Algunos fueron al exilio y retornaron, otros se quedaron en el extranjero y no volvieron; algunos más se retiraron a una vida sin compromiso político-ideológico, un grupo decidió participar en expresiones diferentes a lo radical, ya sea desde Sociedad Civil o en agrupaciones electorales, e incluso hubo quienes, insólitamente, pasaron a colaborar con las derechas extremas. En general, podemos identificar al conglomerado de marras, como la izquierda histórica. Entre ellos hubo: marxistas, trotskistas, maoístas, anarquistas, socialdemócratas y socialcristianos radicalizados, y otros, empujados más por la indignación que por alguna ideología.

¿Tomar las armas de nuevo? Si bien grandes pensadores coinciden en que no hay condiciones para hacer otro movimiento armado, hubo exmilitantes como Edelberto Torres-Rivas que afirmaron categóricamente en el siglo XXI: “Si en un país fracasa una revolución ¿para qué intentar otra?”. Por cierto, Torres-Rivas fue fundador de esta agrupación política a la que me he venido refiriendo.

Otros personajes de mucha relevancia en Guatemala y cuya trayectoria pasó más bien por el reformismo y la cautela, como Jorge Mario García Laguardia, llegaron a afirmar: “Esto ya llegó al límite. Hay que hacer una revolución. Hay que cerrar el Congreso y demás instituciones públicas, establecer un gobierno fuerte y organizar una discusión general para rehacer al país.”

Unificando criterios desde el enfoque de izquierdas, lo único que puede resolver un problema tan grave como nuestra actual situación, es una solución radical. Sin embargo, esto requiere determinadas condiciones que están muy lejos de existir y no se darán en el mediano y quizá largo plazo.

¿Qué hacer entonces? Diversas personas y sectores tienen alternativas diferentes para responder. Hay quienes dicen que es mejor retirarse y abandonar la lucha social, dedicándose a una vida que permita desde la subsistencia, una situación más cómoda. Otros, se inclinan por seguir con la utopía desde cualquier espacio que se pueda, algunos conscientes que se tendrá poca incidencia y otros viviendo la nostalgia de un pasado de grandes gestas. Otro grupo, no despreciable en número, decidió participar en política electoral a sabiendas de los efectos de la fuerza centrífuga del sistema.

La izquierda histórica no existe más, por lo menos como fuerza revolucionaria que aboga por el cambio de estructuras y no solo cambios cosméticos. Las expresiones supuestamente de izquierdas que hoy se conocen en la oferta político-electoral, se limitan al oportunismo de extraerle algo al sistema, regularmente: curules y plazas públicas. Su discurso se centra en reformas, muchas de ellas inoperantes e insustanciales, nunca en el cambio del modelo económico y la desigualdad que provoca. Incluso, basta ver las votaciones de esa supuesta izquierda en el Congreso, quienes muchas veces han votado con el pacto de corruptos y favorecido a los grupos económicos de poder, algunos de los cuales, también los financian.[i]

¿Esperar a formar políticamente, mientras el narco, los cacifes y sirvientes siguen robando?  Hay que releer a Gramsci cuando habla que se debe luchar con el pesimismo de la razón, pero el optimismo de la voluntad. Fue precisamente este pensador quien develó la importancia de la lucha ideológica y cultural en contra del sistema, sobre todo, cuando la correlación de fuerzas está muy inclinada hacia los grupos de poder, que tienen a su favor la captura total de la institucionalidad pública (como en nuestro caso) y todos los recursos materiales, humanos y financieros para consolidar el statu quo, fundamentalmente, el manejo y control de los Aparatos Ideológicos del Estado, es decir todos aquellos sistemas religiosos, el escolar, familiar, jurídico, político, sindical, informativo y cultural.

Al parecer, la importancia de la formación política es reconocida por todos los que buscamos el cambio, pero debe acotarse con mucha puntualidad que lo primero es la claridad política para entender la realidad, insistiendo en la sostenibilidad de un enfoque histórico-estructural de la misma. Sin este principio, de nada sirve la organización, la lucha y la cacareada unidad.  

Ahora bien, el quid del asunto es creer que nuestro voto cuenta y que las elecciones resolverán algo. Se necesita mucha candidez para no darse cuenta cómo funciona esta casa de apuestas que es el sistema político-electoral desde 1954. Ahora, los fraudes se planifican minuciosamente ANTES y se discuten entre las élites, no es el CACIF, sino el G-8, que es el que verdaderamente parte el bacalao, es decir, la mano que mece la cuna y que opera tras bambalinas, quien toma las decisiones fundamentales.

Reconozco que hay personas honestas que participan en lo electoral desde su inocencia y que descartan protagonismos oportunistas, aportando a lo colectivo y la construcción de futuro. Pero el hecho real y contundente es que son los menos y que la casa nunca pierde. Esta reflexión no implica renunciar a la participación por un mundo mejor, pero debemos reconocer que en el corto plazo no hay salida, únicamente queda la denuncia y la construcción paciente de un escenario posterior que incremente la masa crítica de ciudadanos. ¿Cómo lograrlo? Promoviendo la claridad política de un número cada vez mayor de personas, lo cual, solo se logra con procesos de formación sólidos en el mediano y largo plazo.

¿Se puede participar y formar desde distintos espacios, incluyendo lo electoral? Claro que sí, pero con certeza absoluta sobre lo más importante: la creación de un sujeto político y no solo votantes, así como una mentalidad crítica y no ovejuna, al margen (en lo posible) de la fuerza centrífuga del sistema.  ¿Difícil? Sí. ¿Lograble en el corto plazo? No, pero si no empezamos ahora, el futuro se aleja.

José Alfredo Calderón E.

Historiador y analista político

P. D. Por razones de espacio, quedan en el tintero muchas otras ideas.


[i] No incluyo al MLP cuya importancia en el Congreso es prácticamente nula. Su planteamiento es lo que más se acerca a la radicalidad, pero dentro del sistema. Merece un análisis aparte.