PROVOCATIO: La magia que envuelve al año nuevo que llega

En los sistemas de vida basados en valores, considero que la coherencia es lo principal, es decir, la concordancia entre lo teórico y lo práctico; entre lo que siento, pienso, digo y hago. Las fiestas de fin de año están plagadas de “buenas intenciones y amor por el prójimo”, pero más tarda en acaecer el fin del año viejo que muchos en volver a los hábitos acostumbrados.  

José Alfredo Calderón E.

Historiador y analista político

Charlando con mi pareja sobre los sempiternos propósitos de las personas para año nuevo, coincidimos en que algo mágico flota en el ambiente post navideño y se prolonga hasta fin de año e inicios del siguiente. Desde lo más prosaico como bajar de peso e ir al gimnasio, hasta lo más etéreo, endilgándole al “año nuevo” la tarea de traernos solo cosas bonitas, wishful thinking le llaman algunos.

“¡Sorpréndeme 2023!”, “… a ver qué trae el año nuevo” y/o el suplicante: “ojalá que este nuevo año nos traiga: bendiciones, amor, trabajo, salud, bienestar, prosperidad…” y una lista de Santa Clós, propia de las mentalidades infantiles que afloran por estos días, aunque muchos de nuestros actos cotidianos riñan con el imaginario inocente de los niños.

Reflexionando en cuanto a las causas detrás de esos propósitos, no hay otra explicación que no sea emotiva. Las limitaciones materiales y simbólicas de las mayorías fortalecen el deseo por todo tipo de cosas, incluyendo las más inalcanzables. Lo interesante es que la fuerza de estos anhelos es inversamente proporcional al esfuerzo que estamos dispuestos a realizar para obtenerlo. Por eso se recurre a las socorridas frases que mencioné al inicio; a ver qué nos trae o que el “nuevo año” nos sorprenda.

Otra variante lingüística es: “A ver qué dice dios”, “que sea lo que dios quiera” o “tengo fe que sucederán muchas cosas buenas y se alejarán las malas”. En todas estas expresiones, el esfuerzo personal es prácticamente nulo. Sin perjuicio del respeto que se debe guardar a cualquier tipo de creencias, la renuncia a las posibilidades propias tiene su asidero en el pensamiento mágico, es decir, que las cosas sucedan sin que medie algo racional, tangible o netamente humano.

Cuando se añade el componente propiamente religioso, es indispensable poner atención al principal producto de lo mágico: la resignación. Cualquier cosa que suceda, es porque una fuerza superior y ajena a mí, intervino.  Si calificamos de malo un año, es porque dios así lo quiso y no debemos cuestionar tan altos designios. Repito, no es atacar creencias sino tener un pensamiento crítico para abordar la realidad.

Contrario a lo que muchos piensan, lo espiritual (que no lo religioso) pertenece al mundo material/real. Basar la vida en un talante ético debiera ser la consigna general, sin perjuicio que cada uno tenga las prácticas de fe que considere pertinentes.

En los sistemas de vida basados en valores, considero que la coherencia es toral, es decir, la concordancia entre lo teórico y lo práctico; entre lo que siento, pienso, digo y hago. Las fiestas de fin de año están plagadas de “buenas intenciones y amor por el prójimo”, pero más tarda en acaecer el fin del año viejo, que muchos en volver a los hábitos acostumbrados.

La realidad externa impone condiciones que, en la mayoría de los casos, no podemos cambiar. Sin embargo, internamente, deberíamos reflexionar mucho en torno a si lo que estamos haciendo se basa en los valores y principios asumidos. Así mismo, cuestionar las posibilidades de cambio personal, pues nadie da, lo que no tiene. Cito algunos ejemplos:

Si quiero un ambiente familiar lleno de amor y compromiso de unos hacia otros, debo cuestionar mi propia contribución para que esto sea así.

Si quiero un ambiente de trabajo armonioso y respetuoso, debo preguntarme primero qué tanto puedo incidir y luego, qué estoy haciendo para contribuir a este respecto, o bien, si las decisiones fundamentales en este aspecto corresponden a otros y muy posiblemente no cambiarán.

Si quiero una mejor comunidad, vecindad o barrio, reflexionar sobre lo mucho o poco que me involucro y el ejemplo que doy.  Qué áreas de oportunidad tengo para incidir y qué tanto aporto a la organización y toma de consciencia colectiva.

Si quiero un mejor gobierno (local y nacional) y que las cosas cambien, el cuestionamiento inicial es si me he informado o involucrado lo suficiente, no necesariamente en política partidista, pues la organización y participación comunitaria resulta siendo, muchas veces, más importante. ¿Conozco lo básico que debe conocer un ciudadano para emitir opinión y/o participar? ¿O, por el contrario, me dejo llevar por lo que dice la gente en general, sin un fundamento o criterio formado, por los memes y el pensamiento mágico? ¿Tengo la suficiente claridad política para entender lo que está pasando? De no ser así, ¿Cuáles son los esfuerzos que he hecho o debo hacer para informarme y formarme para participar con solidez desde cualquier espacio?

El año nuevo “no trae nada” sino que somos nosotros los únicos generadores de las posibilidades para deconstruir, primero, en nosotros mismos y, luego, incidir en las dinámicas sociales, culturales, ciudadanas, políticas, comunitarias, familiares, grupales, profesionales/productivas, así como espirituales de nuestro entorno.

Este es año electoral, y para variar, las condiciones son las mismas de siempre: mucha expectativa y poca información, poco o nulo involucramiento ciudadano, carencia de claridad política y escaso esfuerzo real para que las cosas puedan cambiar.

La misma locura cotidiana: esperar resultados diferentes haciendo lo mismo. ¿Estamos dispuestos a iniciar un cambio real en nosotros y nuestro entorno?