PROVOCATIO: Que todo cambie, para que nada cambie

Un proceso de reforma legal en la que participan muchos actores que, precisamente, son los culpables del descalabro político, social y económico del país, es una obra macabra que llamaría a risa si no fuera por el brutal impacto que tiene en nuestra realidad nacional al provocar múltiples callejones sin salida. Lamento anticipar en qué terminará esta nueva gestión de cambios a la LEPP porque la historia es una maestra implacable. Que no aprendamos de sus lecciones, es el verdadero drama. 
José Alfredo Calderón E

Historiador y analista político

Hace años, un diario vespertino publicó un reportaje sobre las más de 70 mil normativas que tiene Guatemala en distintas áreas, herencia inequívoca de La Colonia. Aparte del descomunal dato cuantitativo, es de todos conocido que “hecha la ley, hecha la trampa”. Aún más, hay un lema acuñado por los criollos desde hace siglos: “Se acata, pero no se cumple”, en alusión a las Leyes Nuevas de 1542 que La Corona Española había promulgado para recuperar los territorios conquistados y tratar de frenar los desmanes de los conquistadores primero, y los colonizadores después. De esta cuenta, lo que los criollos querían decir en realidad es: Se “respeta” a la autoridad, pero en América, no cumpliremos las leyes.

Miren ustedes desde cuándo la normativa es letra muerta en estos rincones tropicales, aunque en el cono sur, la historia fue un tanto distinta, sobre todo, a partir de los procesos de descolonización del siglo XIX.  Para el caso de la ex Capitanía General del Reino, el caso fue paradigmático pues en pleno siglo XXI, pareciera que la realidad cultural e ideológica no cambia drásticamente, como se los he demostrado a mis alumnos en el curso de Historia Económica y Social de Guatemala en la USAC.

Saco a colación este fundamental dato, porque por enésima vez, se pretende reformar la ya manipulada varias veces Ley Electoral y de Partidos Políticos (LEPP). Si bien la norma establece que después de cada elección general se debe revisar dicha ley, en este bello paisaje el ejercicio es más protocolario, formal e improductivo, ya que el resultado periódico es prácticamente el mismo, con sus tres variables:

  • Se hacen cambios gatopardistas para taparle el ojo al macho, es decir, modificaciones accesorias que en nada cambian la esencia estructural de la Ley.
  • Se promueve la participación de Segismundo y medio mundo, a efecto que haya tantas iniciativas que se dificulte unificarlas, saliendo casi siempre productos tipo Frankenstein (ahora son 1,256 iniciativas).
  • Se entretiene el asunto en mesas técnicas, reuniones, comités y subcomités, hasta que llega el próximo proceso electoral y todos se concentran en “las alegres…”  Como ejemplo podemos citar que: En febrero de 2021, el TSE entregó una iniciativa de ley de reformas a la ley electoral, como producto de la Comisión de Actualización y Modernización Electoral (CAME), la cual contempla un cambio a 46 artículos. Esta fue enviada a la Comisión de Asuntos Electorales del Congreso y en agosto del año siguiente fue dictaminada favorablemente con modificaciones, aunque ya no volvió a conocerse en el pleno.

Al no existir una masa ciudadana crítica con pensamiento reflexivo, la mayoría de la población se traga el cuento y el entusiasmo dura poco. Lo he dicho cientos de veces, sin claridad política, de nada sirve la organización social porque las expresiones contestarias y de propuesta carecen de sustento. Agarrar el rábano por las hojas (no ir a las causas) y pasar de un tema a otro en cuestión de días u horas, sigue siendo la entretención nacional por excelencia.

Como ya dijo Einstein, “pretender resultados diferentes haciendo lo mismo, es lo más cercano a la locura”.  El mecanismo de abordaje debe ser el mismo que se utiliza para realizar una tesis; se debe entender cuál es el problema y definirlo en forma concreta. El principio de cualquier mejoramiento de la realidad, debe ser ir a la raíz del problema y no a sus efectos múltiples. 

El primer paso hacia la claridad política inicial, es comprender que el modelo económico depredador guatemalteco produce una estructura social desigual, la cual, genera sus propios mecanismos para sostener y defender el statu quo y/o hacer como que todo cambia, para que nada cambie, como bien lo describió Giuseppe Tomassi di Lampedusa en su novela Il Gatto Pardo. Cambiar el sistema económico se ha tornado prácticamente imposible por lo que tenemos que circunscribirnos a mejoras supraestructurales desde la Ley y presionar a los funcionarios públicos para que muestren la voluntad política necesaria para garantizar, en la práctica, el espíritu de las leyes progresistas.

El segundo paso es asimilar que Guatemala no cuenta con un verdadero Sistema de Partidos Políticos, es decir, aquellas instituciones de derecho público intermediarias entre el Estado y la sociedad (Duverger). Lo que hay son plataformas electoreras basadas en el patrimonialismo, el clientelismo, el caudillismo y el cachimbirismo tropical más infame. Para muestra un botón: el actual proceso de revisión de la LEPP está asesorado por Roberto Villate, ex diputado del partido LÍDER de Manuel Baldizón, entes que no necesitan credenciales para reconocer su calaña.

De las 29 agrupaciones políticas que participaron en los últimos comicios, solo cinco presentaron propuestas. A esto debemos sumar 127 organizaciones sociales entre supuestos académicos, cámaras empresariales y sociedad civil que también presentaron propuestas, por eso el número de 1,256 proyectos.

Un proceso de reforma legal en la que participan muchos actores que, precisamente, son los culpables del descalabro político, social y económico del país, es una obra macabra que llamaría a risa si no fuera por el brutal impacto que tiene en nuestra realidad nacional al provocar múltiples callejones sin salida.

Lamento anticipar en qué terminará esta nueva gestión de cambios a la LEPP porque la historia es una maestra implacable. Que no aprendamos de sus lecciones, es el verdadero drama.