PROVOCATIO: Las mentiras como forma histórica de vida

“…es fácil advertir que una sociedad fundada y desarrollada en mentiras, no solo las encuentre fáciles de asimilar, compartir y tolerar, sino que se vuelva poco o nada exigente para casi todo, desde reclamar el litro de leche con fecha vencida en la tienda de barrio, hasta las demandas sociales por el latrocinio y la perversión de los gobernantes, la manipulación de las élites por mantener un modelo económico depredador y las falacias cada vez más descaradas de politiqueros de ocasión”.  

José Alfredo Calderón E.

Historiador y analista político

Reflexionando sobre cómo algunas personas aún creen en cualquier cosa que digan los “políticos”, los bulos y todo tipo de fake news, caí en cuenta que esta sociedad se funda, históricamente, en las mentiras.  Repasemos un poco.

Las primeras ordenanzas de los españoles, una vez ejecutada la conquista en el siglo XVI, fueron dictar lo que no se podía hacer, siendo las primeras, prohibir los juegos de azar y la prostitución.  Acciones moralinas que, a la luz del devenir histórico dan risa, pues los principales importadores de dichos juegos eran la Iglesia Católica y los funcionarios de la Corona Española.  Respecto de la segunda prohibición, todo mundo sabía a qué puerta tocar. 

Ya en el proceso de colonización, fue famosa la frase acuñada por peninsulares y criollos: se acata, pero no se cumple, en clara alusión a que se acepta la orden real pero no se cumplirá. 

La independencia nacional, como ahora se sabe, también fue un juego de mentiras, delatadas en el Plan Pacífico de Independencia (el verdadero documento emancipador de los criollos) y anterior al acta oficial.  Pero lo más sublime, fue que el representante de la Corona, el Brigadier Gabino Gaínza, en solo cuestión de horas, el 15 de septiembre de 1821 se convierte en el presidente de las Provincias Unidas de Centroamérica.  Luego vendría un general mestizo como presidente vitalicio (Rafael Carrera), recibiendo las burlas de los señoritos criollos (tal como “indio ignorante”) pero que les venía como anillo al dedo a sus intereses y por eso lo toleraban.  Posteriormente, una reforma liberal que no era liberal y una revolución tildada de comunista pero que, en realidad, era reformista en pro de un capitalismo de pequeños y medianos propietarios. 

Ni qué decir de la endémica mojigatería que viene desde tiempos coloniales, cuya frase predilecta es: “¡Nunca lo he hecho!…  ni lo volvería a hacer”.  Joyas de colección al respecto, hay muchas, pero menciono algunas. 

Una exprimera dama de la nación,militante fundamentalista de una secta, declara sin empacho que, la homosexualidad es una abominación según la Biblia, lo cual contrasta con el hecho de tener un hijo gay (por cierto, el término hijastro no es legal, por eso no lo menciono).  La homofobia es un rasgo distintivo de gran parte de la sociedad guatemalteca, lo cual contrasta también, con el hecho que hemos tenido diversas autoridades electas de clara pertenencia a la comunidad LGBTIQ+.

Como he afirmado innumerables veces, Guatemala tuvo una larga dictadura militar de 1954 a 1985 y luego un simulacro político-electoral, hasta nuestros días.  Que existan elecciones periódicas más o menos estables cada cuatrienio, no tiene nada que ver con la democracia real. 

Examinemos ahora la actividad social desde lo más prosaico.  En el campo laboral, llama a risa que, en las entrevistas, casi el 100% de aspirantes varones se declaran abstemios o bebedores sociales; casi todos trabajarían horas extras, aunque no se las pidan y están agradecidos por la oportunidad que se les brinda, aunque en el primer convivio “agarren furia” y en el desempeño de sus labores todos los días estén 5 minutos antes de la salida, parados frente al reloj marcador de asistencia.  Del entusiasmado y nuevo laborante, se pasa al prototipo del quejumbroso que todo lo critica.    

Cuántos de nosotros hemos convivido, y lo seguimos haciendo, con mentiras como estas: “A ver qué día nos tomamos un cafecito”, el cual, por supuesto, nunca se da.  “No te vas a morir, en vos estaba pensando”, “No pasa la semana entrante sin que te pague lo que te debo”, “Vas a perdonar la sencillez de la cena, pero es con todo cariño” (cuando tanto el anfitrión como el invitado saben que fue catering de hotel, más para impresionar, que para agradar).  Cuántos amigos que aseguran: “Ya estoy por llegar, solo me parqueo”, cuando en realidad no han salido ni de su casa.

Volviendo a lo laboral, cuántos no recurren a “el informe ya casi está listo”, cuando tiene más atraso que reloj de juguete.  Qué decir del chisme de oficina que casi siempre empieza así: “Déjame decirte que yo a aquel (o aquella) lo quiero mucho, pero te tengo que contar que…”, acto seguido, suelta una ensarta de improperios y acusaciones contra el compañero “querido”, la mayor parte o todas, falsas. 

En Guatemala, el deporte de beber asume ribetes olímpicos.  Sin embargo, cualquier cruda es disfrazada de un: “me cayó mal la cena de anoche”, “yo en realidad no quería, pero me tomé una copa de más”, “esta sed bendita ha de ser por la diabetes”, “jefe, no iré a trabajar porque creo tener síntomas del bicho”; “yo no tengo problemas con la bebida, que me descontrole muy de vez en cuando, es otra cosa”. 

Entre novios y novias las mentiras van y vienen, pero es en el matrimonio donde adquieren nivel de posgrado.  Los hijos no se quedan atrás con respecto al desempeño y comportamiento en la escuela o colegio. 

Para quienes ejercemos la docencia universitaria desde hace décadas, la pericia alcanzada para detectar excusas inventadas es notable.  Siempre la frase inicia con un “fíjese que” después del cual toda clase de historias con narrativas fantásticas se sobrevienen.  Desde enfermar a todos y cada uno de los miembros de la familia ampliada, parientes antes no conocidos, cataclismos y desgracias naturales y sobrenaturales, cualquier historia es utilizada para de sorprender, con poco éxito, a profesores que ya estamos curtidos en el arte del engaño. 

No puede faltar el ejemplo de la llamada del gran amigo, casi hermano, que después de 10 años de no hablarte ni interesarse para nada, te timbra y empieza más o menos así; “No me lo vas a creer, pero tengo rato de estar pensando en vos…”.  Acto seguido, sin fallar, viene el sablazo de pedir dinero prestado o un favor para chance o una solicitud con alto grado de dificultad para complacer.

Ahora bien, este juego tiene éxito porque el eje transversal es que todos saben que el otro/a sabe y viceversa.  La mojigatería (hipocresía, para quienes no están familiarizados con el término) es un factor endémico de una sociedad pecadora, pero con aires de santulería.  Todo mundo oculta al tío bolito, al cuñado malcabresto, el suegro acosador, la “niña” embarazada por fulgurante arrebato carnal no bendecido. 

Bendito seas Facebook, exclaman quienes pueden construir vidas falsas llenas de mentiras en la red.  Un rápido examen de perfiles da cuenta que todo es felicidad, formación universitaria a granel, viajes y buenas noticias, trabajos y noviazgos idílicos.  Para lo demás, están los filtros para aparentar belleza, menos edad, delgadez y, por supuesto, buen vivir. 

Con base a lo anterior, es fácil advertir que una sociedad fundada y desarrollada en mentiras, no solo las encuentre fáciles de asimilar, compartir y tolerar, sino que se vuelva poco o nada exigente para casi todo, desde reclamar el litro de leche con fecha vencida en la tienda de barrio, hasta las demandas sociales por el latrocinio y la perversión de los gobernantes, la manipulación de las élites por mantener un modelo económico depredador y las falacias cada vez más descaradas de politiqueros de ocasión. 

Ya viene la feria de mentiras por excelencia: las alegres elecciones.  Todos sabidos pero emocionados por el juego.  Tú me mientes descaradamente y yo hago como que te creo; el problema es que, sin creerte, termino votando por el que considero menos mentiroso, a sabiendas en lo más profundo de mi ser, que todos son iguales.