PROVOCATIO: La humillación colectiva como herramienta política de sometimiento

“La España de Franco realizó una inmensa inversión en represión y violencia para vivir después de sus rentas, convirtiendo al país en una inmensa prisión.  La represión fue un elemento consubstancial del régimen franquista, desde sus inicios hasta su final y es, por tanto, un aspecto clave en el análisis de la larga duración de éste en su intento de perpetuarse indefinidamente.  La represión servía a la vez para castigar a los vencidos, cohesionar a los vencedores y atemorizar al conjunto de la sociedad.” Ramón Arnabat Mata

José Alfredo Calderón E.

Historiador y analista político

«La historia ocurre dos veces: la primera vez como una gran tragedia y la segunda como una miserable farsa» frase dictada por Marx, complementando lo dicho por Georg Wilhelm Friedrich Hegel (1770 – 1831).

Para ejemplificar el primer caso, recurro a Ramón Arnabat Mata:

 “La España de Franco realizó una inmensa inversión en represión y violencia para vivir después de sus rentas, convirtiendo al país en una inmensa prisión.  La represión fue un elemento consubstancial del régimen franquista, desde sus inicios hasta su final y es, por tanto, un aspecto clave en el análisis de la larga duración de éste en su intento de perpetuarse indefinidamente.  La represión servía a la vez para castigar a los vencidos, cohesionar a los vencedores y atemorizar al conjunto de la sociedad.”

La segunda connotación sirve para describir el caso guatemalteco desde 1954.  Para el efecto, me serviré de tres cortes históricos: De una abierta dictadura militar de 31 años (primer corte) se pasó a un simulacro civil de democracia (1986-2011, segundo corte) finalizando con la coyuntura actual que marca el regreso oficial de los militares, pero coaligados con las élites económicas y otros adláteres espurios (2012-2022, tercer corte).

Para entender el actual estado de las cosas en Guatemala, necesitamos dos herramientas fundamentales: la historia y la teoría social que la explica. 

La guerra civil guatemalteca (1960-1996) marcó a nuestra sociedad de diversas formas, lamentablemente, con un saldo negativo. 

“… los conflictos armados desintegran las sociedades, generan una quiebra del sentido de la historia, una ruptura semiótica en la evolución de las comunidades humanas, porque la guerra es una crisis de dimensiones extraordinarias que afecta a los individuos como sujetos sociales en su capacidad para dar sentido y significado a sus acciones…”[i]

Algunos se preguntan el porqué de la poca o nula reacción de los guatemaltecos, no solo ante el abuso material, económico y político, sino sobre todo, ante la diversidad de ignominias sufridas en consecuencia.  La historia nos demuestra que después del sometimiento violento de los vencidos, se viene una perpetuidad de vejaciones para lograr la humillación constante en función de la sostenibilidad de ese dominio. 

A la interrogante sobre si el vencedor ya logró sus objetivos primarios, por qué mantiene al vencido en una constante humillación, recurrimos al texto La humillación como una forma socialmente tolerada del mal moral de Liliana Cecilia Molina-González de la Universidad de Antioquia.  La autora resume: “El mal moral se define como un conjunto de acciones intencionales por medio de las cuales se lesiona la dignidad humana y, por tanto, se explica por la negación de derechos.  Sin embargo, el mal moral no consiste solo en una negación de derechos, sino también en una experiencia que involucra, entre sus estrategias, la humillación…”

La autora refuerza su tesis en el siguiente párrafo: “… en el contexto de la vida en común se puede ver que la humillación en cuanto acción (experimentada por quien la padece), y como conducta y proceso (por parte de quienes la infligen y de quienes son sus espectadores), se presenta, muchas veces, como una práctica socialmente tolerada (…) las tácticas de guerra y las políticas que la respaldan incluyen estrategias humillantes que se justifican políticamente y son toleradas socialmente, lo que contribuye a aniquilar moralmente (y físicamente) no solo “individuos” que se juzgan como “enemigos”, sino la cultura y forma de vida que encarnan”.

Surgen esta serie de reflexiones, porque una vez concretada la cooptación total del Estado, el pacto de corruptos, ampliado a una alianza criminal (son conceptos distintos) se ha encargado de restregarnos esa borrachera del poder sobre la dignidad ciudadana, con total y brutal descaro.

La manipulación mediática, el pésimo manejo de la pandemia, la corrupción sin límites, la persecución de opositores y la reconstrución conceptual del “enemigo interno”; la legislación de normativas humillantes y antiderechos, ahora se combina con actos histriónicos de todo tipo que van dirigidos a romper la moral ciudadana y provocar su indefensión y/o indolencia. 

La humillación como herramienta política consolida la falta de asombro y la incapacidad para reaccionar.  Temas absurdos como la “marca país”, los excesos del “pornoministro” que ahora renuncia para ser candidato en 2023; la sobrevaloración de himnos “institucionales” y de obras de todo tipo, son muestras demasiado evidentes para digerir (hablo de la escasa ciudadanía crítica, por supuesto).   El papelón en Naciones Unidas al hablar de un país que no existe y el contubernio, cada vez más amplio, para seguir robando y humillando, no son expresiones tropicales cimarronas aisladas sino responden a un maquiavélico plan de dominación para perpetuar la ignominia como herramienta de control y sometimiento. 

Ya nada nos sorprende, la ira ciudadana se diluyó y  nuestra indignación, cada vez más esporádica y débil, no pasa de ventilarse en redes sociales. 

El plan contrainsurgente de posguerra, presume su éxito y nos prepara al acto histriónico de gala: las alegres elecciones 2023.


[i] Barus-Michel, Jacqueline, « Crises et mutations.  Les avatars du sujet social», Bulletin de psychologie, t.  51 (1), n° 433, enero-febrero 1998, p.  6.  Citado por Eduardo González Calleja et Severiano Rojo Hernández.