PROVOCATIO: Este lodazal es producto de aquellos polvos…

Estos dos pecados originales asfaltaron la carretera que permitiría, desde 1954, una larga dictadura militar disfrazada con elecciones amañadas cada cuatro años. Coroneles y generales se repartieron los cuatrienios de gobierno desde 1954 hasta 1985.

José Alfredo Calderón E.

Historiador y analista político

Ayer se conmemoró un aniversario más de la gesta revolucionaria del 20 de octubre de 1944. No faltaron las merecidas loas y la realización de eventos académicos, celebrando la única primavera democrática que ha tenido la República de Guatemala, desde su constitución el 21 de marzo de 1847 a nuestros días.  Es decir, 10 años en 174 años, tan solo un 5.75% del tiempo hubo un período democrático.

Los logros de la Revolución de Octubre no pueden regatearse y, afortunadamente, ya nadie es tan estulto para seguir diciendo, como se dijo durante años, que dicha gesta fue comunista; esto incluye a las propias derechas políticas criollas (excepción hecha de las brontosáuricas) quienes necesitaron que uno de sus referentes, el escritor Mario Vargas Llosa, se los dijera en conferencias y, fundamentalmente, en su libro Tiempos Recios durante su última visita a Guatemala.

Hoy quiero referirme a dos hechos fundamentales que algunos desconocen. Entre las bondades del período revolucionario, se gestaron sendos golpes de Estado técnicos que, en aquella época, aún no se conocían con ese nombre. El primero, fue haber creado dos mandos dentro del ejército nacional y el segundo, el ya conocido “Pacto del Barranco”. Por cierto, los golpes de Estado técnicos se conocieron como tales hasta el gobierno de Vinicio Cerezo (1986-1991), sufriendo él mismo, dos de ellos en mayo de 1988 y mayo de 1989. Ya en el período que denominaron de apertura democrática, se tuvo una Asamblea Nacional Constituyente en 1984 que generó la actual constitución en pleno gobierno de facto; en 1985 se dieron las elecciones generales, siempre dentro del gobierno de facto; y el 14 de enero de 1986 tomó posesión el ganador, Cerezo Arévalo.

Estos dos pecados originales asfaltaron la carretera que permitiría, desde 1954, una larga dictadura militar disfrazada con elecciones amañadas cada cuatro años. Coroneles y generales se repartieron los cuatrienios de gobierno. El primer pecado creó el monstruo que vendría después (en lo estratégico) y el segundo, fue el nacimiento del sometimiento del poder civil al militar, asestando un golpe táctico al primer gobierno de la Revolución. Luego vendría la contrarrevolución y después de eso… casi todos conocemos la historia.

Los actuales lodos de la cooptación total del Estado y la rendición de este al narco, no se pueden explicar sin atender estos dos factores primigenios, que devienen en los polvos que le dieron origen a este agobiante lodazal.

El tremendo error de la Asamblea Constituyente Revolucionaria al crear dos mandos dentro del ejército terminó por generar una pugna política entre el ministro de la Defensa, nombrado por el Presidente de la República y el Jefe de las Fuerzas Armadas, nombrado por el Congreso. De hecho, el tan sonado caso de la muerte del mayor Francisco Javier Arana en el Morlón, Amatitlán, tiene que ver con esta dualidad y el carácter golpista del mayor, que nunca aceptó que Árbenz fuera el designado para ser el candidato de la coalición oficial en las elecciones de 1951. “Con las premuras e intereses que describe muy bien el ciudadano Jorge Toriello y que lo alejaron de la vida política, la Junta Revolucionaria de Gobierno y la Asamblea Nacional Constituyente debieron hacer concesiones que luego le saldrían carísimas al proceso democrático del país.” Para más detalles ver mi artículo https://cronica.com.gt/jose-alfredo-calderon-la-herencia-paradojica-de-la-revolucion-de-octubre/

Más allá de la creación de dos entes de mando, el problema fundamental fue el empoderamiento de la institución castrense frente al poder civil, convirtiéndose en un monstruo paralelo a los gobiernos de turno. No es casual que, hasta la fecha, hay una ley Orgánica del Ejército, como si este fuera distinto del Organismo Ejecutivo, donde debería estar incluida. Incluso, hubo muchas personas que se referían a los Acuerdos de Paz de 1996, como un pacto que había sido firmado entre la guerrilla y el ejército. Por otra parte, los militares, conscientes de su poder frente a los civiles, hicieron suya la frase que usaban los criollos frente a la Corona Española durante la Colonia: “se acata, pero no se cumple”.

El alto mando del ejército se curó en salud y cobró cara su participación en el derrocamiento de Ponce Vaides. Para el efecto, aprovechó un suceso poco conocido y que provocó el Pacto del Barranco. El nombre tan sui géneris del pacto se debe a la particularidad de derivarse de un grave accidente automovilístico sufrido por el presidente Juan José Arévalo Bermejo, el 16 de diciembre de 1947, cuando en compañía de un amigo y dos bailarinas rusas (quienes eran parte del ballet ruso que estaba de paso por el país) se embarrancaron en la carretera que conduce a Panajachel. Todos los ocupantes del vehículo murieron, salvo el gobernante que se recuperó más rápido de lo esperado, si se toma en cuenta la gravedad del percance ya aludido.

En resumen, los dirigentes del Partido Acción Revolucionaria –PAR– suscribieron un pacto con el recién ascendido teniente coronel Arana, en el que este se comprometía a no provocar ningún golpe de Estado contra el presidente convaleciente, siempre y cuando los partidos revolucionarios apoyaran a Arana como su candidato oficial en las siguientes elecciones. Según algunas fuentes, el principal argumento para hacer a un lado a Jacobo Árbenz era su juventud, lo cual facilitaba que esperara un segundo gobierno revolucionario para competir por la presidencia. La pronta recuperación de Arévalo y el afán de Arana por aparentar ser demócrata y no golpista, hizo que se llegara al acuerdo y el primer gobierno de la revolución terminara su período, no sin la sucesión y permanente amenaza de intentos golpistas diversos. Más detalladamente analizado en mi artículo https://cronica.com.gt/provocatio-los-pactos-castrenses-para-la-cooptacion-civil/

Luego vendrían otros pactos como el Borrón y Cuenta Nueva o el Entendimiento Secreto, que obligaron a firmar al general Miguel Ydígoras Fuentes, a pesar de pertenecer a las propias fuerzas armadas, es decir, el control y la cooptación total del poder no debería tener ninguna concesión, incluidos los miembros del ejército. Posteriormente se conoció El Concordato frente al Lic. Julio César Méndez Montenegro, único gobierno civil entre 1954 a 1985, pero que, por este mismo pacto, se demostró que no contaba como pausa de la dictadura militar.

El plan estratégico/contrainsurgente del ejército iba más allá de lo militar. Sabían que las fachadas democráticas eran importantes de cara al concierto de naciones en el exterior; pero en lo interno, no podían conceder espacios a los comunistas y filocomunistas, cuya existencia era más referencial y mágica, por supuesto. Lo interesante de estos pactos, es que luego se hicieron públicos y, como en el caso de El Concordato, aparecen los nombres y firmas del alto mando del ejército, el presidente y vicepresidente de la República, así como del secretario general del Partido Revolucionario. Imposible un descaro mayor.

Veamos entonces el proceso histórico de la infraestructura para consolidar el dominio militar en Guatemala:

  • Condicionamiento de la Revolución al crear dos mandos paralelos en el ejército y generar su espurio crecimiento.
  • El Pacto del Barranco, ya explicado.
  • La intervención mercenaria de 1954 financiada y dirigida por Estados Unidos como punto de arranque de un rediseño del Estado para borrar las conquistas y alcances de la Revolución, pero, sobre todo, sentando las bases del nuevo Estado que protegería los intereses y privilegios de las élites, la Iglesia Católica, el propio ejército y una naciente “clase política” como operadores de la mano que mece la cuna.
  • Más pactos y aniquilamiento de la guerrilla (FAR) y la oposición democrática.

Todo listo para la llegada posterior de más militares al gobierno: Carlos Manuel Arana Osorio en 1970, Kjell Eugenio Laugerud García en 1974, Fernando Romeo Lucas García en 1978, José Efraín Ríos Montt en 1982, Oscar Humberto Mejía Víctores en 1983.

Cuando se creía que la dictadura militar había cedido, la institución castrense se parapetó en los gobiernos civiles de distintas formas, para luego tomar de nuevo el poder directo con Otto Pérez Molina en 2012.

Ningún lodazal se forma de la nada…