PROVOCATIO: En Xibalbá, lo peor siempre puede empeorar

Se ha tenido de todo: desde los impresentables chafas, hasta inteligentes y preparados pero pícaros, como Vinicio, Serrano o el Pollo. Insípidos como Ramiro o Colom; o con aires principescos, pero de entenderes discretos como el bachiller Arzú; o de francos límites cognitivos como Berger. Pero lo peor vendría después.

José Alfredo Calderón E.

Historiador y analista político

Hace ya algún tiempo escribí una columna que hacía referencia a la infantil canción de los elefantes[i]. La esposa de un gran amigo comentaba que, en Guatemala, la realidad nacional se asemejaba a la canción de marras, pues “como vieron que resistía, fueron a llamar a otra manada”, en clara referencia a que la telaraña (Guate) aguanta con todo. Políticos van, políticos vienen y la red siempre resiste, por lo que otros se unen al juego en un continuum en el que la expectativa sobre el rompimiento de dicha telaraña o red, nunca se cumple.

He insistido en cuestiones estructurales para explicar el drama social de este paisaje, pero entre la apatía y/o la ignorancia de la población, el vetusto y desfasado bodrio que es este montaje político-electoral, sigue vigente y campante. Pretender un ejercicio ciudadano, donde solo hay territorio para que un conglomerado de personas sobreviva, es una quimera que entendí desde hace mucho tiempo.

Aburrido de recalcar sobre el devenir histórico de esta malograda república, ya no pretendo que se entiendan las cuestiones estructurales; ni siquiera, dos hechos fundantes para lo que hoy se concibe como democracia:

  • De 1954 a 1985 hubo una dictadura militar disfrazada con elecciones periódicas. Lapso y contexto durante el cual, se hicieron las dos últimas Constituciones Políticas.
  • De 1985 a nuestros días, se ha llamado democracia a un simulacro, mal hecho, por cierto, que implicó la sucesión de gobiernos civiles pero basados en una política contrainsurgente más allá del esquema propiamente electoral.

“El sistema ya no funciona”, se oye por doquier, pero cada cuatro años, los comicios tienen lugar y la población tiene la “libertad” de escoger entre candidatos y candidatas previamente seleccionados por las élites. El juego, incluye alternativas de una variopinta izquierda, incluyendo hasta los “antisistema”, para darle, no solo colorido a la contienda electorera, sino cierto matiz de credibilidad.

Respecto a esa contradicción de ser “antisistema” pero participar dentro del sistema, a sabiendas de la remota posibilidad de lograr una tajada decente en el reparto del pastel, es algo difícil de entender y de explicárselo.  Ya lo decía Foucalt: “el poder designa relaciones entre sujetos que, de algún modo, conforman una asociación o grupo; y para ejercerlo, se emplean técnicas de amaestramiento, procedimientos de dominación y sistemas para obtener la obediencia.” 

A pesar de lo anterior, sí hay cosas más terrenales que casi todos comprenden, por lo menos, en su aspecto más básico:

  1. Nuevas elecciones y nuevos gobernantes, nunca se han traducido en mejor vida para la gran mayoría de guatemaltecos.
  2. El desencanto por la dupla presidencial escogida (dentro de las variables impuestas) cada vez es más acelerado. No se necesita llegar al tercer año de gobierno o la etapa electoral (el último) para percatarse del nuevo engaño.
  3. Cada gobierno es peor que el otro y cuando todos creen que Guate ya tocó fondo, nuevas e inimaginables posibilidades se abren para seguir en caída libre, cual agujero negro sideral.  

En cualquier país de verdad, la certeza general sobre estas tres cuestiones planteadas sería suficiente para dar por agotado el modelo político-electoral. Por estos lares, sin embargo, la vida transcurre como si se tratara de resucitaciones periódicas que generan falsas esperanzas que perpetúan el juego.

El agotamiento del sistema se intuye, no así la perversidadde este. Es por esta razón que lo obvio no se devela como tal y la respuesta siempre nos lleva al mismo lugar: “quizá en las próximas elecciones surja el milagro”. La mayoría de la población se debate entre frases como: los políticos son nefastos, el sistema electoral ya no sirve, todos llegan para robar y enriquecerse, y similares.

La respuesta no se basa en la lógica, sino en esa esperanza sin fundamento. Se empiezan a escuchar voces (cada vez más anticipadas) en búsqueda de lo irreal e inviable. Giammattei rompió los límites de la paciencia, pero pareciera que un manto de resignación cubre los ciento ocho mil kilómetros cuadrados de este bello territorio y la única salida visible es, indefectiblemente, las próximas elecciones.

Se ha tenido de todo: desde los impresentables chafas, hasta inteligentes y preparados, pero pícaros, como Vinicio, Serrano o el Pollo. Insípidos como Ramiro o Colom; o con aires principescos, pero de entenderes discretos, como el bachiller Arzú; o de francos límites cognitivos como Berger. Lo peor inicia en 2011 con la llegada del partido Patriota, puesto que, tras años de lucha y esfuerzo por deshacerse de militares en la presidencia, un militar exjefe de inteligencia y protagonista de la guerra sucia llega a la Casa Presidencial.

Con Jimmy, los conceptos de que cualquiera puede ser presidente y, qué es tocar fondo, adquieren un nuevo sentido, pero cuando casi todos pensaban haber cumplido la penitencia de alguna maldición tropical heredada, llega Giammattei, el mandatario con más desgaste inicial y repentino, producto de su deshonestidad, perversidad e incapacidad.

El fatal destino no suelta al noble pueblo guatemalteco y ya el 2023 nos espera con un gobierno peor. Dada la cooptación total del Estado, salvo ínfimas y aisladas reservas morales sin mayor incidencia, tendremos una restauración ultraconservadora con inimaginables perversiones en el ejercicio del poder, así como una corrupción sin límites.

El analfabetismo político y la miopía electoral nos han salido, y seguirán saliendo, carísimas. Solo queda saber cuántos serán comparsas esta vez.


[i] Para muchos millennials y seguro todos los centennials, quizá la canción de los elefantes no les diga mucho. Era una canción infantil que muchos de la generación “Baby Boomers” aprendimos en la casa y/o en la escuela. Hablaba de la situación imaginaria en la que un elefante se columpiaba en la tela de una araña y cuando vio que resistía, fue a llamar a otro elefante, en un continuum tal, que, ante el aumento de peso, la tela siempre resistía…