PROVOCATIO: El poder histórico de la esperanza

  • En cada elección se rememora lo pasado y se espera, sin mayor fundamento, que un milagro obre y nos traiga un mesías que nos salve. ¿Cómo? En realidad, no importa tanto pues a ese personaje le apostamos todas las cartas. ¿Quién? Tampoco es que tengamos un perfil específico, más que el carácter mágico y todopoderoso que debe tener un salvador de la patria. El poder histórico de la esperanza

José Alfredo Calderón E.

Historiador y analista político

No en balde la plataforma electorera más conocida, grande y constante del país se autoetiquetó con este calificativo, que titula mi columna. Por muy adversa que sea la realidad, escritores, poetas, periodistas y soñadores de todo tipo, han hablado de la poderosa importancia de la esperanza y que, claro, nunca hay que perderla.

Desde expresiones romantizadas como la de Aristóteles: “la esperanza es el sueño de una persona despierta” o la de Cicerón: “mientras hay vida hay esperanza”, hasta algunas más elaboradas y profundas que van a la esencia de lo mismo, como la del filósofo y escritor norteamericano Henry David Thoreau: “si nos mantenemos lo suficientemente tranquilos y preparados, encontraremos una compensación en cada decepción”, todas las menciones tratan de espera, resignación y sueños.

Varios pensamientos asocian la esperanza con el coraje, como Theodore Roosevelt (expresidente estadounidense) “Cuando estás en el extremo de la cuerda, ata un nudo y agárrate” o la del histórico Winston Churchill: “si usted está pasando por un infierno, siga adelante.”

Para fines de este artículo me quedo con dos frases, el sentido de espera de Goethe: “es mejor esperar que desesperar” y la contundencia de Francis Bacon: “la esperanza es un buen desayuno, pero una mala cena”. La primera tiene que ver, precisamente, con ese acto que, dependiendo de la formación y talante de cada quien, puede invitarnos a no actuar. La segunda, rescata el carácter positivo del término, pero alerta sobre su sostenibilidad sin acción.

Traigo todo esto a colación porque la población guatemalteca es un excelente referente de espera y sueños en todos los sentidos, pero especialmente, en política.

Nos hemos quedado dormidos y melancólicos en lo que un día fue un rayo de luz y esperanza con la Revolución de Octubre, pero que hoy ya no es suficiente, al tenor de los hechos posteriores que marcan ya varias décadas. En cada elección se rememora lo pasado y se espera, sin mayor fundamento, que un milagro obre y nos traiga un mesías que nos salve. ¿Cómo? En realidad, no importa tanto pues a ese personaje le apostamos todas las cartas. ¿Quién? Tampoco es que tengamos un perfil específico, más que el carácter mágico y todopoderoso que debe tener un salvador de la patria. Respecto de esto último, publiqué este tuit: “por estarse fijando solo en el gallo presidencial y municipal, pierden de vista a los tacuacines, gavilanes, comadrejas, serpientes y ratas que los acompañan”.

Fuera de quienes tienen un interés concreto o simbólico en las elecciones, como podrían ser los que tienen parientes, amigos, vecinos y “conocidos” inmersos en la arena partidaria, o de quienes están directamente en el juego electorero; hay una mayoría que, ante la impotencia de participar más directamente o la desilusión de quienes lo han hecho por ellos, lo único que tienen es la esperanza de que las cosas cambien, aunque no tengan claridad de cómo sería ese sueño, porque al final, es eso, un sueño.

En Guatemala, ya pasaron los tiempos en los que la dictadura militar inducía a votar por los símbolos de los partidos, lo cual se facilitaba porque las ofertas eran pocas: MLN-PID (la bandera con la daga y la mazorca), Democracia Cristiana (la estrella blanca sobre el fondo verde) y el partido Revolucionario (el del mapita). A partir dela llamada apertura democrática (1985), se vota por el mero gallo y, recientemente, por la mera gallina.

Desde las primeras elecciones post Revolución (20-10-1957) los guatemaltecos asistieron a un escandaloso fraude. Fue tan grande, incluso entre candidatos de extrema derecha, que solo tres días después fueron anulados los comicios y tuvieron que repetirse. Miguel Ortiz Passarelli tuvo que ceder ante Miguel Ydígoras, nada de fondo, solo diferentes truhanes.

Desde esa fecha ya lejana, lo que vino después fue una sucesión de pantomimas en el marco de una larga dictadura militar. En 1985, solo cambiaron cuatro cosas no estructurales:

  1. Surgió una nueva Constitución en el marco de un gobierno de facto como la anterior de 1965. Un poco más liberal, pero en esencia, contrainsurgente.
  2. Los fraudes continuaron, pero a diferencia del pasado, ya no se hacen en forma tan burda ni esperando el día D, pues se planifican e implementan durante todo el proceso previo, siendo ahora, la única vez en que se han perdido todas las formas, si no, solo vean la actuación del TSE.
  3. Desaparecieron las tradicionales asonadas con tanques y movimiento de tropas, para dar paso a los golpes de Estado técnicos. Vinicio Cerezo sufrió varios, siendo los más evidentes, los de mayo de 1988 y 1989. Una variante fue la manipulación de los grupos corporativos con el Serranazo, que culminó con una reforma constitucional a la medida del gran capital.
  4. Se permitió la participación de las izquierdas, pero bajo la forma socialdemócrata, básicamente el Partido Socialista Democrático y el Frente Democrático la Nueva Guatemala, ambos ya desaparecidos.  URNG vendría después de la firma de la Paz (1996).  

Sesenta y nueve años después de la Contrarrevolución, henos ante una nueva edición de los comicios en la que todos ofrecen cambiar, para que no cambie nada. A pesar de la evidencia ¿qué es lo que permanece? LA ESPERANZA, bajo variadas formas.

Están los solemnes y tradicionales inocentes que añoran que, por arte de magia, sus partidos de oposición (real o simbólica), pequeños, sin recursos, infiltrados y con pocas luces, den la sorpresa y ganen, llevando decenas de alcaldes y diputados, con lo cual, un nuevo Estado sería posible.

Están los soñadores con un baño leve de realismo, cuya expectativa es un poco menor. No ganaremos, nos dicen, pero sí podemos “asustar” con un tercer lugar y quizá, si los astros se alinean, podamos llegar a segunda vuelta, donde tampoco ganaremos, pero el sistema “temblará”. Por supuesto, esta epifanía implica un buen numero de congresistas y ediles, aunque no sean mayoría.

Finalmente, están los que dicen comulgar con la realpolitik. Conscientes de la correlación de fuerzas, sus metas son más modestas y solo aspiran a pocos representantes en el poder local y nacional, pero sueñan que les toque la suerte de que esos pocos sean de su bando, quién quita resultan de “asesores” o con un empleo más o menos rentable.

La cruda realidad despierta a todos durante el primer año del gobierno recién electo, cuando caen en cuenta que fueron víctimas de un nuevo engaño. Eso sí: “La esperanza es lo último que se pierde” y dentro de 4 años, viene una edición más…

#NoSeréParteDeLaFarsa.

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