PROVOCATIO: ¿Democracia? ¡¡Por favor!!

Es esencial entender que, en todo este proceso, SIEMPRE son las élites
quienes mueven la mano que mece la cuna. Para el efecto, financian
campañas y eligen (previamente) al presidente de turno, entre la gran
cantidad de operadores políticos que ellos mismos dirigen y pagan.
Las Alegres Elecciones han sido, y seguirán siendo, la distracción popular que las élites preparan cuidadosamente con antelación…

José Alfredo Calderón E.

Historiador y analista político

En este año ya se empieza a respirar un ambiente preelectoral bastante marcado. Su principal síntoma es la cantidad de comentarios acerca de posibles candidatos, nuevos partidos y las posibilidades que, por fin, ocurra el milagro de obtener resultados diferentes, haciendo siempre lo mismo, lo cual, sabemos, solo se logra por medio de la ficción y la dinámica mágico-religiosa que habita en las inocentes y alienadas mentes de los habitantes de este bello solar tropical.

Esto no sorprende porque así ha sido por muchas elecciones desde 1957, cuando se concretó el primer fraude electoral post intervención mercenaria. Desde esa ocasión, fue común que, entre las mismas fuerzas ultramontanas, se hicieran mano de mono. Miguel Ortiz Passarelli, de extrema derecha, le “ganó” al también de extrema derecha: Miguel Ydígoras Fuentes y éste reclamó la victoria, la cual obtuvo por medio del Congreso y una singular campaña electoral que, desde esa época, ya le restaba seriedad a las llamadas Alegres Elecciones.  Famosa fue, por mencionar solo una anécdota, aquella manifestación de ciudadanos en bicicletas frente al Palacio Nacional para apoyar a Ydígoras, un locuaz general del ejército, cuyas ocurrencias habrían sido las delicias de las redes sociales, si hubiesen existido en esa época. Fue tan descarado el fraude, que los comicios se celebraron un 20 de octubre de 1957 y tan solo tres días después, fueron anulados. Ese es el origen y dinámica de nuestra “democracia”.

Las traiciones se dieron incluso entre los mismos militares, pues llegó a ser una tradición que el ministro de la Defensa de turno, le diera golpe de Estado al presidente designado (pues no podemos hablar de presidente electo).

La llegada de Ydígoras estuvo condicionada por tres pactos que sus mismos colegas lo obligaron a firmar. Luego vino otro golpe de Estado y el coronel Enrique Peralta Azurdia fue el elegido para “componer” todo. Una Ley de Orden Público contrainsurgente que todavía condiciona la vida política de Guatemala y una Constitución retrógrada, ambas normativas en pleno conflicto armado en 1965.

Luego vino Julio César Méndez Montenegro (1966-70), el único civil de 1954 a 1985, pero solo de fachada porque otro pacto (El Concordato) lo redujo a nada antes de asumir la presidencia.

Aún con el acérrimo control que los militares ya tenían en 1970, la experiencia de “dejar” que un civil llegara no les gustó, por lo que, con Carlos Manuel Arana Osorio (1970-74) se reinaugura una seguidilla castrense: el general Kjell Eugenio Laugerud García (1974-78) quien llega con un escandaloso fraude en contra de otro militar, el también general José Efraín Ríos Montt. Luego Fernando Romeo Lucas García, a quien la misma derecha señaló de fraude. A continuación, otros dos golpes de Estado: el 23 de marzo de 1982 y el 8 de agosto de 1984, cometidos por el ya viejo conocido de Ríos Montt primero, y luego otro general, Oscar Humberto Mejía Víctores.

A los militares les urgía lavarse la cara y las presiones del Norte eran muy fuertes, pues –militarmente– hacia 1983 ya habían ganado la guerra en el campo militar. Para esa fecha, la guerrilla había dejado de ser una amenaza real para el Estado guatemalteco.

Para concretar su proyecto de gobernar tras bambalinas, mientras el desgaste se lo llevaban los civiles, dispusieron una nueva Constitución Política, promovieron una nueva época falazmente llamada de apertura democrática y se prepararon para la llegada de un reformista de centro-derecha: Marco Vinicio Cerezo Arévalo (1986-1991) quien pudo asumir la presidencia, más no exento de presiones, amenazas y condiciones por parte de los militares. Dos sendos golpes de Estado técnicos (los más visibles) se dieron en los meses de mayo de 1988 y 1989 y para sellar el terror, el 1 de agosto de 1989 asesinan a Iván Danilo Barillas Rodríguez[i], el verdadero artífice de la Paz, cuyo crimen logró sepultarlo, no solo físicamente, sino en la memoria colectiva.

Mediante componendas toma posesión Jorge Antonio Serrano Elías (1991-93), siendo octavo en las encuestas, pues el objetivo de toda la derecha política era impedir que asumiera otro de derecha no consensuado, el asesinado Jorge Carpio Nicolle.

Posteriormente, se tiene el autogolpe de Serrano y la llegada del ex Procurador de los Derechos Humanos, Ramiro De León Carpio, llamado presidente de transición

Es esencial entender que, en todo este proceso, SIEMPRE son las élites quienes mueven la mano que mece la cuna. Para el efecto, financian campañas y eligen (previamente) al presidente de turno, entre la gran cantidad de operadores políticos que ellos mismos dirigen y pagan. Las Alegres Elecciones han sido, y seguirán siendo, la distracción popular que las élites preparan cuidadosamente con antelación, para solaz y esparcimiento de una población con niveles ínfimos de ciudadanía. La música de los comicios es un playlist previamente grabado.

Por cierto, las élites, los ricos, el G-8, los empresarios oligárquicos y corporativos (dicho de todas las formas para que no quede ninguna duda) deciden tener su propio candidato para 1995, pues las demandas del Consenso de Washington, el reajuste estructural y la privatización lo exigían, mientras la gestión de sus operadores políticos no era confiable. Entronizan entonces a Álvaro Arzú Irigoyen (1996-2000) pero lo hicieron tan mal, que, en las siguientes elecciones, otros empresarios (el capital emergente) les comen el mandado y logran imponer a Alfonso Antonio Portillo Cabrera (2000-2004). Aprenden la lección y las élites se vuelven a unificar[ii] en torno, ahora, de Oscar José Rafael Berger Perdomo (2004-2008).

Una pareja de empresarios, disfrazados de socialdemócratas, Álvaro Colom Caballeros y Sandra Julieta Torres Casanova (2008-2012), se cuelan con la anuencia militar y empresarial. La mención de la señora obedece a que fue ella quien gobernó realmente, sin contar con ningún puesto político específico, lo que le sirvió, además, para evadir la justicia y los controles del Estado.

A estas alturas, los militares venían fraguando un proyecto de restauración conservadora durante años, el cual fructificó con el regreso del poder castrense en forma directa. Su candidato fue el ex jefe de inteligencia, el general Otto Pérez Molina, de memoria más fresca en la población.

Después de la Plaza, la debacle de esta democracia de mentiras tocó un fondo que no se pensaba posible: la llegada de Jimmy y de Giammattei, ambos ligados al poder militar y empresarial, característica común en TODA la historia política de Guatemala de 1954 a nuestros días, pues la izquierda solo ha sido el petate del muerto y, en muchos casos, los animadores pobres de la fiesta.

Leído lo anterior, lo que en realidad mueve a risa es la creencia más o menos popular (o cuando menos, generalizada) que la nuestra es una verdadera democracia, la cual, se encuentra en peligro. Se necesita de mucha inocencia (no quise decir pendejez) o de mucha perversión, para creer algo así. Pero este desaguisado no viene solo, lo adornan frases como: “Nos pueden venezualizar”, “Con sus defectos, pero lo peor hubiera sido convertirnos en otra Cuba”, “Es este modelo o caer en las garras del comunismo”, “Debemos fortalecer la democracia”, y otros despropósitos similares.  Luego tenemos la frase más elegante y perversa de todas: “Hagamos los cambios necesarios, pero sin perjudicar la institucionalidad”, lo que en llanas palabras significa: Que todo cambie para que nada cambie, gatopardismo puro y duro.  

Estas desafortunadas alocuciones persiguen, obviamente, mantener en la ignorancia a las mayorías y, por supuesto, consolidar un dominio político-electoral que lleva 67 años consecutivos, de 1954 a 2021.

¿Usted en qué bando está? ¿Con las criaturas embobadas y lobotomizadas? ¿En alguna de las múltiples redes conectadas con la alianza criminal? o ¿Pertenece a ese selecto, ínfimo pero preclaro grupo de los que tenemos claridad política y no nos cansamos de nadar contracorriente?


[i] Junto a René De León Schlotter, Danilo Barillas fue el más brillante de los socialcristianos en política.

[ii] Las únicas veces que las élites logran un consenso más o menos general para elegir candidato, fueron en 1995 con Arzú y 2003 con Berger.