Unas 10.6 millones de personas, la población de Nicaragua y Panamá juntas, peregrinaron este jueves hasta la mítica Basílica de la Virgen de Guadalupe, en Ciudad de México, cuyo culto es un fenómeno sociocultural que rebasa lo religioso.
Los millones de visitantes, que llegan a la capital mexicana desde todas las regiones del país y también del extranjero, fueron colmando en las últimas 24 horas las calles aledañas al enorme templo circular, emplazado en la ladera del cerro del Tepeyac, en el norte de la urbe.
La larga marcha, que cientos de miles hacen a pie desde varios días antes, encuentra su clímax cuando pueden observar in situ la imagen sagrada.
«Muchos no tienen la oportunidad de venir ante ella porque muchos están postrados en una cama, están enfermos, y nosotros que nos ha dado esta oportunidad de venir, pues lo hacemos con mucha fe, mucho amor ante ella», dice Elie Rocío de Veana, de 34 años, acompañada de su esposo y su hijo de 8 años.
Hay fieles que llegan portando cuadros con la imagen, aunque los más intrépidos optan por cargar estatuas de la virgen, al hombro o en la espalda, en busca de recibir una bendición que legitime al objeto de su devoción.
«Masaje de pies gratis para peregrino», ofrece un puesto estratégicamente localizado justo al entrar al templo. «Honramos el caminar de tu linaje», agrega el cartel de estos generosos voluntarios.
La meta de la gran mayoría es llegar horas antes de la medianoche del 12 de diciembre, el mismo día y lugar en que hace 488 años, según la leyenda, la virgen de piel morena se apareció ante el indio Juan Diego y le habló en náhuatl, lengua nativa del centro de México.
A esa hora, la marea de peregrinos y decenas de grupos musicales ofrecen una serenata y le cantan «Las mañanitas», la canción festiva de rigor para los cumpleañeros en México. El evento se transmite en vivo por las principales televisoras del país, con un vasto despliegue de producción audiovisual.
Ateo pero guadalupano
Centenares de tiendas de campaña multicolores, donde miles de peregrinos pasaron al menos las dos últimas noches, colman buena parte de la explanada del templo y las calles cercanas. Al amanecer del jueves, muchos de ellos, adultos y niños, se desperezan, bostezando y estirando los brazos, tras recuperarse de la serenata nocturna.
«No sabemos bien dónde vamos a llegar, dónde vamos a dormir hasta que encontramos un lugar y aquí quedamos», explica Alfonso Sánchez, un peregrino de 24 años que llegó de lejos y, felizmente, sin contratiempos. «Hubo unos chavos que son allá de nuestro rumbo y los asaltaron», agrega.
Un gentío de nuevos fieles sigue llegando, mientras que el mal olor provocado por la enormidad de basura regada se mezcla con el de los sahumerios que algunas mujeres, vestidas con trajes de tradición prehispánica, esparcen para dar realce a su ritual.
Desde los que reproducen danzas coloniales, hasta los que prefieren el ritmo de tambores de tradición azteca o los más contemporáneos, con trajes y música de mariachi, la clave del culto y la celebración se resume en una palabra: sincretismo.
Frases populares como «soy ateo guadalupano» o «soy marxista guadalupano», o su presencia tan común en iglesias como en los brazos tatuados de feroces pandilleros, evidencian una devoción que rebasa lo religioso y alude más bien a identidad y nacionalismo.