MARIO ALBERTO CARRERA: ¿Cómo será Guatemala dentro de algunos años?

Mario Alberto Carrera

Los niños jalan carritos de plástico y se disparan –los unos a los otros, viendo la televisión que es cátedra de homicidios- con armas bombásticas del mismo material. Las niñas arrullan muñecos de hule y hacen “comidita” en bajillas de baquelita que ya nunca serán sustituidas –como antes- por bajillas de Limoges, o de cerámica de Totonicapán, sino que continuará siendo de plástico o de cartón (cuando crezcan) sólo que serán más grandes y de resinas más ostentosas, en este mundo de plástico en el que vivimos, como comencé a expresar en la columna próximo anterior en este mismo espacio de Crónica.

¿Los hijos que tengan serán también de hule o de acrílico?, con un corazón que latirá y que los hará parecer humanos, como nosotros aparentamos ser también hombres, pero que tal vez no seamos más que simios algo evolucionados…

En las esquelas mortuorias de 2030 seguirá apareciendo el redundante tópico de: “Hoy nació a la vida eterna don Encarnación Batuecas. Su familia se llena de gozo al saberlo disfrutando de la eternidad”. Este es “el mejor de los mundos posibles”, porque a pesar de lo mucho que en él se sufra, a lo poco que en él se coma, a los millones de represiones que el hombre arrostra y a los cientos de vituperios que a lo largo de la Vía Dolorosa se experimenten, hay un trasmundo que espera al humano para que en él sea completamente feliz: un mundo desgraciado que será compensado por una eternidad llena de gloria y plenitud viendo cara a cara Nuestro Señor…

Todo esto me huele tan a Edad Medía -en su mayor plenitud- o a Inquisición española de siglo XVI, ¡tan burda e impresentable!, que no se cómo no se ha descubierto por parte de los interesados, este trucaje inventado para que las clases medias y bajas no se quejen, no chillen, no se sobresalten, no protesten y, menos aún, no se tornen subversivas, en una subversión bien justificada por la represión del Estado, apoyada por la más alta burguesía creyente en la religión y en la moralina.

Si dejáramos de creer en la eternidad (es decir, si dejáramos de ser hombres de plástico) podría pasar una de estas dos terribles cosas: 1. Que desesperados nos suicidáramos en masa (con lo cual dejaríamos libre al planeta azul para que volviera al balance de su preterísima ecología) o 2. Que la gente comenzara, con energía descarada, a exigir algo fundamental de la Vida: comer en Guatemala sus tres tiempos, sin que se le continuara entuturutando con la celeste explicación de: cuando estemos en la gloria y en la eternidad beberemos ríos de leche y miel y en aquella visión magnifica de Dios, nada nos faltará, aunque ahora nos falte. ¡Qué engaño y falsificación más cruel!

Miles de tenazas –perversas y de la más alta economía- comprimen, explotan y deprimen nuestra razón y le impiden, con sus mágicas y supersticiosas articulaciones sociales, reflexionar en y con libertad. Acaso Kant, entreviendo y anticipándose a estas crueles realidades que se viven en Guatemala, dijo sugerentemente: “Sapere aude”, esto es: atrévete a pensar, a pesar de que un fusil –real o solapado- te esté amenazando. Con Voltaire y Diderot, Kant sabía que la Edad Media no había fenecido, pese a estar ya ellos, en el siglo XVIII, su Revolución Francesa y su Revolución Estadounidense. Y lo más trágico: en Guatemala ya en el XXI, pocos o ninguno se atreven a pensar, en el sentido de pensar y cuestionar su sistema semifeudal y colonialista y sus instituciones y Constitución, que son tortas y pan pintado y que funcionan y están al servicio casi exclusivamente para el mayor enriquecimiento de la oligarquía.

En nuestro mundo humano, que es un gran mito represor, efecto no de un plan, sino de la casualidad de la evolución de las especies –que quién sabe cómo rayos se combinaron, saltando para atrás o en mutaciones- todo es ahora de plástico en un nuevo mito cibernético y digital, hecho con materiales de desecho o de plásticos de gran fragilidad –despampanantes, eso sí- como los carros que estamos utilizando ahora, que de un empellón se desintegran, porque son planeados para una inmediata obsolescencia, como todo lo que usamos. O todo programado para ser superado por un modelo, de celular, con mejor y más avanzada tecnología. ¡Ve qué cabronada!-

Esta condensación –que yo llamo alegóricamente de baquelita sobre baquelita, como se hace la exquisita técnica del laqueado oriental- de día en día nos vuelve más imbéciles, especialmente con la locura y el uso adictivo de las computadoras, tabletas y teléfonos “inteligentes” –sus redes suciales, sus facebooks y demás fuentes de chismografía-; y no digamos la televisión que sólo trasmite purisísimos detritus fecales, con la excepción de algunos canales europeos.

Para mi desgracia -y abono de mi pesimismo- el “Sapere aude” kantiano está quedando cada vez más atrás, no sólo porque hemos devenido muñecos de hule con cabeza y cara de pasta, sino porque todos los inventos de la cibernética actual –que podrían haber derivado en verdadero desarrollo humano- nos están encogiendo el cerebro como cabeza de gíbaro. La gente guatemalteca, de clases medias y semi bajas no piensan en otra cosa que devorar hamburguesas, tortrix y cheetos, con abundantes gaseosas llenas de azúcar hasta el borde de la corcholata; y en tal vez echar un insípido polvo entre programa y programa de la tele, aderezado, acaso, con alguna cosa porno de la Internet. Y tal vez, en comprarse algo de paca y teñirse el pelo, para ser tan rubio y bello como Kent, el muñequito baboso de la Barbie.

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