MARIO ALBERTO CARRERA: Carta al escritor Eduardo Cofiño sobre su ¿novela? «The runner, en español»

Mario Alberto Carrera

(Primera parte)

Estimado Eduardo,

La novela es como el héroe de las mil caras o rostros y, como Proteo, capaz de transformarse según los tiempos, las geografías, los gustos y las diversas corrientes artísticas. Su madre –la Épica- fue demoledoramente trágica y exigente de los metros más rígidos e irrebasables. En la actualidad -en cambio- se ha vuelto tan complaciente –para bien o mal tuyo- que, Camilo José Cela, de modo muy desenfadado, dijo que novela es todo texto o libro -que así lo dijese o lo hiciera constar- al principio del mismo. Don Camilo José, destructor de mitos y moldes fijos, abrió casi todas las puertas que la novela –por lo menos hasta el XIX- tuvo cerradas a piedra y lodo. O casi.

De modo, Eduardo, que no te preocupés porque, admirador de Cela, no soy el intransigente crítico que pintás –en esta ¿novela?, tuya (en la página iii de la misma) cuando en boca de una escritora que lee tu obra, dice, ella: Mario Alberto Carrera (…) lo va a hacer mierda, refiriéndose a cierto escritor de Guatemala que, además, le da reata a su propia familia cuando él, a su turno, noveliza.

Publicaste “The Runner, en español” en 2005 y yo la acabo de terminar de leer iniciándose febrero de 2017. Tantos años y yo sin saber que soy uno de los personajes secundarios de este texto tuyo que más tarde vuelves a aludir cuando, hablando de grandes escritores y novelas nacionales, me tomás en cuenta, en tan ínclita lista, diciendo –en la página 5-: incluso aquel libro pendejo de Mario Alberto Carrera, o algo así creo, donde se da un colorón de hueco.

Creo que, aunque no lo decís con claridad en tu ¿novela?, tal libro debe ser “Don Camaleón” –aunque ya en “Cuentos Psicoeróticos” abordo el asunto o fuente gay- porque fue esta novela mía la que mayor escándalo causó aquí en la aldea, bautizada también por mí como La Guatemala Inmutable -pobrecita huerfanita- donde se ignora que las obras más importantes de la literatura, o acaso de todo el arte mundial, han tenido la misma fuente o asunto. Desde “La Ilíada”, donde el nudo del texto se resuelve cuando Aquiles, para vengar la muerte de su amante Patroclo, contiende con Héctor –capitán de los troyanos- porque éste asesinó a Patroclo. Y así termina la guerra de Troya o de Ilión, tras diez años de asedio griego. Y no por ello podríamos decir que Homero era hueco. Ciego sí que lo fue, según se cuenta sin demostrarlo.

Las referencias extraliterarias -de donde nos nutrimos par escribir una novela- son importantes, pero la relevancia del texto no radica en lo que se escribe ¡sino en cómo se escribe (lo dice Cervantes en el prólogo a sus “Novelas Ejemplares”) y en cómo se resuelve un argumento y se cose la trama! Sin embargo, se suele tomar el rábano por las hojas y otorgarle, así, mayor importancia a las fuentes y no a las formas. En arte y en literatura son siempre las formas y no los materiales asuntuales los que deciden si lo que leemos -o contemplamos- acceden o no a la categoría de lo estético o de la Estética. Lo demás es literatura o huequerías.

Para que veas que no guardo rencores –por opiniones falsas o verdaderas tras tantos años- no quiero ser, ahora en 2017, aquel crítico feroz que vos pintas capaz de defecarse -con su crueldad y a acaso amargura- como también dijo de mí, Mario Monteforte Toledo, en noveles o viejos escritores. Y por lo mismo, intentaré realizar una objetiva crítica de “The Runner, en Español”, no por lo que hace tantos años hayas o no opinado de mí, sino porque creo que vale la pena hablar de esta ¿novela?, que me ha enamorado, seducido y finalmente obligado a escribir en torno a ella, pues tiene valores artísticos (la literatura es el arte de las artes y no el cine) que me parecen de relieve.

The Runner, en Español”, es un texto narrativo que tiene el rasgo más importante que todo relato debe poseer. Y este es el don de agarrar de la mano a su lector y provocarle tal interés y asombro que ya no lo suelte hasta el final de la última palabra. Si el escritor no posee esta habilidad, jamás podrá llamarse novelista o cuentista, por la simple razón de que si no es así, jamás tendrá lectores, tal y como sueña Eduardo, que es además un gran empresario y comerciante. Así, también, alucina con ventas y más ventas –de sus libros- hasta acaso llegar a bestseller. Hecho que ni Cofiño ni yo hemos obtenido (yo un poquito acaso con “Hogar, Dulce Hogar”) en este país harapiento de cultura e instrucción en que nos tocó nacer, llamado Guatemala, en un lugar perdido, aunque visible, de la América inferior…

¿Y cómo le hace Eduardo Cofiño para secuestrar al lector (que no cooptarlo, bobito colombiano que nada sabe de semántica) y mantenerlo casi en vilo a lo largo de 300 páginas, eso sí con letrota bien grande?

No sé si nuestro narrador ha estudiado las diversas técnicas y procedimientos para la escritura de cuentos y novelas, sobre todo hoy que la popularidad de talleres donde –sin necesidad de cursar cinco o más años de una carrera de Letras o de Filología- se puede hacer uno, sin más trámites, (en talleres) de los secretos rudimentarios de la narrativa. O, si por el contrario, Eduardo sabe narrar por pura intuición. Pero eso sí, a partir de muchas lecturas que sí que confiesa abiertamente, haber hecho, en “The Runner”, desde la lectura de este que se da color (me refiero a mí) pasando por García Márquez y arribando a Hemingway que parece ser su preferido. De cualquier manera que haya sido, Cofiño agarró la onda y se trepó en la cresta de la ola correcta, porque sabe aplicar el suspense, que llaman los españoles. Sin suspense no se puede hacer ni cuento ni novela de éxito grande o pequeño. Mini, como el de nuestra aldea (La pobrecita Guatemala Inmutable). Este suspense no necesariamente debe ser como el de una novela policíaca, sino aquel que, mediante la creación de una gran curiosidad, haga que el lector pasé página tras página, para saber si el corredor (The Runner) llega a triunfar o a fracasar en sus anhelos de gloria como deportista de élite o como exitoso escritor de Guatemala: matadora y asesina de ensueños y laureles literarios, con su esterilidad y esterilización y castración secular.

Eduardo Cofiño sabe contar. Sabe elegir sus fuentes. Sabe provocar al lector –con su desenfado e insolencia- para seguirle. Maneja el suspense. Interesa. Y sobre todo, conmueve.

Continuará.

marioalbertocarera@gmail.com