La lepra se cura, pero la falta de conciencia no

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Tengo la ilusión de pasar unos momentos agradables de reflexión con los lectores de Crónica que quieran leer esta columna. El hecho de traer a esta reflexión a uno de los evangelios de San Lucas no tiene propósitos religiosos, sino más bien filosóficos. Por favor lean antes este trozo del evangelio para poder, después, cuestionar uno de los temas más importantes en nuestra vida, que es éste: ¿cómo percibimos la vida y el mundo que, momento a momento, se nos presenta frente a nosotros?

Jesús sana a diez leprosos.

11 Un día, siguiendo su viaje a Jerusalén, Jesús pasaba por Samaria y Galilea. 12 Cuando estaba por entrar en un pueblo, salieron a su encuentro diez hombres enfermos de lepra. Como se habían quedado a cierta distancia, 13 gritaron:

—¡Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros!

14 Al verlos, les dijo:

—Vayan a presentarse a los sacerdotes.

Resultó que, mientras iban de camino, quedaron limpios.

15 Uno de ellos, al verse ya sano, regresó alabando a Dios a grandes voces. 16 Cayó rostro en tierra a los pies de Jesús y le dio las gracias, no obstante que era samaritano.

17 —¿Acaso no quedaron limpios los diez? —preguntó Jesús—. 18 ¿No hubo ninguno que regresara a dar gloria a Dios, excepto este extranjero? 19 Levántate y vete —le dijo al hombre—; tu fe te ha sanado. Lucas 17:11-19

En lo personal, a mí me impresionó que los 10 leprosos, cuando se trató de pedir compasión, sus posturas fueron iguales. Los diez gritaron lo mismo: ¡Jesús, ten compasión de nosotros! Pero cuando no se trataba de pedir compasión por ellos, sino de agradecer, sí que hay un gran abismo que los diferencia: sólo uno, de los diez, regresó a dar las gracias. Incluso, el mismo Jesús, extrañado, se atrevió a preguntarles: ¿Dónde están los otros nueve?

Yo no sé de qué lado van a ponerse cada uno de los lectores de Crónica, pero las posibilidades que nos quedan para definirnos como seres humanos son estas tres: la primera es que, todos, sin excepción, cuando las circunstancias van más allá de nuestras fuerzas y estamos amenazados de muerte, vamos a pedirle a Dios que nos salve. La segunda posibilidad es que, estando ya curados, olvidemos quién nos ayudó. La tercera es que, reconociendo el milagro de haber sido sanados, corramos de regreso a agradecer por los dones recibidos del cielo. Como estadística, aunque suene mal, los resultados podrían reportarse así: 1 de cada diez personas que conocemos va a comportarse bien cuando nos piden algo, pero mal-agradecidos cuando les hemos dado lo que tanto anhelaban. ¿Por qué?

Como el mismo Jesús dejó esta pregunta sin respuesta, que es algo admirable en este texto del evangelio, creo que vale la pena que intentemos, por nuestro lado, darnos una respuesta. Ese es el atractivo que tiene este evangelio: tiene espacio para que nosotros también participemos.

De mi lado, y no sé qué pensaran los lectores de Crónica, los nueve leprosos que no regresaron eran la mismas personas que eran antes y después de ser sanados. Por eso, una vez curados, siguieron siendo lo que siempre habían sido: gente egoísta cuya manera de ver el mundo estaba centrada en ellos mismos. Por eso es que este tipo de gente sí sabe pedir, pero no sabe dar, no sabe agradecer, solo sabe sentir lo que les interesa, por eso son crueles con todo aquello que no son ellos mismos.

El leproso que sí regresó, a mí me impresionó porque él si logró cambiar, y en lugar de seguir siendo la persona egoísta que era antes, cargada de ego, cuando estaba enfermo, abrió su conciencia y no solo se vio sanado de su enfermedad, sino también sufrió un gran impacto de conciencia: vio más allá de él. Tanto más allá, que comprendió que existe un lado de la vida donde nosotros somos parte de una conciencia divina, y donde todos, aunque no queramos admitirlo, existimos. Una vez se siente uno parte de la divinidad, lo primero que ocurre es que nuestros sentimientos cambian y somos capaces de sentir lo que los demás sienten también. Este cambio de conciencia es tan grande que no solo nos saca de nosotros mismos, sino también nos enseña que existe otro mundo, otro lado de la vida donde es inconcebible que no esté Dios. ¿Cómo lo se? ¿Por qué lo digo yo? Creo que, en mi caso, se necesitaron que pasaran muchos años para que emprendiera el camino de regreso, y pudiera sentir la alegría de dar las gracias por sentirme que no estoy solo.

 

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