La globalización languidece

Gonzalo Marroquin


Durante las últimas tres décadas cobró fuerza la llamada globalización, que se impuso en temas económicos, políticos y, particularmente, en las comunicaciones. Avanzaron los tratados comerciales, se consolidaron bloques de países —el mejor ejemplo, la Unión Europea (UE) —, y la red global (internet) ha conectado al Planeta como no se podía imaginar antes de los años noventa del siglo XX.

Esa globalización ha tenido muchos detractores y grandes defensores, pero no se puede negar que ha sido motor de la humanidad —para bien o para mal en algunos aspectos—, al extremo de influir en la mayoría de actividades de cualquier sociedad en los cinco continentes.

Sin embargo, como ha sucedido a lo largo de la historia, estos ciclos suelen tener inicio, crecimiento y hasta explosión, y luego languidecen hasta convertirse o ser sustituidos por algo novedoso. En este caso particular, es evidente que veremos una transformación, cuyos primeros indicios principian a verse.

Si bien ya hay evidencias claras de desaceleración y hasta retroceso de este fenómeno —como el brexit, la salida británica de la UE—, los signos de que los cambios continuarán son claros en casi todas las áreas. La llegada de Donald Trump a la presidencia de la Nación más poderosa del mundo, con su peculiar visión sobre ciertos temas, permite suponer que ese proceso de cambio, que ya se veía, puede acelerarse.

El presidente electo ya se ha manifestado en contra de los tratados comerciales y, aunque no será fácil hacer que desaparezcan —lo tendría que aprobar el Congreso y el Senado—, luchará por cambiar el rumbo comercial que Estados Unidos mantiene y sus relaciones con el resto de países y bloques comerciales.

En Europa se verán pronto cambios. Gran Bretaña concluirá su salida, posiblemente, en 2017, pero desde ahora negocia el tipo de relación comercial, política y social, que tendrá con el resto de Europa. En otros países se siente una división entre quienes apoyan las instituciones europeas —el euro incluido—, y quienes ven con desconfianza la forma en que estas influyen en las decisiones nacionales. He escuchado ya de algunas personas de diferentes nacionalidades europeas, que verían con buenos ojos volver al tipo de relaciones que existían antes de que Bruselas alcanzara tanto poder regional.

Aun la corriente a favor de la unión es más fuerte, pero no se deben descartar más adelante procesos como el brexit.

En Sudamérica se ha visto también que las diferencias ideológicas afectan los bloques regionales. Los países del llamado Socialismo del siglo XXI —Venezuela, Ecuador y Bolivia— han perdido la hegemonía que tuvieron en el Mercosur cuando tenían de aliados a Brasil y Argentina. Las ideologías son otro enemigo para el funcionamiento de las relaciones comerciales.

Esa globalización ha tenido como uno de sus mejores aliados expansionistas la explosión de internet, la red World Wide Web (WWW), que ha facilitado las comunicaciones y la inmediatez de la información de manera abrumadora. Sin duda, gran parte del desarrollo de los últimos años se vincula, de alguna manera, a los avances tecnológicos en materia de comunicación. Nunca antes la humanidad tuvo acceso tan fácil a información, noticias, cultura y demás, como en la actualidad.

Pero también aquí se anuncian cambios. 

Ya hay quienes pretenden impulsar la nueva era de la Red, para crear mundos más segmentados, en donde se respete más la privacidad de las personas y existan menos controles de los países. Después de 27 años desde la llegada de la WWW, uno de sus creadores, Tim Berners-Lee, destaca que se ha creado una especie de control sobre la interactuación de los internautas, y no se ha logrado impedir que los Estados controlen lo que sus habitantes reciben. No se trata de cambios fáciles ni que llegarán de inmediato, pero cabe esperar que también aquí se produzca la pérdida de fuerza en el ciclo que vivimos y principie otro, ojalá mejorado.

El mundo empezará a ver cambios. La globalización cobró fuerza con la caída de la Cortina de Hierro. La tendencia provocó que incluso China tuviera que abrirse al mundo. Nadie detuvo esa ola, pero ahora empieza a perder fuerza, aunque los cambios, como ya señalé, no se verán de inmediato, ni serán bruscos.

El mundo gira y avanza. Lástima que en Guatemala no se vean cambios en ninguna dirección. Al contrario, hay una resistencia en casi todos los sectores. Lo peor, hay tal confusión en materia política, económica y social, que nos lleva a pensar que muchas oportunidades —que siempre llegan al cambiar—, se pueden desaprovechar. El almanaque pasa páginas y páginas…