La era de los ecosistemas

 

GUSTAVO LEIVAGustavo Leiva:


La historia que voy a compartir a continuación con los lectores de Crónica, pue­de ser que para algunos llegue a ser inolvidable. En el caso mío sí lo fue, y pue­do decir que fue algo más: fue ejemplar.

Fue así: antes de salir del hotel y ca­minar para el lugar donde se llevaría a cabo la cena de despedida del Foro La­tinoamericano de Inversiones de Impacto (FLII), al que asistí hace dos semanas en Mérida, Yucatán, alguien de este grupo, a quien voy a llamar Fernando, se me acercó y me preguntó: ¿A qué te dedicas? ¿Qué haces?

Como esta es la pregunta de rigor que siempre hacemos cuando conoce­mos a alguien de quien nos interesa saber un poco más, le conté que esta­ba escribiendo artículos sobre el Cam­bio de Era y el comienzo de una nueva manera de ver al mundo a través de una idea inspiradora como es Servir a la Vida.

Agregué que acababa de salir un li­bro con este nombre, Servir a la Vida, escrito por Rodolfo Paiz Andrade y mi colaboración. ¿Y qué tiene de inspira­dor la idea de servir a la vida? —me volvió a preguntar.

Entonces, aprovechando que había­mos pasado dos días enteros hablando en este Foro sobre cómo las empresas de impacto resuelven problemas socia­les y ambientales siendo rentables, le dije, que servir a la vida se entendía hasta que uno se rinde, hasta que uno dice ya no puedo más solo, y cambia su manera de ser de un modo tan ta­jante que, en lugar de buscar, uno se propone hacer solamente aquello que va encontrando en su camino, hacien­do su camino al andar con lo que la vida te va poniendo enfrente y te pide que le des un último empujón para ser realidad. Muchas veces, es necesa­rio no hacer nada y esperar, y ser pa­ciente, hasta que aparezca la posibili­dad que resuelva cómo seguir adelan­te. Servir a la vida se convierte en una idea inspiradora cuando hemos logra­do entender que todo lo que vemos, incluyéndonos a nosotros mismos, va­mos embarcados, vamos viajando en el ecosistema que soporta nuestra exis­tencia. Por supuesto que puedes ele­gir quedarte, separarte del viaje, igno­rar al ecosistema que te lleva, quedarte estancado y construirte un palacio donde nadie te moleste, para que todo sea estable, predecible y controlable.

Ese es el problema con las econo­mías y con las empresas del pasado. Están hechas para buscar solamente sus intereses, y no para atender lo que la vida les va poniendo en su camino, porque son ajenas a la idea de ser par­te de un ecosistema mayor a todas ellas, que se va transformando.

Sin decir mucho, Fernando iba si­guiendo el hilo de mis ideas con mu­cha atención, así que, cuando pasaron unos segundos de silencio, me dijo: Hace diez años yo me sentía muy in­cómodo con mi país, y me daba mu­cha rabia saber que nuestras empresas y empresarios éramos incapaces de es­tar a la altura de nuestros problemas. Como en México nadie era capaz de aceptar el fracaso de nuestro sistema económico, me propuse desligarme de mis negocios y dedicarme en cuerpo y alma a la generación de un nuevo gru­po de empresarios que asumieran el reto de servir a su país.

A mí me agrada mucho, siguió di­ciendo Fernando, que ustedes vincu­len a las empresas con su ecosistema porque, afortunadamente, son los cambios del ecosistema los que van a cambiar la idea de hacer empresas. Esta es la nueva revolución que vamos a estar viviendo.

Ahora la historia es al revés. Antes los grandes cambios mundiales se ha­cían desde la producción y los merca­dos. Los gobiernos se limitaban a se­guir este libreto. Ahora, en lugar del mercado, las empresas van a ser mo­deladas por las exigencias de sus eco­sistemas. Ahora sí sabemos quién es primero, ni es el huevo ni es la gallina, es el ecosistema. Esta manera de ver por encima del fragmento y de la cosa, va a llevarnos a replantear todo de nuevo. Debemos pensar y saber que estamos ante la nueva era de los eco­sistemas, que hemos querido negar su existencia.

Mi problema, dijo Fernando, es no saber si estamos todavía a tiempo, o si ya es demasiado tarde para emprender aquello que hemos dejado de hacer desde hace tantos años. ¿Qué piensas? —me preguntó.

Nunca antes, como en estos mo­mentos, pensé y le dije a Fernando, el futuro de toda la humanidad está pen­diente de un hilo que