JOSÉ ALFREDO CALDERÓN: De imaginarios y palabras vernáculas (segunda parte y final)

José Alfredo Calderón

Ya vimos como la singularidad guatemalteca para hablar, está atravesada por una mojigatería heredada de nuestro pasado colonial. Otras perlas idiomáticas las encontramos en el exceso de diminutivos y pedir todo de regalado: “Me regala una agüita” (por decir agua carbonatada, bebida gaseosa o soda), “Me regala un cafecito”, “Me regala permisito”, “Me regala un espacito”, “Me regala un tiempito”. Así mismo, al foráneo le cuesta interpretar cuando escucha frases como: “Juan me prestó”, que puede entenderse en Guatemala como: Juan le solicitó dinero prestado o por el contrario, Juan le dio el préstamo.   Pero la corona de esta dinámica la tiene la forma de pedir prestado: “No será que te sobran unos veinte ‘quezalitos’”… lo que en la práctica significa: “A vos te sobre la plata y a mí no” –además– “veinte quezalitos” es tan insignificante…otra cosa fueran veinte quetzales, que esos si te los tengo que pagar. Detrás de estas formas, se esconde el encanto por lo regalado, lo de gratis. Para ello, los objetos se minimizan para restarles importancia y no asumir responsabilidades.

En lo laboral es dónde mejor podemos constatar lo pernicioso de estas singularidades lingüísticas. En una época efectué evaluaciones de clima organizacional, siendo la constante en los resultados: la ineficacia de la comunicación, la evasión de responsabilidad y la no confrontación, cuando de por medio existía jerarquía social, laboral, económica o de otro tipo. Cuando se le preguntaba a los jefes si se habían cerciorado de que los subalternos hubiesen entendido una instrucción específica, la respuesta general era algo así: “Cae de su peso que entendieron”, “Se necesita ser muy tonto para no entender”, “me imagino que sí” y otras variables por el estilo; a lo cual, se insistía en la pregunta: “¿Se cercioró que sus subalternos entendieran la instrucción?” y la respuesta en casi todos los casos era “no”. Cuando se hacía el mismo ejercicio pero del lado de los trabajadores, las respuestas eran más sorprendentes. A la pregunta: ¿Entendió lo que su jefe le instruyó?, la mayoría había contestado: “bien”, “bueno”, “ajá”, “ujum” lo que en realidad quería decir no. La pregunta en consecuencia fue: Si no entendió ¿porque no lo expresó claramente? Entonces las respuestas coincidían en dos variables: “Si le digo que no entendí me regaña o me despide”; y por otro lado, “Al final, si no funciona, la idea no fue mía sino del jefe.” De esta dinámica surgía otra pregunta más para el trabajador: ¿Cómo sabe usted que está haciendo bien o mal su trabajo?; la respuesta unánime fue: “Si no me regañan o despiden, se asume que está bien.”

En política, el guatemalteco no opina ni emite juicios, sino que “siente”: “siento que las cosas no andan bien”, “siento que tal candidato ganará”; en ocasiones se usa la variable “me late”, pero en el fondo nos movemos entre percepciones, ambigüedades y contradicciones en el lenguaje. Otra área de ejemplo es la cultura del consumidor, lo que podemos reflejar en diálogos cotidianos como éste[1]:

¿Tiene candados de tal marca? No –responde el empleado de la ferretería–   “Sólo tenemos de esta otra marca.” ¿Será buena esa marca? –repregunta el consumidor– ¡Por supuesto! –afirma tajante quien intenta vender– ¡Entonces démelo!”. Fin de la interacción. ¿Ingenuidad? ¿Inercia idiomática? ¿Preferencia por la inmediatez?

Ojalá todo se circunscribiera al folklorismo tropical, pero resulta patético normalizar el maltrato y las condiciones laborales injustas, como en el caso de muchas de las trabajadoras de casa particular[2], que si bien explotadas, reflejan su resignación en conversaciones como esta: “No me tratan bien y me pagan muy poco en esta casa” –¿entonces por qué no te vas? – “Porque ya me hallé”…

Al final, el punto no es contar anécdotas o llamar a risa por la forma tan peculiar que tenemos al hablar e interactuar. El tema pasa por los contenidos de nuestros imaginarios sociales, instalados por un sistema que reproduce una cultura que justifica lo malo, trivializa lo importante, esconde o tergiversa lo esencial y multiplica prácticas perniciosas…

Ahora podemos entender por qué el CACIF y el resto de la alianza oscura, utilizaron el “si pero no” para seguirse oponiendo a las Reformas…más bien, a cualquier reforma…

 

José Alfredo Calderón E.

Historiador y analista político

Eterno soñador de un país diferente

[1] De niño, me entretenían las interacciones entre los vendedores de mostrador y los clientes en la Ferretería de mi padre. Después de clases, podía pasar mucho tiempo escuchando dichas conversaciones.

[2] Antes llamadas domésticas, “muchachas” o con el despectivo mote de “choleras”, que en realidad tiene sus raíces en la fama de las mujeres hacendosas y eficientes del municipio de Santa Cruz El Chol, del departamento de Baja Verapaz. Durante la colonia, las damas españolas tenían marcada preferencia por ellas para los trabajos domésticos.