ENFOQUE: Un pueblo cansado exige hasta que explota

Gonzalo Marroquín Godoy

En realidad, la “Revolución de Octubre”, como la conocemos hoy, se gestó algunos meses antes, específicamente en junio de 1944, cuando se produce un consistente movimiento encabezado por amas de casa, maestros, estudiantes y ciudadanos de todas las condiciones sociales que, cansados de la dictadura de Jorge Ubico, se atrevieron a desafiarlo y salieron a las calles para protestar.

En una de esas marchas, las represivas fuerzas de seguridad ubiquistas dispararon contra un grupo de maestros y mujeres que marchaban pacíficamente. Murió la maestra María Chinchilla y resultó herida Julieta Castro de Rölz Bennett, esposa de Federico Rölz Bennet –amigo del dictador– quien en ese momento se encontraba en el Palacio Nacional entregando una carta en la que 311 ciudadanos notables y valientes pedían directamente la renuncia del gobernante ante una situación que era ya insoportable.

La Revolución de Octubre de 1944 es ejemplo de la

 fuerza que puede llegar a tener la ciudadanía indignada

Aquellos acontecimientos de junio –las protestas ciudadanas y la carta firmada por 311 valientes–, hicieron que aquel hombre que había gobernado con mano de hierro el país durante casi 14 años, decidiera enviar su renuncia al Congreso el 1 de julio. Se hacía a un lado, entendiendo que el clamor popular era más fuerte que su poder y que eran indeseado más allá de lo que él podía suponer, porque en su mente, llegó a pensar que era amado por el pueblo.

Se fue Ubico, militar autoritario e intolerante, pero no el ubiquismo. Quedó como presidente otro militar, su colega Federico Ponce Vaides, quien de inmediato pensó seguir con la tiranía y era muy improbable que respetara las fechas para elecciones, previstas para el 16 y 17 de diciembre.

Julio, agosto, septiembre y unos días de octubre fueron suficientes para que el pueblo comprendiera que no había espacios para libertad, para participación ciudadana y que la represión seguía siendo el arma para mantener el poder. Había absoluto hastío entre la población. Era obvio que lo que parecía un logro gigantesco en junio se había borrado y entonces no quedaba más que concluir el trabajo iniciado.

Un momento determinante fue el 1 de octubre cuando es asesinado el conocido periodista Alejandro Córdova, director del diario El Imparcial, el más importante del país en aquel momento. Para entonces ya se había organizado el Frente Popular Libertador, de estudiantes universitarios, que son los primeros en hacer contacto con militares para buscar el fin de aquella dictadura heredada. Algunos nombres importantes fueron por el lado de los universitarios y civiles, Jorge Toriello Garrido, Enrique de León Aragón, Silverio Ortiz, Julio Bianchi y Mario Méndez Montenegro. Entre los militares, Francisco Javier Arana, los mayores Manuel J. Pérez y Carlos Aldana Sandoval y el coronel Humberto Díaz.

La conspiración principió con alguna timidez, pero pronto fue evidente que había fuerte determinación de actuar sin miedo a la represión que pudiera ordenar aquel aprendiz de tirano.

Los acontecimiento que siguieron muestran que cuando el pueblo tiene la determinación de hacer cambiar las cosas, lo exige y logra, sin importar la fuerza del oponente.

Guatemala no vive hoy bajo una dictadura como tal, pero si está subyugada por un sistema político que aún tiene gran control sobre el sistema judicial y no se permite una apertura auténtica hacia la democracia. La Plaza de 2015 tuvo una fuerza importante, pero no alcanzó a erradicar de raíz el cáncer de la “vieja política”, que agazapada en aquel momento, muy pronto volvió a sacar las garras de la corrupción y la impunidad.

Las torpezas del gobierno de Jimmy Morales y el Congreso, así como los esfuerzos por mantener cooptada a la justicia, están llegando al pueblo al agotamiento y la frustración.

¡Que viva la Revolución! ¡Que viva el pueblo que no se doblega ni se deja engañar!