Hechos muestran que ambos países transitan por un camino similar: sistema político fallido y corrupto, que radicaliza las posiciones ideológicas. Es un pierde-pierde.
Gonzalo Marroquín Godoy
La segunda vuelta electoral en Perú el domingo pasado, ofreció a los electores dos opciones radicales ideológicamente, sin que alguna de ellas ofrezca encausar al país por el camino del desarrollo y la paz social, mientras sí aparecen en el ambiente, nubes oscuras que anticipan confrontación e ingobernabilidad para los siguientes cuatro años.
Me parece que hay varias similitudes entre lo sucedido a los peruanos y lo que nos está tocando vivir en Guatemala, con algunos agravantes en nuestra realidad. Por eso he querido comentar el tema, porque aún se podría cambiar el rumbo que llevamos, aunque debo reconocer que no creo que eso vaya a suceder.
Veamos el caso peruano.
El sistema político en Perú se ha visto altamente permeado por la corrupción, como muestra el hecho de que los seis últimos presidentes se han visto implicados en escándalos por corrupción, que han llevado a cinco de ellos a la cárcel y otro se suicidó –Allan García–, para evitar la vergüenza de ser capturado.
Alberto Fujimori, Allan García, Pedro Pablo Kuczynski, Ollanta Humala, Alejandro Toledo y Martín Vizcarra, todos manchados por la corrupción, principalmente por el famoso Caso Odebrecht.
En medio de ese escenario, los peruanos llegaron a un proceso electoral sin credibilidad en el sistema político. ¿Qué pasó? Que la polarización existente llevó a una confrontación entre las extremas izquierda y derecha. La izquierda, representada por un maestro de educación primaria, Pedro Castillo, poco preparado para el cargo, pero libre de señalamientos y por lo tanto, visto como alternativa; la derecha por Keiko Fujimori, hija del dictador y además también investigada por el caso Odebrecht.
El ganador por estrecho margen es Castillo, pero su triunfo y posturas radicales, solo anticipan mayor confrontación en el país de los incas, sobre todo, si toma el camino que antes siguieron Hugo Chávez, Daniel Ortega o Rafael Correa.
El voto le llegó a Castillo producto del sector de población que está asqueado del sistema político. A partir de ahora se verá un marco de ingobernabilidad, sin solución tampoco a los problemas sociales, como ha ocurrido en otros países cuando la extrema izquierda llega al poder y se olvida de la democracia. Los extremos no llevan soluciones.
En Guatemala tenemos también una larga lista de exgobernantes que han pasado por la cárcel o enfrentaron señalamientos por corrupción: Jorge Serrano, Álvaro Arzú, Alfonso Portillo, Álvaro Colom, Otto Pérez y Jimmy Morales. Aquí también el sistema político ha alcanzado el nivel de absolutamente fallido, y mucho me temo, caminamos hacia una polarización.
El discurso de izquierda y derecha se maneja desde la cúpula de poder político dominante y llegaremos al próximo proceso electoral en condiciones similares a las peruanas. La mayoría de la población está agobiada porque aquí – ¡a diferencia de Perú!– la justicia está al servicio del sector político.
En todo caso, me parece que hay que ver lo sucedido en Perú como si de un espejo se tratara. Hay muchas similitudes: sistema político corrupto e ineficiente; pobreza y discriminación; conflictividad y confrontación social; polarización ideológica, con las extrema de una lado y el otro muy vociferantes; y miopía de algunos sectores, que no alcanzan a ver el peligro al que estamos expuestos.
El escenario que podríamos tener para las elecciones de 2023 –que ya no está tan lejos–, puede ser muy similar al peruano. Ya hay candidata del sistema fallido –Zury Ríos–, aunque falta ver qué fuerza surgirá en el otro extremo. No hay augurios buenos a la vista, precisamente porque el sistema está diseñado para cerrar los espacios al surgimiento de nuevos liderazgos.
Veremos muchas cosas pasar hasta entonces…