Cuando no se cree a un gobernante, la caída en su popularidad es cuestión de tiempo y gobernar sin credibilidad resulta más complicado.
Gonzalo Marroquín Godoy
La credibilidad es una cualidad necesaria en muchos aspectos de nuestras vidas, pero indispensable cuando se trata de gobernar un país u organización muy grande, simple y sencillamente porque hay que convencer a las masas para guiarlas hacia dónde se quiere llegar o para alcanzar aquello que se hace necesario.
Luego de varios gobiernos militares y fraudes electorales, con una nueva Constitución bajo el brazo, en 1985 los guatemaltecos votamos con esperanzas por un candidato civil que llegaba con credibilidad por su imagen, hasta entonces limpia. Vinicio Cerezo gobernó cinco años, pero su credibilidad se vio desgastada por su estilo ligero de vida y varios negocios corruptos realizados en opacidad.
El resultado fue que intentó impulsar a su partido (la DC) a un segundo mandato y su candidato y amigo personal, Alfonso Cabrera, terminó tercero, muy lejos del ganador Jorge Serrano.
Este llegó sorpresivamente a la presidencia, pero su carta de presentación giraba en torno a la credibilidad: cristiano evangélico –incluso había sido predicador–, se mostraba como un político diferente que barrería a los políticos tradicionales. El sistema lo envolvió pronto y terminó como un pinche político más, frustrado en su afán de poder.
Durante un viaje a la ONU fue sorprendido en Nueva York en el restaurante Stringfellow’s –con mujeres en topless–, cosa que él negó, hasta que se transmitieron en Univisión imágenes suyas con el rostro encubierto, lo que dejó su credibilidad por los suelos.
Cuando intentó un golpe de Estado contra el Congreso y las cortes, esa falta de credibilidad le pasó la factura y la historia registra que tuvo que renunciar y salir corriendo hacia Panamá, a un dorado exilio que continúa hasta la fecha.
Alfonso Portillo, hábil con discurso populista, retuvo curiosamente una buena parte de su credibilidad a causa de repetir mentiras, pero la gran mayoría de guatemaltecos no le creyó y a la fecha es repudiado, precisamente porque la corrupción que tanto negó, se le puede restregar en la cara.
Álvaro Colom perdió credibilidad, entre otras cosas, por dejar que su esposa, Sandra Torres, hiciera micos y pericos dentro del Gobierno. Otto Pérez y Roxana Baldetti, sin credibilidad en medio de tantos escándalos de corrupción, tuvieron que renunciar y terminaron en la cárcel su período..
El cómico Jimmy Morales siguió un camino parecido y terminó su presidencia literalmente corriendo –tras entregar la banda presidencial–, para esconderse en el Parlacen, ante el miedo a ser capturado y procesado.
Giammattei empezó una caída en su popularidad muy rápido. Subió en los primeros meses de la pandemia, pero luego, la corrupción, la incapacidad y los videos campañas anteriores, donde fogosamente clama por un cambio radical de hacer política, le han dejado al desnudo como uno más, dentro de la desprestigiada clase política, pues hace exactamente lo que criticaba.
En una encuesta CID-Gallup, es calificado como el segundo peor presidente en Latinoamérica, aunque en contraste, ¡eso sí!, es el segundo mejor pagado de la región. Es decir, bien pagado, mal funcionario.
¿Se puede creer a un presidente que dice una cosa y hace otra? ¿Se puede creer a alguien que oculta tantas cosas?
Ahora que no hay duda sobre la opacidad, ilegalidad y estupidez de contrato firmado para la compra de vacunas Sputnik, con un intermediario ruso –no con el fabricante, como obligaba la ley–, esa poca credibilidad se sigue cayendo por pedazos y nada indica que la situación pueda cambiar para bien. Es una lástima para el país, en momentos en los que se necesita de un líder capaz y honesto.