No hay país perfecto y todos lo sabemos. Lo malo, es cuando somos uno de los que tiene más defectos en su democracia, sociedad y justicia… pero ni siquiera lo queremos ver.
Gonzalo Marroquín Godoy
Hace pocos días recibí una llamada que me dio alegría, al tiempo que me llevaba a reflexionar sobre Guatemala, su gente –todos nosotros, los habitantes–, el pasado y el presente.
Pablo Diego –Diego es su apellido, como saben los que han leído alguna otra columna en las que le he mencionado–, me cuenta que después de grandes esfuerzos, logró vacunarse junto a su esposa en Soloma, Huehuetenango, y ahora espera que, dentro de tres meses, le pongan la segunda dosis.
Nunca recibió información oficial; nunca le explicaron por qué debía vacunarse, mucho menos cómo debía proceder. Siguió algunas de mis indicaciones y tras varios viajes de su aldea a la cabecera municipal, recibió la vacuna –no sabe cuál–.
En mi niñez, Oscar, mi padre, nos llevaba mucho al interior. Así tuve mis primeros contactos con nuestras increíbles bellezas naturales, pero también vi de cerca la pobreza que impera en muchos rincones de esta tierra tan bella y noble. El problema no es la tierra, el problema somos los hombres.
¿Cuál sería mi país soñado? Esta pregunta nos la podemos hacer todos. Puede ser que algunos piensen que el país está bien o relativamente bien. Es una opinión, pero si es la suya, déjame decirle, con todo respeto, que está equivocado.
Que en esta ciudad haya empresas y negocios prósperos, que tengamos una gran cantidad de edificios y sea Guatemala la capital más importante de Centroamérica, no es suficiente para decir que el país está bien.
Muchas veces, cuando era director de Prensa Libre, publicamos el estado de escuelas en el interior del país. Patético. Muchas ni escritorios tenían y los pequeños recibían clases sentados en un block.
Algo -muy poco– han ido mejorando, pero seguimos entre los mas retrasados de Latinoamérica, eso, sin contar la falta de tecnología en las aulas. Me imagino que ahora con la pandemia, ese letargo permanente en la educación nos golpeará con fuerza en el corto plazo.
Tal vez nuestros hijos o nietos estén en colegios con tecnología y reciben su clase en una tableta o computadora, pero son una gran minoría. La masa de niños y adolescentes no dispone de esos aparatos. ¿Clases virtuales? Son un lujo de unos pocos. Ni siquiera internet tienen. Además, los maestros no se han capacitado en su uso.
La pandemia ha creado una crisis sanitaria y otra socioeconómica. Por eso estamos agobiados como sociedad. Pero esto no es nuevo, simplemente ahora golpea más. Si el país de los sueños, ese que no expulsa a su gente hacia el norte en busca de oportunidades, estaba lejano, ahora parece una utopía. ¡Ah¡, pero eso sí, la corrupción es galopante.
Cuando la cabeza está mal, el cuerpo está mal. La cabeza de una democracia es su sistema político. Cuando está mal, todo lo demás es un desastre. Si no hay cambio, el sistema política corrupto e inepto continuará llevando al país por el despeñadero.
La vicepresidenta Kamala Harris llega mañana. Quiere que cese la inmigración de guatemaltecos hacia su país. El mejor muro –dice– es el del desarrollo. ¡Tiene razón! Pero el auténtico desarrollo solo se logra cuando hay justicia, paz, respeto al estado de Derecho y el gobierno trabaja por el pueblo y para el pueblo porque sabe que es del pueblo.
Ese no es nuestro caso, aquí reina la corrupción y la impunidad, un cáncer que se alimenta constantemente.
No soy optimista con la visita de Harris. La poderosa alianza oficialista de la que tanto he escrito, no se dejará torcer el brazo fácilmente y otros intereses geopolíticos pueden prevalecer. Al fin y al cabo, la inmigración no terminará de un día para otro, porque nuestro país de los sueños, está lejano… tanto, como ir a un mundial de fútbol.